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LIBROS & ARTES

Página 6

tiérrez Quintanilla (Ibid). El

Estado era impotente fren-

te al vicio, que corrompe el

derecho y las costumbres.

La ley del divorcio fue iden-

tificada por los clericales

con la insolencia, con la re-

belión, y como un ataque

contra la iglesia. Pretender

poner en marcha un regis-

tro civil, arrebatarle a la

iglesia el dominio sobre la

escritura para registrar la

existencia de los individuos

resultaba una herejía. La ley

fomenta la rebelión contra

la iglesia.

Fue precisamente en

esos años cuando aparecie-

ron diferentes pedidos para

organizar a la población a

través del registro escrito de

determinados aspectos de la

vida de las personas. Fue el

caso de médicos higienistas

y mujeres vanguardistas,

que insistieron en la nece-

sidad de contar con certifi-

cados médicos pre matrimo-

niales, con la difusión de

cartillas sanitarias, con el

uso de carnets de salud para

escolares, registros para

nodrizas, por mencionar los

más relevantes. En contras-

te, para los clericales tran-

ces centrales de la vida de

las personas, como el naci-

miento, el matrimonio y la

muerte, debían estar y esta-

ban signados por los sacra-

mentos. El enfrentamiento a

propósito del tema fue muy

explícito y militante.

La importancia asigna-

da por las personas a estos

momentos considerados

claves en la vida de los in-

dividuos coincide con las

resistencias de la iglesia y

sus miembros para aceptar

el matrimonio civil y renun-

ciar al monopolio sobre los

registros mencionados. La

inscripción de las personas

era una forma de darles

vida, de aceptar su existen-

cia, de definir su identidad.

Qué mejor manera de ejer-

cer el poder, en contraste

con el tan precario desarro-

llo de las instituciones que

ni podía ni le interesaba dis-

putarle este terreno a la igle-

sia. El rechazo a la moral

laica y el fervor en la defen-

sa de los principios religio-

sos como guía para el com-

portamiento humano están

estrechamente vinculados

con el escaso grado de in-

corporación de la norma, y

las tenues posibilidades del

ejercicio de la presión indi-

vidual sobre el control y

dominio de los demás. En

el análisis de estas tenden-

cias pueden encontrarse las

claves para entender la re-

lación entre el desarrollo de

las instituciones, la forma-

ción de la individualidad y

el reparto del poder y el

equilibrio de los sexos. El

Estado peruano se libró de

su sometimiento al poder

parroquial con respecto al

registro independiente de la

población del territorio na-

cional en 1936.

Los clericales sostuvie-

ron que si se desconocía el

carácter legal de un acto re-

ligioso y tan trascendental

como el matrimonio en el

catolicismo no era posible

seguir sosteniendo que el

Estado protegía la religión

católica. Al establecer el

matrimonio civil indepen-

diente de la religión y el di-

vorcio absoluto, se atacaba

parte esencial de la doctri-

na católica. Esto ponía de

manifiesto la anticonstitu-

cionalidad de la ley por lo

que debía ser observada (

El

amigo del clero

, 1920. 535).

Emilio Lisson, arzobispo de

Lima, sostenía que la indi-

solubilidad conyugal no se

desprendía del derecho ca-

nónico, ya que el código

civil peruano vigente así lo

señalaba: “El matrimonio se

celebra en la República con

las formalidades estableci-

das por la Iglesia”. A pesar

de la defensa enconada del

código civil de 1852, las po-

siciones clericales se carac-

terizaron en este debate por

su desprecio hacia la pala-

bra escrita y sostuvieron

que más bien el matrimonio

sólo era tributario de las

costumbres, las que, se acla-

raba, precedían las leyes, “y

aún a la misma escritura”.

A la ley no se le debía nada.

La convicción religiosa

y las costumbres eran las

fuentes de donde emanaba

la orientación de la ley. De

esta forma las instituciones

públicas quedaban rebaja-

das en términos de la regu-

lación de la conducta de los

individuos. Eran las cos-

tumbres y los preceptos

eclesiásticos los encargados

de organizar los vínculos

entre las personas, sobre

todo aquellos que configu-

raban los universos priva-

dos.

Las propuestas de las

mujeres de la época a pro-

pósito de la educación su-

pusieron una determinada

visión del funcionamiento

de la sociedad en general y

de la vida privada y sus vín-

culos en particular. Algunas

constituyeron una alterna-

tiva antipatriarcal y

antiservil, con todos los lí-

mites que suponía estar in-

sertas en una sociedad jerár-

quica y virtualmente corte-

sana. La relación entre el

hogar y la escuela, por

ejemplo, fue un tema recu-

rrente entre las educadoras

de este periodo. Simultá-

neamente, la cuestión de los

afectos también orientó de

manera importante la prédi-

ca y las acciones de estas

mujeres. Este es quizás uno

de los distintivos del pensa-

miento y el accionar feme-

nino de esta época. Así es

que la historia de la educa-

ción femenina también

comparte los intereses de

una especie de historia de

los afectos, de la cultura

emocional de la época, en

cuanto contempla la modi-

ficación del comportamien-

to, nuevas formas de control

y autocontrol.

Se trataría de establecer

una relación, o de ver cómo

se articulan en un mismo

proyecto cultural y político,

la escritura y la remodela-

ción del impulso o de las

emociones. No es gratuito

que Clorinda Matto y Ma-

ría Jesús Alvarado, que es-

tuvieron vitalmente com-

prometidas con la difusión

de la palabra escrita, se in-

teresaran de una manera tan

central y política en la ex-

ploración y la crítica del

mundo emocional.

Como otras mujeres,

médicos, políticos y profe-

sionales liberales, María

Jesús Alvarado señalaba la

obsolescencia del código

civil. En este, no sólo de-

nunciaba el sometimiento

femenino a la autoridad do-

méstica. La ilegitimidad de

ese poder privado que san-

cionaba el código se susten-

taba especialmente en una

forma de ser y en una ma-

nera de tratar, en una jerar-

quía anacrónica y perjudi-

cial. Esta era la fuente de los

conflictos domésticos que

proyectaban funestas con-

secuencias a la moral social

(Ibid.17).

Opiniones como ésta re-

velaban la posición crítica

de la periodista frente a la

tutela y la doble moral. El

hombre podía convertirse

en una autoridad conyugal

legítima si controlaba sus

impulsos, entre ellos los

sexuales.Así, el matrimonio

para María Jesús Alvarado

era una institución laica que

podía y debía domesticar al

hombre. Una sociedad con-

yugal planteada según los

criterios de ese código, es

decir de la indisolubilidad

dado su carácter sacramen-

tal, fue vista por la feminis-

ta puritana como contraria

a la configuración de un yo

masculino moderno. La in-

“Los personajes públicos involucrados en el debate sobre la ley del

divorcio y que la combatieron tuvieron un denominador común: no

podían ni estaban dispuestos a construir una moral laica.”