

LIBROS & ARTES
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A
Vladimir Nabokov
l leer, debemos fijar-
nos en los detalles,
acariciarlos. Nada tienen de
malo las lunáticas sandeces
de la generalización cuan-
do se hacen después de re-
unir con amor las soleadas
insignificancias del libro. Si
uno empieza con una gene-
ralización prefabricada, lo
que hace es empezar desde
el otro extremo, alejándose
del libro antes de haber em-
pezado a comprenderlo.
Nada más molesto e injusto
para con el autor que empe-
zar a leer, supongamos,
Madame Bovary
, con la
idea preconcebida de que es
una denuncia de la burgue-
sía. Debemos tener siempre
presente que la obra de arte
es, invariablemente, la crea-
ción de un mundo nuevo; de
manera que la primera tarea
consiste en estudiar ese
mundo nuevo con la mayor
atención, abordándolo como
algo absolutamente desco-
nocido, sin conexión evi-
dente con los mundos que
ya conocemos. Una vez es-
tudiado con atención este
mundo nuevo, entonces y
sólo entonces estaremos en
condiciones de examinar
sus relaciones con otros
mundos, con otras ramas
del saber.
Otra cuestión: ¿Pode-
mos obtener información de
una novela sobre lugares y
épocas? ¿Puede ser alguien
tan ingenuo como para creer
que esos abultados
best-
sellers
difundidos por los
clubs del libro bajo el enun-
ciado de «novelas históri-
cas» pueden contribuir al
enriquecimiento de nuestros
conocimientos sobre el pa-
sado? Pero ¿y las obras
maestras? ¿Podemos fiar-
nos del retrato que hace
Jane Austen de la Inglate-
rra terrateniente, con sus
baronets y sus jardines
paisajistas, cuando todo lo
que ella conocía era el sa-
lón de un pastor protestan-
te? Y
Casa desolada
, esa
fantástica aventura amoro-
sa en un Londres fantásti-
co, ¿podemos considerarla
un estudio del Londres de
hace cien años? Desde lue-
go que no. Y lo mismo ocu-
rre con las demás novelas de
esta serie. La verdad es que
las grandes novelas son
grandes cuentos de hadas.
El tiempo y el espacio,
ria de este mundo sea bas-
tante real (dentro de las li-
mitaciones de la realidad),
pero no existe en absoluto
como un todo fijo y acepta-
do: es el caos; y a este caos
le dice el autor: «¡Anda!»,
dejando que el mundo vibre
y se funda. Entonces, los
átomos de este mundo, y no
sus partes visibles y super-
ficiales, entran en nuevas
combinaciones. El escritor
es el primero en trazar su
mapa y poner nombre a los
objetos naturales que con-
tiene. Estas bayas son co-
mestibles. Ese bicho motea-
do que se ha cruzado veloz
en mi camino se puede do-
mesticar. Aquel lago entre
los árboles se llamará Lago
de Opalo o, más artística-
mente Lago aguasucia. Esa
bruma es una montaña... y
aquella montaña tiene que
ser conquistada. El artista
maestro asciende por una
ladera sin caminos trazados;
y una vez arriba, en la cum-
bre batida por el viento,
¿con quién dirán que se en-
cuentra? Con el lector ja-
deante y feliz. Y allí, con un
gesto espontáneo, se abra-
zan y, si el libro es eterno,
se unen eternamente.
A propósito, utilizo la
palabra lector en un sentido
muy amplio. Aunque parez-
ca extraño, los libros no se
deben leer; se deben releer.
Un buen lector, un lector de
primera, un lector activo y
creador, es un «relector». Y
os diré por qué. Cuando te-
nemos un libro por primera
vez, la operación de mover
laboriosamente los ojos de
izquierda a derecha, línea
tras línea, página tras pági-
na, actividad que supone un
complicado trabajo físico
con el libro, el proceso mis-
mo de averiguar en el espa-
cio y en el tiempo de qué
trata, todo esto se interpone
entre nosotros y la aprecia-
ción artística. Cuando mira-
mos un cuadro, no move-
mos los ojos de manera es-
pecial; ni siquiera cuando,
como en el caso del libro,
el cuadro contiene ciertos
elementos de profundidad y
desarrollo. El factor tiempo
no interviene realmente en
un primer contacto con el
cuadro. Al leer un libro, en
cambio, necesitamos tiem-
po para familiarizarnos con
él. No poseemos ningún ór-
BUENOS LECTORES
Y BUENOS
ESCRITORES
Todo gran escritor es un gran embaucador
Hace cien años, Flaubert, en una carta a su amante, hacía el si-
guiente comentario:
Comme I´on serait savant si I´on connaissait
bien seulement cinq à six livres;
«qué sabios seríamos si sólo cono-
ciéramos bien cinco o seis libros».
el color de las estaciones, el
movimiento de los múscu-
los y de la mente, todas es-
tas cosas no son, para los es-
critores de genio (por lo que
podemos suponer, y confío
en que suponemos bien),
nociones tradicionales que
pueden sacarse de la biblio-
teca circulante de las verda-
des públicas, sino una serie
de sorpresas extraordinarias
que los artistas maestros
han aprendido a expresar a
su manera personal. La or-
namentación del lugar co-
mún incumbe a los autores
de segunda fila; estos no se
molestan en reinventar el
mundo; sólo tratan de sacar-
le el jugo lo mejor que pue-
den a un determinado orden
de cosas, a los modelos tra-
dicionales de la novelística.
Las diversas combinaciones
que un autor de segunda fila
es capaz de producir dentro
de estos límites fijos pueden
ser bastante divertidas, pese
a su carácter efímero, por-
que a los lectores de segun-
da les gusta reconocer sus
propias ideas vestidas con
un disfraz agradable. Pero
el verdadero escritor, el
hombre que hace girar pla-
netas, que modela a un hom-
bre dormido y manipula an-
sioso la costilla del dur-
miente, esa clase de autor no
tiene a su disposición nin-
gún valor predeterminado:
debe crearlos él. El arte de
escribir es una actividad fú-
til si no supone ante todo el
arte de ver el mundo como
el substrato potencial de la
ficción. Puede que la mate-