

LIBROS & ARTES
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como todas las pasiones; en
un vicio elevado, irreprimi-
ble, selecto. Valery Larba-
ud, lo ha expresado bella-
mente:
“Fuera y más allá de los
oficios, de las profesiones
y las altas especialidades a
que os preparamos, hay una
aristocracia abierta a todos,
pero que nunca y en ningún
tiempo ha sido numerosa,
una aristocracia invisible,
dispersa, desprovista de
distintivos exteriores, sin
existencia oficialmente re-
conocida, sin diplomas y
sin patentes y, con todo,
más brillante que cualquier
otra; sin poder temporal y
que, no obstante, posee un
poder considerable, tanto
que a menudo condujo el
mundo y dispuso el porve-
nir. Salieron de sus filas los
príncipes más verdadera-
mente soberanos que co-
nozca la historia, los úni-
cos que, años y, en ciertos
casos, siglos después de su
muerte, dirigen las accio-
nes de los hombres. Podéis
formar parte de esta aris-
tocracia: os invita ella mis-
ma y, como única condición
para admitiros exige que,
inmoderadamente y por
luengos años, os hayáis de-
dicado a una cierta forma
de goce que se llama la lec-
tura.”
Al placer espiritual de
leer una obra valiosa, suele
unírsele el placer material
de manejar un libro bien
editado, de acariciar una
fina encuadernación, de pa-
“El libro es una
conversación
abierta,
sin tiempo ni lími-
tes espaciales entre
una persona
concreta y única,
el autor, y otra per-
sona indefinida y
cambiante, el
lector.”
Luis Jaime Cisneros (Lima, 1921) acaba de ser ho-
menajeado por la Universidad Católica en un acto pú-
blico y con dos meditados volúmenes de trabajos aca-
démicos que le rinden pleitesía. Personas de diversas
edades y diferentes generaciones lo están reconocien-
do una vez más como un maestro cabal del Perú con-
temporáneo. Justo es preguntarse por las razones de su
influencia persistente en el claustro universitario y, allen-
de los muros, en la vida cívica del país.
Cisneros pertenece a una familia de intelectuales,
hijo y nieto de escritores, pasó su juventud en la Ar-
gentina, donde tuvo un profundo interés por la medici-
na primero y luego por la filología. Trató de cerca a
Amado Alonso y regresó al Perú durante el gobierno
de Bustamante y Rivero. En 1948 se incorporó a la
Universidad Católica como profesor, y años más tar-
de a la Universidad de San Marcos. Dueño de una
prosa castiza y elegante sin ser rebuscada, atrapa al
lector y lo introduce con placer en temas complejos.
La gama de sus intereses es muy variada, desde escri-
tores de la época colonial como Juan de Espinoza
Medrano, de exquisitez barroca, hasta finos poetas
simbólicos de Lima como José María Eguren o Mar-
tín Adán; tanto le interesan las formas de relieve del
español moderno como la patología del lenguaje.
Cuando Cisneros sale del ambiente universitario
y se interna en las plazas públicas, su lenguaje se hace
más diáfano, dirigiéndose a las mayorías no necesa-
riamente letradas para defender en todo tiempo y cir-
cunstancia a la democracia como el sistema más ade-
cuado para garantizar la convivencia de los hombres.
Pero el secreto del éxito de Luis Jaime Cisneros,
es una sociedad poco dispuesta a conceder honores y
reconocer méritos, está en el afecto que da a sus alum-
nos en la cátedra universitaria, en la conversación en
el patio, en la oficina, en el café. Recién salidos del
colegio, perdidos en un mundo de insólitos atractivos
y nebulosos porvenires, quienes tienen la fortuna de
oír en esa temprada edad de grandes decisiones a Luis
Jaime Cisneros, se descubren a sí mismos y aprenden
lentamente a orientar su propia vida. Los silencios de
Cisneros dicen tanto como sus palabras. Se calla para
que hable el otro y el diálogo sea fructífero. ¡Qué pa-
ciencia para tratar a los intonsos! Las horas más pre-
ciosas de su vida se las dedica a los jóvenes. Y a los
antiguos discípulos los va volviendo en iguales como
Armando Zubizarreta, José Miguel Oviedo, Abelardo
Oquendo, Luis Loayza, Enrique Carrión, Carlos Gatti,
y tantos otros más jóvenes, con los que comparte su
propia cátedra.
Cisneros se proyecta al porvenir; como Ramón
Menéndez Pidal, siempre tiene un trabajo entre ma-
nos, varios libros en cierne, proyectos para la Acade-
mia Peruana de la Lengua, ideas para modificar los
cursos que imparte, gestiones para que brillantes alum-
nos alcancen su doctorado en las universidades apro-
piadas. Por todo ello es un maestro, probablemente el
más caracterizado del Perú en estos años difíciles.
(G.C.)
EL MAESTRO
LUIS JAIME
CISNEROS
sar unas páginas marfileñas
y satinadas, de apreciar unas
letras claras, equilibradas,
que hagan placentera la lec-
tura. El libro ha pasado por
muchas fases, cada una con
su propia belleza física, des-
de los ladrillos babilónicos,
los papiros egipcios o las
vitelas medievales, hasta
llegar a su forma actual. El
papel de Gutemberg y sus
continuadores ha sido
invalorable al contribuir a la
multiplicación y abarata-
miento de los libros que tra-
jo consigo la extensión de
la cultura. Como consigna-
ra Lichtenberg, en uno de
sus célebres aforismos: “El
plomo derrumbó las mura-
llas de la EdadMedia, y más
el plomo de las imprentas
que el de las balas”. Si bien
la imprenta abarató los li-
bros no descuidó su belle-
za. Desde sus primeros
tiempos, los editores la bus-
caron con finura y buen gus-
to. Particularmente ilustre,
en este sentido, fue la
veneciana familia Aldo, en
la Italia del siglo XVI, in-
ventores de la letra itálica o
cursiva.Auno de sus miem-
bros,Aldo Manuzio, el poe-
ta argentino Francisco Luis
Bernárdez, le dedicó este
elegante soneto:
Firme en la amistad y en la
armonía
de su maravillosa arquitec-
tura,
cuya seguridad serena y
pura
es más fuerte que el tiempo
y su porfía,
tu casi celestial tipografía
alza la claridad de su es-
tructura
dando cuerpo de paz y de
dulzura
al alma de la eterna poe-
sía.
Y hace que, confundidos y
abrazados,
la letra y el espíritu infla-
mados
unan su voluntad y su po-
der,
para vivir en el espacio frío
y en el tiempo dramático y
sombrío
con la luz y el calor de un
solo ser.
Empecé este artículo
acerca del libro, el escritor
y la lectura, con un soneto.
En aras de la simetría, lo he
terminado con otro.
Miraflores, junio de 2002.