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LIBROS & ARTES

Página 21

ña y Salazar Bondy. Es de-

cir, no hubo influencia en el

sentido de estilo, pero sí

mutuo apoyo y aliento.

Entonces sí había diferencias, lec-

turas y autores personales que los

marcaron, ¿o seguían a los mis-

mos escritores?

Había diferencias, por

supuesto, pero todos buscá-

bamos a genios como Joyce

o Faulkner. En poesía, por

ejemplo, Paco Bendezú era

un sabio en Dante y en la

poesía hermética italiana. Yo

seguí a

Ulises

de Joyce, y eso

me hizo ir hasta los poemas

homéricos. La novedad que

hicimos nosotros fueron las

lecturas públicas de textos

inéditos, en todas partes, en

los bares, en el “Negro Ne-

gro”. La gente lo recibía

como una novedad; incluso

había un grupo de cuatro o

cinco que armaban como un

espectáculo teatral. Lo me-

jor fue que uno mismo, al

oírse y al comprobar la reac-

ción del público y de los ami-

gos que sabían de literatura,

podía distinguir qué cosa de-

bía corregir, y eso era una

suerte porque aún no lo ha-

bía publicado. La lectura en

público valía para corregir.

¿Llegaron a polemizar sobre la

teoría del cuento, a buscar el cuen-

to ideal?

Se discutía mucho, pero

nunca hicimos una encuesta

sobre el cuento ideal. Los au-

tores más conocidos eran

Juan Carlos Onetti, un escri-

tor muy magnético; y luego,

sin duda, Jorge Luis Borges

y Julio Cortázar, el de sus

inicios. Entre los escritores

nacionales leíamos y discutía-

mos mucho a Ricardo Pal-

ma y a Abraham Valde-

lomar; después a Vallejo en

poesía y prosa. Y también a

un autor que muchos habían

negado o ignorado: José

Diez Canseco, quien tenía

dos o tres muy buenos cuen-

tos que lograron gran popu-

laridad, y además una nove-

la secreta, morbosa, sensual

que era

Duque

.

¿Y en su grupo más cercano, quién

asumía el liderazgo?

No teníamos líder. Lo

único que no se cumple para

hablar de una generación era

que no había un líder. Exis-

tía un subgrupo que vino

posteriormente, seis o siete

años después, con Mario

Vargas Llosa, Luis Loayza,

Abelardo Oquendo y Sebas-

tián Salazar, quienes publica-

ron en la revista

Cuadernos de

Composición

.

¿Cómo fue el contacto con los es-

critores de la generación anterior,

con José María Arguedas, Ciro

Alegría…?

Nosotros asumimos una

actitud que no tuvieron los

demás: nunca fuimos parri-

cidas. Jamás. Al contrario, los

mimamos. Nuestra revista,

por respeto, estuvo dedica-

da a ellos. Pero cuando llegó

la década de 1960, lo prime-

ro que hicieron los escrito-

res de esa época fue publi-

car una revista,

Narración

, y

allí se nos vinieron encima

con todo su artillería. Nos

acusaron de que no habíamos

hecho varias cosas, cuando

ellos no hacían nada.

¿Hubo alguna confrontación di-

recta?

Nunca se presentó abier-

ta. La única confrontación

que yo he visto fue en la poe-

sía. Vargas Llosa se sintió te-

rriblemente ofendido con la

publicación del libro

Edición

extraordinaria

de Alejandro

Romualdo. Mario dijo que

eso no se podía permitir

porque la literatura no po-

día ser dominada por inte-

reses extraliterarios.

La mayoría salió en defensa de

Romualdo.

Claro que sí, pero tam-

bién había defensas del otro

lado. Oviedo estaba de

acuerdo con Mario. Sebas-

tián no participó. En verdad,

ponerle como título “Edi-

ción extraordinaria” era un

autobombo, pero de veras

que se trataba de una edición

de ese tipo, hasta físicamen-

te. A Romualdo le gustaba

estar en contacto con el pú-

blico, confrontarse con los

diversos públicos. Pero el li-

bro nació de una confronta-

ción, y creo que eso le hizo

daño.

¿Romualdo era en esa época un

polemista?

No, pero era de por sí

un hombre que le gustaba

decir novedades. Mandaba al

diablo a cualquiera que no

creyera en él, pero cuando

subía a la tribuna nunca fue

un orador, de manera que no

coordinaba sus ideas en una

posición oral; él actuaba

polémicamente con sus li-

bros, lo que decía en sus li-

bros era una aventura, una

cosa nueva, violenta.

¿No hubo otro poeta como él?

Con esa emoción casi fí-

sica, no. Paco Bendezú no lle-

gaba a tener esa fuerza, él era

más bien exquisito. Otro es

Pablo Guevara, quien pro-

venía de abajo de la socie-

dad, eso le dio cierta timi-

dez, pues contaba sus cosas

casi a escondidas. Pero poco

a poco se fue dando a co-

nocer como buen poeta.

Nosotros no sabíamos de su

calibre, pero el que lo des-

cubrió fue Washington Del-

gado. Él nos alertó. Washing-

ton era un hombre con ol-

fato poético, y un gran hu-

manista que podía escribir y

hablar de muchas cosas.

No sé si sea una impresión, pero

creo que los poetas son los que po-

lemizan más.

Sí, es cierto. Pero diré que

no había, en general, muchas

polémicas. En la generación

del ´50 todo el mundo tra-

bajaba y publicaba como

podía. En esos momentos,

era muy difícil hacerlo, no es

como ahora que te reúnes

con un grupo de amigos y

te publican, y además te elo-

gian, e incluso te dicen qué

día saldrá el artículo donde

te alaban. En los años cin-

cuenta había que ser como

un obrero de la literatura:

trabajar duro y ver los resul-

tados después. Lo difícil era

publicar libros. Uno soñaba

con cuentos, pero no con li-

bros de cuentos, porque sen-

cillamente no había editoria-

les.

Flor de cuerpo, 1971.

“Romualdo era de por sí un hombre que le gustaba decir

novedades. Mandaba al diablo a cualquiera que no creyera en él,

pero cuando subía a la tribuna nunca fue un orador, de manera

que no coordinaba sus ideas en una posición oral; él actuaba

polémicamente con sus libros, lo que decía en sus libros era una

aventura, una cosa nueva, violenta.”