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cir, la d e ca1rn11o ,
llO no s co11 sta
que so haya usado
entre nosotros, como no fuese en los casos de guer–
ra, en estado de sitio. Se le recomienda en algu–
nos puntos de Europa, como nutritiva y sabrosa.
.En
verdad, no hay razon séria que oponer
á
la
hipofagía; pero nuestras necesidades no han llegado
al estremo de apelar
á
e stos medios, que la falta de
costumbre rechazaría.
No deb e estrañarse, por otra parte, la carestía de
la
carne, porque es sabido que el precio de este
artículo
y
su falta de proporcion con las necesida–
des de las poblaciones se aumentan á medida que
estas se civilizan
y
engrandecen.
IJa
ra.zon es obvia.
Los terrenos empleados en
la
siembra de ciertos
artículos de alimentacion
ó
materias primeras va–
liosas, producen mucho mas que dedicados á la cria
y
ceba de animales.
Un ácre
de tierra dedicado á la alimentacion de
ganados, apenas produce de ocho
á
diez onzas de
carne por dia,
y
suponiendo que un hombre se
ali–
mentase exclusivamente de carne, en cuyo caso
consumiría 6 libras diarias, se necesitarían de 10
á
12
ácres de tierra para mantener, en un año un solo
hombre; mientras que, un ácre sembrado de trigo ali–
mentaria
á 3,
y si lo fuese de papa
á 9,
segun Cur–
wen. De manera que un régimen de papas
y
frutas
con que se alimentarian 100 personas, apenas em–
plearia la tierra, que exijiria ·un régimen animal
para
un solo individuo. (Fruits et farinacea).
Cusas semejantes han producido la alza de precio
de la carne; poro no adelantaré el juicio que forme
la
Comision sobre estos hechos, porque ella es
la
lla–
mada á juzgarlos.
7~
El pescado, y principalmente el de carne roja,,
es en la actualidad abundante. El precio de
treB
centavos por 500 gramos de pescado ordinario, que
representan
16'25 de
azoe
y
72'
50 de carbono, es ba–
ratísimo. Esta cantidad de pescado encierra mas
cantidad
de
azoe y tanta de carbono
como
la me–
jor
carne de vaca. Su fácil digestibilidad la
ha.ce