LIBROS & ARTES
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ña y Salazar Bondy. Es de-
cir, no hubo influencia en el
sentido de estilo, pero sí
mutuo apoyo y aliento.
Entonces sí había diferencias, lec-
turas y autores personales que los
marcaron, ¿o seguían a los mis-
mos escritores?
Había diferencias, por
supuesto, pero todos buscá-
bamos a genios como Joyce
o Faulkner. En poesía, por
ejemplo, Paco Bendezú era
un sabio en Dante y en la
poesía hermética italiana. Yo
seguí a
Ulises
de Joyce, y eso
me hizo ir hasta los poemas
homéricos. La novedad que
hicimos nosotros fueron las
lecturas públicas de textos
inéditos, en todas partes, en
los bares, en el “Negro Ne-
gro”. La gente lo recibía
como una novedad; incluso
había un grupo de cuatro o
cinco que armaban como un
espectáculo teatral. Lo me-
jor fue que uno mismo, al
oírse y al comprobar la reac-
ción del público y de los ami-
gos que sabían de literatura,
podía distinguir qué cosa de-
bía corregir, y eso era una
suerte porque aún no lo ha-
bía publicado. La lectura en
público valía para corregir.
¿Llegaron a polemizar sobre la
teoría del cuento, a buscar el cuen-
to ideal?
Se discutía mucho, pero
nunca hicimos una encuesta
sobre el cuento ideal. Los au-
tores más conocidos eran
Juan Carlos Onetti, un escri-
tor muy magnético; y luego,
sin duda, Jorge Luis Borges
y Julio Cortázar, el de sus
inicios. Entre los escritores
nacionales leíamos y discutía-
mos mucho a Ricardo Pal-
ma y a Abraham Valde-
lomar; después a Vallejo en
poesía y prosa. Y también a
un autor que muchos habían
negado o ignorado: José
Diez Canseco, quien tenía
dos o tres muy buenos cuen-
tos que lograron gran popu-
laridad, y además una nove-
la secreta, morbosa, sensual
que era
Duque
.
¿Y en su grupo más cercano, quién
asumía el liderazgo?
No teníamos líder. Lo
único que no se cumple para
hablar de una generación era
que no había un líder. Exis-
tía un subgrupo que vino
posteriormente, seis o siete
años después, con Mario
Vargas Llosa, Luis Loayza,
Abelardo Oquendo y Sebas-
tián Salazar, quienes publica-
ron en la revista
Cuadernos de
Composición
.
¿Cómo fue el contacto con los es-
critores de la generación anterior,
con José María Arguedas, Ciro
Alegría…?
Nosotros asumimos una
actitud que no tuvieron los
demás: nunca fuimos parri-
cidas. Jamás. Al contrario, los
mimamos. Nuestra revista,
por respeto, estuvo dedica-
da a ellos. Pero cuando llegó
la década de 1960, lo prime-
ro que hicieron los escrito-
res de esa época fue publi-
car una revista,
Narración
, y
allí se nos vinieron encima
con todo su artillería. Nos
acusaron de que no habíamos
hecho varias cosas, cuando
ellos no hacían nada.
¿Hubo alguna confrontación di-
recta?
Nunca se presentó abier-
ta. La única confrontación
que yo he visto fue en la poe-
sía. Vargas Llosa se sintió te-
rriblemente ofendido con la
publicación del libro
Edición
extraordinaria
de Alejandro
Romualdo. Mario dijo que
eso no se podía permitir
porque la literatura no po-
día ser dominada por inte-
reses extraliterarios.
La mayoría salió en defensa de
Romualdo.
Claro que sí, pero tam-
bién había defensas del otro
lado. Oviedo estaba de
acuerdo con Mario. Sebas-
tián no participó. En verdad,
ponerle como título “Edi-
ción extraordinaria” era un
autobombo, pero de veras
que se trataba de una edición
de ese tipo, hasta físicamen-
te. A Romualdo le gustaba
estar en contacto con el pú-
blico, confrontarse con los
diversos públicos. Pero el li-
bro nació de una confronta-
ción, y creo que eso le hizo
daño.
¿Romualdo era en esa época un
polemista?
No, pero era de por sí
un hombre que le gustaba
decir novedades. Mandaba al
diablo a cualquiera que no
creyera en él, pero cuando
subía a la tribuna nunca fue
un orador, de manera que no
coordinaba sus ideas en una
posición oral; él actuaba
polémicamente con sus li-
bros, lo que decía en sus li-
bros era una aventura, una
cosa nueva, violenta.
¿No hubo otro poeta como él?
Con esa emoción casi fí-
sica, no. Paco Bendezú no lle-
gaba a tener esa fuerza, él era
más bien exquisito. Otro es
Pablo Guevara, quien pro-
venía de abajo de la socie-
dad, eso le dio cierta timi-
dez, pues contaba sus cosas
casi a escondidas. Pero poco
a poco se fue dando a co-
nocer como buen poeta.
Nosotros no sabíamos de su
calibre, pero el que lo des-
cubrió fue Washington Del-
gado. Él nos alertó. Washing-
ton era un hombre con ol-
fato poético, y un gran hu-
manista que podía escribir y
hablar de muchas cosas.
No sé si sea una impresión, pero
creo que los poetas son los que po-
lemizan más.
Sí, es cierto. Pero diré que
no había, en general, muchas
polémicas. En la generación
del ´50 todo el mundo tra-
bajaba y publicaba como
podía. En esos momentos,
era muy difícil hacerlo, no es
como ahora que te reúnes
con un grupo de amigos y
te publican, y además te elo-
gian, e incluso te dicen qué
día saldrá el artículo donde
te alaban. En los años cin-
cuenta había que ser como
un obrero de la literatura:
trabajar duro y ver los resul-
tados después. Lo difícil era
publicar libros. Uno soñaba
con cuentos, pero no con li-
bros de cuentos, porque sen-
cillamente no había editoria-
les.
Flor de cuerpo, 1971.
“Romualdo era de por sí un hombre que le gustaba decir
novedades. Mandaba al diablo a cualquiera que no creyera en él,
pero cuando subía a la tribuna nunca fue un orador, de manera
que no coordinaba sus ideas en una posición oral; él actuaba
polémicamente con sus libros, lo que decía en sus libros era una
aventura, una cosa nueva, violenta.”