LIBROS & ARTES
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coexisten en la generación li-
teraria de los 50 y que no es
difícil hallarlos, cabalgando
juntos, en la obra poética de
uno cualquiera de sus miem-
bros. Pero creo que jamás lle-
gan a ser modos excluyentes.
Ni siquiera rivales. Bien está
decir, como escribió Wá-
shington, que en la década
siguiente ambas tendencias
“se unen en un matrimonio
no solamente natural sino
también necesario”. Pase.
Mas no es saludable cosificar
personas y ponerlas en un
lecho de Procusto. Ni em-
pujar las cosas por un cami-
no en bajada libre que con-
cluya descubriendo, donde
no los hubo, poetas ‘dere-
chistas’ e ‘izquierdistas’, ha-
llazgo ingenuo que cupiera
castigar con la metafórica e
incivil ironía de Nicanor Pa-
rra, el agudo antipoeta chile-
no: “las derechas y las izquier-
das unidas, jamás serán ven-
cidas”.
Enfrentar, al interior del
grupo de los años 50, unos
cuantos poetas dominicales
y unos cuantos poetas de ba-
talla es dramatizar fuera del
écran
. Y vale como insinuar,
entre líneas, que el grueso de
la generación hizo blanda li-
teratura de vaivén y renun-
ció a tomar posiciones. Nada
más injusto que pintarlo todo
en blanco y negro: la gene-
ración literaria de los 50 no
prohijó puros ni maculados,
asépticos ni fanáticos. Sus
miembros no buscaron re-
fugio en trincheras de artifi-
cio y aspiraban, si a algo en
común, a ser auténticos. Pien-
so que la mayoría lo ha lo-
grado.
Creo que por esos años,
como ocurre con toda
disyuntiva maniquea, puris-
mo y realismo eran opcio-
nes de papel. Admito que la
obra individual de cualquie-
ra de los escritores de la dé-
cada de los 50 exhibe cierta
dosis de lejanía y cierta cuo-
ta de compromiso. Entre
Borges y Sartre, dijéramos. O
Hesse y Brecht, diría Wá-
shington. Pero siento que la
oposición
torre de marfil-rea-
lismo
sólo es eco de un viejo
y estéril debate sobre mate-
rias de lana caprina, vestido
en ropaje académico y se-
ductor. Antinomias de ese
calibre, vgr. aislamiento–par-
ticipación o poesía pura–
poesía social, esquivan o en-
cubren otra antítesis más
honda y perdurable, una que
latía en el corazón bohemio,
algo crédulo y algo escépti-
co, de la generación de los
50. Esa que en todo clima y
tiempo, cambiados que sean
los nombres y los ismos,
embriaga y presta alas al ar-
tista que anhela trascender.
Es, acaso, la eterna pulsión
del ego frente al mundo, la
virtud dolorosa del arco ten-
dido para lanzar la flecha, la
luminosa penumbra que se-
para la realidad y el ensueño,
lo que hace posible el gesto
apotropaico, a un tiempo
humilde y soberbio, de crear
el arte y la belleza y la poesía
y la música que le permiten
al hombre alzarse un instan-
te sobre la tierra y, volando
ya sin rumbo y sin agobio,
escapar de su sombra y
triunfar sobre su hermosa y
triste finitud.
UN CAFÉ PARA UNA
GENERACIÓN
“El café
Palermo
, institu-
ción bohemia, ha tenido tres
etapas estelares en su historia:
la primera que comienza en
1945, la segunda a partir de
1952 y la tercera que se inicia
en 1963. Estas tres promo-
ciones de intelectuales están
unidas por la amistad, por sus
ideas de justicia y libertad so-
cial, por poseer, todos, un
auténtico espíritu creador y
por expresar –siempre– su
entrañable amor al Perú”.
(Tomo el resumen de la
revista
Destino, revista de cul-
tura
, año 1, número 3. Lima,
noviembre 1963. Lo hizo
Manuel Velázquez Rojas y
nadie lo hará mejor. Tienta
mover un poquitín alguna
fecha, pero me quedo con
el pasaje tal cual. Y me ocu-
po de la segunda etapa, que
fue la mía.)
Se escribe para no estar
solo, decía Mauriac. Tal vez
la tertulia y la bohemia son
armas legítimas contra la so-
ledad. Por eso no hay bohe-
mia literaria sin un café hos-
pitalario. En la Lima de los
50, sin un
Palais concert
o un
Las camelias
, las tertulias se
refugiaban –quizá según
‘cohortes’ o ‘fracciones de
clase’ o ‘grupos de edad’, qué
se yo– en los cafés
Zela
,
Versailles
,
Palermo
,
Negro Ne-
gro
,
El hueco en la pared
,
La lle-
gada
. El grupo de
Letras pe-
ruanas
solía reunirse en
El
patio
, un discreto restaurante
en la calle Plazuela del teatro,
bajo la guía amical de
Puccinelli. A una de sus últi-
mas reuniones llevé cierta
noche para que leyese un
cuento suyo a un arequipeño
muy joven, un vivaz san-
marquino que poco antes
me diera a conocer un par
de relatos inéditos y
promisores. Fue poco cáli-
da la acogida y más bien ás-
pero el concienzudo dicta-
men de algunos
letristas
, Es-
cobar entre ellos. Pero, fe-
lizmente y por lo que se vio
después, no duró mucho el
fugaz desaliento del novel
escritor Mario Vargas
Llosa.
Por 1952 el bar
Palermo
,
tan cercano a la Universidad
de San Marcos, fungía de
anexo informal de la Caso-
na. Las charlas de banca en
el viejo claustro solían, de
cuando en cuando, proseguir
en las mesitas del café. En el
Patio de Letras abierto a los
cuatro vientos, en las horas
entre clase y clase muchachos
parlones y chicas vivarachas
poblaban corredores y de-
coraban, festivos, la pila cen-
tral. A los corrillos san-
marquinos acudían, más que
una y otra vez, algunos estu-
diantes de literatura de la
otra universidad limeña, la
Católica, entre ellos Manuel
Baquerizo o Wáshington
Delgado.
Cierto es que el Patio de
Letras era más popular que
Palermo
. Ya la promoción
sanmarquina de 1945, la de
la Reforma, hizo del Patio
una asignatura extracu-
rricular, suerte de tribuna li-
bre o pequeño Hyde Park de
bolsillo. Y, mejor aún, no
había que pagar consumo.
Pero, con todo en contra,
daba la lucha el bar
Palermo
y
poco a poco, como quien lle-
va a casa parte de la tarea
inconclusa, se fue haciendo
un hábito cotidiano trasladar
a
Palermo
la solución oral de
los tremendos problemas
que afligían al Perú y al mun-
do.
(
“Los estudiantes jóvenes dis-
cuten /acerca del país”
, ha es-
crito Wáshington en su
His-
toria de Artidoro
.)
LA BOHEMIA DE
PALERMO
Fue original esa bohemia
nocturna. No licor –bueno,
casi
,
casi
no licor. No drogas.
Eso sí, gaseosas, mucho café,
mucho fumar, mucho ha-
blar. En horas de la noche se
dialogaba con pasión y des-
parpajo sobre el último au-
tor leído, Hesse, Kafka,
Russell, Borges, Camus, Roa
Bastos, Çaillois, Proust,
Mariátegui, Icaza, Joyce,
Rulfo, Mann, Malraux,
Arguedas, Sartre.
(Y, es de notar, los gus-
tos literarios que calan en una
generación se reflejan crista-
linos en sus lecturas tempra-
nas. Cuando asediaba a los
miembros del ‘Conversa-
torio’, Porras, Basadre,
Sánchez, Abastos para cono-
cer sus autores de juventud,
removiendo el rescoldo de
entusiasmos antiguos me ha-
blaban de Anatole France,
Palma, Rodó, Istrati, Eça de
Queiroz, Valery Larbaud,
Díaz Mirón, Chocano,
Spengler, Pérez Galdós,
Vasconcelos, Barbusse,
Zamacois ... Y del divino
Rubén, el cisne intemporal.
¡Qué vuelco el de las lectu-
ras juveniles de la generación
de los 50!)
Se comentaba en la peña
palermita la última serie de
Populibros
que, a imitación de
los textos de la
Biblioteca enci-
clopédica popular
del gobierno
de México (¡25 centavos el
volumen!), introdujo Scorza
con notable éxito comercial
en el Perú. O se sometía a
autopsia i
n vivo
la última pelí-
cula en carteleras, como cier-
ta vez que el persuasivo
Zavaleta nos demostraba
por qué era un ‘acto gratui-
to’ –ajeno a la estructura de
conjunto– la escena final de
El salario del miedo
de Clouzot.
Y siempre hubo tela que cor-
tar. Era la década de
Los olvi-
dados
de Buñuel,
Y se hizo jus-
Wáshington Delgado y Leopoldo Chariarse, 1961.