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LIBROS & ARTES

Página 8

A

Vladimir Nabokov

l leer, debemos fijar-

nos en los detalles,

acariciarlos. Nada tienen de

malo las lunáticas sandeces

de la generalización cuan-

do se hacen después de re-

unir con amor las soleadas

insignificancias del libro. Si

uno empieza con una gene-

ralización prefabricada, lo

que hace es empezar desde

el otro extremo, alejándose

del libro antes de haber em-

pezado a comprenderlo.

Nada más molesto e injusto

para con el autor que empe-

zar a leer, supongamos,

Madame Bovary

, con la

idea preconcebida de que es

una denuncia de la burgue-

sía. Debemos tener siempre

presente que la obra de arte

es, invariablemente, la crea-

ción de un mundo nuevo; de

manera que la primera tarea

consiste en estudiar ese

mundo nuevo con la mayor

atención, abordándolo como

algo absolutamente desco-

nocido, sin conexión evi-

dente con los mundos que

ya conocemos. Una vez es-

tudiado con atención este

mundo nuevo, entonces y

sólo entonces estaremos en

condiciones de examinar

sus relaciones con otros

mundos, con otras ramas

del saber.

Otra cuestión: ¿Pode-

mos obtener información de

una novela sobre lugares y

épocas? ¿Puede ser alguien

tan ingenuo como para creer

que esos abultados

best-

sellers

difundidos por los

clubs del libro bajo el enun-

ciado de «novelas históri-

cas» pueden contribuir al

enriquecimiento de nuestros

conocimientos sobre el pa-

sado? Pero ¿y las obras

maestras? ¿Podemos fiar-

nos del retrato que hace

Jane Austen de la Inglate-

rra terrateniente, con sus

baronets y sus jardines

paisajistas, cuando todo lo

que ella conocía era el sa-

lón de un pastor protestan-

te? Y

Casa desolada

, esa

fantástica aventura amoro-

sa en un Londres fantásti-

co, ¿podemos considerarla

un estudio del Londres de

hace cien años? Desde lue-

go que no. Y lo mismo ocu-

rre con las demás novelas de

esta serie. La verdad es que

las grandes novelas son

grandes cuentos de hadas.

El tiempo y el espacio,

ria de este mundo sea bas-

tante real (dentro de las li-

mitaciones de la realidad),

pero no existe en absoluto

como un todo fijo y acepta-

do: es el caos; y a este caos

le dice el autor: «¡Anda!»,

dejando que el mundo vibre

y se funda. Entonces, los

átomos de este mundo, y no

sus partes visibles y super-

ficiales, entran en nuevas

combinaciones. El escritor

es el primero en trazar su

mapa y poner nombre a los

objetos naturales que con-

tiene. Estas bayas son co-

mestibles. Ese bicho motea-

do que se ha cruzado veloz

en mi camino se puede do-

mesticar. Aquel lago entre

los árboles se llamará Lago

de Opalo o, más artística-

mente Lago aguasucia. Esa

bruma es una montaña... y

aquella montaña tiene que

ser conquistada. El artista

maestro asciende por una

ladera sin caminos trazados;

y una vez arriba, en la cum-

bre batida por el viento,

¿con quién dirán que se en-

cuentra? Con el lector ja-

deante y feliz. Y allí, con un

gesto espontáneo, se abra-

zan y, si el libro es eterno,

se unen eternamente.

A propósito, utilizo la

palabra lector en un sentido

muy amplio. Aunque parez-

ca extraño, los libros no se

deben leer; se deben releer.

Un buen lector, un lector de

primera, un lector activo y

creador, es un «relector». Y

os diré por qué. Cuando te-

nemos un libro por primera

vez, la operación de mover

laboriosamente los ojos de

izquierda a derecha, línea

tras línea, página tras pági-

na, actividad que supone un

complicado trabajo físico

con el libro, el proceso mis-

mo de averiguar en el espa-

cio y en el tiempo de qué

trata, todo esto se interpone

entre nosotros y la aprecia-

ción artística. Cuando mira-

mos un cuadro, no move-

mos los ojos de manera es-

pecial; ni siquiera cuando,

como en el caso del libro,

el cuadro contiene ciertos

elementos de profundidad y

desarrollo. El factor tiempo

no interviene realmente en

un primer contacto con el

cuadro. Al leer un libro, en

cambio, necesitamos tiem-

po para familiarizarnos con

él. No poseemos ningún ór-

BUENOS LECTORES

Y BUENOS

ESCRITORES

Todo gran escritor es un gran embaucador

Hace cien años, Flaubert, en una carta a su amante, hacía el si-

guiente comentario:

Comme I´on serait savant si I´on connaissait

bien seulement cinq à six livres;

«qué sabios seríamos si sólo cono-

ciéramos bien cinco o seis libros».

el color de las estaciones, el

movimiento de los múscu-

los y de la mente, todas es-

tas cosas no son, para los es-

critores de genio (por lo que

podemos suponer, y confío

en que suponemos bien),

nociones tradicionales que

pueden sacarse de la biblio-

teca circulante de las verda-

des públicas, sino una serie

de sorpresas extraordinarias

que los artistas maestros

han aprendido a expresar a

su manera personal. La or-

namentación del lugar co-

mún incumbe a los autores

de segunda fila; estos no se

molestan en reinventar el

mundo; sólo tratan de sacar-

le el jugo lo mejor que pue-

den a un determinado orden

de cosas, a los modelos tra-

dicionales de la novelística.

Las diversas combinaciones

que un autor de segunda fila

es capaz de producir dentro

de estos límites fijos pueden

ser bastante divertidas, pese

a su carácter efímero, por-

que a los lectores de segun-

da les gusta reconocer sus

propias ideas vestidas con

un disfraz agradable. Pero

el verdadero escritor, el

hombre que hace girar pla-

netas, que modela a un hom-

bre dormido y manipula an-

sioso la costilla del dur-

miente, esa clase de autor no

tiene a su disposición nin-

gún valor predeterminado:

debe crearlos él. El arte de

escribir es una actividad fú-

til si no supone ante todo el

arte de ver el mundo como

el substrato potencial de la

ficción. Puede que la mate-