LIBROS & ARTES
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Malasia, Guinea, Tchad,
Madagascar, Mali, Senegal,
Mauritania, Dahomey, Ni-
ger, triunfa la revolución cu-
bana con Castro y el Che,
comienza el conflicto ruso-
chino ...
El Perú, este pequeño y
amado reducto
al pie del orbe
,
al término de la guerra mun-
dial goza la primavera de-
mocrática de Bustamante
agostada por el cuartelazo de
1948. Sufre la farsesca ‘baja-
da al llano’ del general Odría
y la burla electoral de 1950 y
vive hasta 1956 una dictadu-
ra que se beneficia de la ex-
portación de minerales por
la guerra de Corea y mantie-
ne a comunistas y apristas
fuera de la ley. San Marcos,
que entonces juega con intre-
pidez su rol de conciencia
crítica del país, es un hervi-
dero. Se suceden las huelgas
y manifestaciones, los toques
de queda, las detenciones. Y
los tanques con hombres de
uniforme rompen sus puer-
tas un día. La universidad y
la generación del 50 dan su
cuota de exiliados: Oswaldo
Jiménez Rojas, Ricardo
Napurí, Luis Alberto Peláez
a la Argentina, Paco Bendezú
a Chile, Juan Pablo Chang a
Panamá, Adalberto Fonkén
no recuerdo a dónde, Car-
los Delgado a Guatemala,
José Luis Calvo al Brasil,
Gustavo Valcárcel, Manuel
Mejía Valera, Gonzalo Rose,
Manuel Scorza a México.
Conocen la prisión Aníbal
Quijano, Raúl Peña, Ismael
Frías, Carlos Howes, Alfon-
so Barrantes, Manuel Ve-
lázquez. Tornan los emigra-
dos y en las agonías del
odriato surgen nuevos par-
tidos políticos bullentes: De-
mócrata Cristiano de Ma-
nuel Polar, Social Progresis-
ta de Augusto Salazar Bondy,
Acción Popular de Fernan-
do Belaúnde. Manuel Prado
accede al poder y de inme-
diato devuelve el estatuto le-
gal al Apra y las izquierdas.
Es la década ilusa del
dogma rostoviano. Desarro-
llismo, industrialización a
todo dar, revolución verde,
el sueño evanescente del
take
off
, los grandes edificios de
boato y coima, ministerios,
unidades escolares, urbaniza-
ciones, hospitales, carreteras.
Pero, dejado a su suerte el
agro, donde el gamonalismo
reina impune, se pauperiza y
despuebla el campo y las iz-
quierdas se agitan. Hay inva-
sión de tierras, cunde la mi-
gración y pululan las ‘barria-
das’ citadinas, ese fenómeno
coetáneo en Latinoamérica
de las chabolas marginales,
villa miseria
bonaerense,
callam-
pa
santiaguina,
favela
carioca.
Los provincianos toman a
Lima por la garganta y la
infatuada metrópoli, aunque
los coopta y deglute, ya no
volverá nunca a ser la mis-
ma. Y, como la parte refleja
al todo, la briosa generación
de los intelectuales del 50 in-
cluye una cuota de provin-
cianos harto más nutrida que
en cualquier grupo anterior.
Aquel escenariomundial,
aquella experiencia peruana,
como en el área común a los
círculos intersectantes del
conjunto de Wenn, son el
mundo compartido por la
generación de los 50. Para
todo escritor, el medio en
que está inmerso y las influen-
cias de época configuran ese
implante raigal que los ale-
manes llaman
Sitz im Leben
y
que sustenta su obra. Visto
que toda pieza de arte con-
juga la idiosincrasia del au-
tor y la realidad externa, la
generación literaria de los 50
camina por una doble vía,
entre tradición y cambio.
LA NARRACIÓN
El relato sintoniza y ab-
sorbe pronto las nuevas téc-
nicas narrativas del momen-
to: monólogo interior, dis-
loque de los tiempos, intros-
pección, desdoblamiento de
actantes, copresencia de pi-
sos o niveles discursivos,
plots
secundarios o concurrentes.
Hay cuentos logrados como
de un tirón, vgr. alguno de
Galdo Pagaza o el magnífi-
co
Humo
de Ratto, que deja
a todos esperando nuevas
primicias. Pero es intensa la
voluntad de innovar. Algo de
ejercicio lúdico hay, por
ejemplo, en los cuentos ex-
perimentales de
La batalla
(1954) o
Los Ingar
(1955) y
El Cristo Villenas
(1956) de
Zavaleta, difusor de Joyce y
Faulkner y autor de un estu-
dio sobre el último (1959).
También hallan sitio los
nuevos temas. La atmósfera
social andina aún destila fuer-
za y turbulencia en
Ñahuin
(1953) de Vargas Vicuña y
empapa la prosa cuentística
de
Mala entraña
(1955) y
La
Escalera
(1956) de Tulio
Carrasco o la antología de
Narradores cuzqueños
(1958)
de Rubén Sueldo Guevara.
Pero van ganando pro-
tagonismo el
lumpen
y los
problemas nuevos de la nue-
va urbe. Marginales, desarrai-
go del inmigrante, desem-
pleo, pauperización y hacina-
miento suburbanos son la
materia prima en los relatos
de Enrique Congrains Mar-
tin (
Lima, hora cero
, 1954) y
de José Bonilla Amado (
La
calle de las mesas tendidas
, 1957)
y en algunos de Julio Ramón
Ribeyro (
Los gallinazos sin plu-
mas
, 1955), que pronto será,
como más tarde Vargas
Llosa, el narrador de las cla-
ses medias.
LA POESÍA
La poesía, en cambio,
mantiene en curso y por más
tiempo la onda lírica.
Intimismo romántico y cui-
dado formal campean en
Los ríos de la noche
(1951) de
Chariarse,
Cartones del cielo y
de la tierra
(1951) de Esco-
bar,
El cuerpo que tú iluminas
(1951) de Romualdo,
Formas
de la ausencia
(1955) y
Para vi-
vir mañana
(1959) de
Wáshington Delgado,
Agonía
de amor
(1951),
Poesía
(1956)
y
Hacia la ternura
(1957) de
Quiroz Malca,
Las im-
precaciones
(1955) y
Los adioses
(1958) de Scorza,
Los años
de
Bendezú,
La luz armada
(1954) y
Cantos desde lejos
(1957) de Rose,
Retorno a la
creatura
(1957) de Guevara.
En el curso de la década.
enriquece al
metiér
poético
una cuota díscola y valiente
de prosaísmos, con giros y
matices copiados de la
oralidad cotidiana. Y, en al-
gunos autores, hay un sesgo
consciente hacia la temática
social que ya anunciaban
De
acero somos
(1950) de Os-
waldo Jiménez Rojas o el
Canto a los mineros de Bolivia
(1953) de Scorza. El ejem-
plo más notable es el con-
junto
Mar de fondo
,
España ele-
mental
y
Poesía concreta
, de
Poe-
sía
(1954), de Romualdo Va-
lle, que tras la frase lúcida y
gallarda –“¡a otra cosa!”–
muda el hondo palpitar de
La torre de los alucinados
a otro
latir no menos intenso, pero
batallador y marcial. Más tar-
de, el W. Delgado de
Formas
de la ausencia
se irá alejando
de la inconsútil belleza de
Salinas, del poema breve y
reflexivo a lo Guillén y de la
economía léxica de Prevert,
por la vía que conduce hasta
la sabia madurez final de su
Artidoro
.
¿ARTE PURO
VERSUS
ARTE SOCIAL?
Se ha dicho que la litera-
tura de los 50 vivió el dile-
ma ‘arte por el arte’ o ‘realis-
mo social’. En lo que con-
cierne a poesía, se ubica a
unos cuantos en la corriente
de los
puros
en la línea de
Sologuren y Eielson (vgr.
Blanca Varela, Sebastián
Salazar, José Ruiz Rosas,
Bendezú, Chariarse, Belli) y
se coloca unos cuantos en la
fila de los
engagés
(vgr.
Valcárcel, Scorza, Romualdo,
Rose). Supongo que etique-
tas así son de rigor en cual-
quier manual de historia lite-
raria. Pero eso está más allá
de mi alcance –y de mi in-
tención. Como a vuelo de
pájaro, veo que tales influjos
Wáshington Delgado, Marco Martos y Lucha Delgado, 1972.
“
Palermo
nunca conoció cabeza. Fue tan mío como de decenas de
miembros de la generación de los cincuenta, de amigos entrañables que
respeto y no olvido. Todos éramos caballeros de mesa redonda en un
perpetuo congreso de libertad de palabra, sin
chairman,
sin quórum
establecido, sin balotas negras ni reglamento interno.”