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LIBROS & ARTES

Página 10

omo puede leerse en

las páginas de Platón,

cuando Sócrates estaba con-

denado a beber la cicuta,

tuvo todavía un tiempo

para conversar con sus

amigos y ejercer su magis-

terio hasta el último minu-

to de su vida. Ese tiempo es

simbólico y expresa de

modo concentrado la corte-

dad de la vida. Cuando

Critón le dice al maestro que

tiene un espacio para el dis-

frute antes de que llegue la

noche definitiva, Sócrates

recuerda que debe el pre-

cio de un gallo a Esculapio

y pide a su discípulo que se

haga cargo de esa deuda y

luego va con serenidad a

cumplir su condena.

En el combate entre

Eros y Thánatos, lo sabemos

por experiencia desde niños

cuando vemos la muerte de

los mayores siempre delan-

teros, Thánatos es el eterno

vencedor, pero hay algunas

personas que son capaces de

defender la bandera de Eros

en el consabido combate

con la muerte. De esta clase

de personas era Wáshington

Delgado. Por eso, para quie-

nes lo hemos conocido, sus

75 años nos parecen pocos

y como ha finado de un mo-

mento a otro, en plena po-

sesión de sus facultades, la

parca nos parece particular-

mente injusta con un hom-

bre querido por muchos

pues era un excelente poeta,

maestro ejemplar, fino pro-

sista, humanista a carta cabal.

La faceta más conocida

de Wáshington Delgado es

la de poeta. Se le suele ubi-

car en la llamada generación

del 50. En verdad este rótu-

lo genérico abarca a dos pro-

mociones de escritores, los

que aparecieron en la déca-

da del 40 como Jorge

Eduardo Eielson, Sebastián

Salazar Bondy, Javier

Sologuren, Gustavo Valcár-

cel y los que aparecieron en

la década del 50 como Gon-

zalo Rose, Carlos Germán

Belli, Pablo Guevara o el

propio Wáshington Delga-

do. Aficionados como so-

mos a los estereotipos, se ha

signado sin más a Wá-

shington Delgado como un

heredero exclusivo de la ver-

tiente literaria española, afir-

mación que no deja de ser

una verdad a medias, pues

él como poeta era conoce-

dor de distintas tradiciones.

Leía con fruicción a poetas

tan diferentes entre sí como

Horacio, Dylan Thomas,

Eliot, Rilke, Boris Pasternak

y a Bertolt Brecht.

La rueda de la fortuna li-

teraria ha escogido a Jorge

Eduardo Eielson y Blanca

Varela como los poetas

emblemáticos del grupo de

líridas aparecidos en los años

cincuenta. Ahora probable-

mente Wáshington Delgado

empezará a llamar la atención

por la exquisita originalidad

de su poesía, pues él fue tem-

pranamente quien resolvió en

su práctica poética la aparen-

te contradicción entre poe-

sía pura y poesía comprome-

tida, tema polémico en años

finales de la década del cin-

cuenta. La poesía de Delga-

do, con un fondo filosófico

epicúreo y escéptico, de pe-

simismo radical a veces, se

transformaba en palabra de

esperanza cuando soñaba

con el Perú. Su verso sedo-

so se apodera del lector y

entre líneas va dejando lec-

ciones de sabiduría.

EL CONTEXTO DE LA

TRADICIÓN

Desde el punto de vista

formal, en la literatura perua-

na del siglo XX hay un pu-

ñado de poetas que compo-

ne sus textos concentrando

el lenguaje, luchando por

decir las palabras más exac-

tas, concentrando significa-

dos. Esta manera de com-

poner puede parecer una es-

pecie de lucha contra el án-

gel de la esterilidad. A veces

en el papel sólo quedan tra-

zas de este combate que el

lector apenas percibe. El

poeta paradigmático de esta

manera de escribir es Emi-

lio Adolfo Westphalen. Pero

junto a él, como estrellas con

su propio brillo, aparecen

Jorge Eduardo Eielson, José

María Eguren, Blanca Varela,

Javier Sologuren. Son poe-

tas que hablan desde el silen-

cio y que están asociados,

¿qué duda cabe?, a Mallarmé,

probablemente el poeta que

más se exigía en la tradición

francesa. Y en el ámbito his-

panoamericano el homólo-

go por excelencia bien pue-

de ser Octavio Paz.

Pero hay otros poetas,

igualmente valiosos, que tie-

nen diversa manera de orga-

nizar sus materiales. Ellos

C

LAS PALABRAS

PERSISTEN

Marco Martos

Como lectores algo sabemos: que una porción importante de la calidad

de la poesía peruana del siglo XX se la debemos a Wáshington Delgado.

Cuando uno a uno desaparezcamos los que lo hemos conocido, nuevos

lectores habrá que reconocerán como muy hermosa a esta lírica que

enorgullece al Perú de hoy.

“Wáshington Delgado pudo escribir versos por millares,

pues tenía el regusto por la palabra, la facilidad de los elegidos,

la cultura clásica de los que llegan a la sabiduría, pero como el

mago que no repite sus actos, prefirió la poquedad, la difícil

poquedad de un poeta de gran talento.”

Wáshington Delgado, 1993.

ArchivoHermanSchuarz

Wáshington Delgado