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en la pampa, muriendo las mas veces de hambre
y
sed.))
Pero continuemos nuestro viaje, interrumpido
algunos minutos en la estacion provisional de La
Joya. Despues de haber tomado a1gun alimento,
los tres
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cuatro pasnjeros que habiamos, nos co–
locamos lo m ejor posible en los carros,
y
el tren
se lanzó de nueYo devornndo las distancias y bra–
mando por entre los arenales. ¡Cuán agradable es
escuchar el estruendoso ruido de la máquina en
medio d e la s ol edad del des ierto! Ese bramido es
el grito de la civilizacion que va
á
despertar
á
los
pueblos .
En
ese momento nos dirigiamos hácia Vitor y
Iluasamayo. Entónces, se principia
á
gozar de un
nue-\
o. espectáculo: la inmensidad de médanos que
puobhtn el des ierto. Francmnente, despnes de
ha–
ber
conocido
á
estos habitantes de la costa de Are–
quipa, no recordamos
á
poeta a.lguno que haya can–
hu1o lo. · médanos de un modo digno del ai:)unto.
Y
e:::5tü
asunto
es
muy importante parn, nuestros poe–
tas
y muy
digno ele
la
poesía. Porque al cabo no
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que
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y
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