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que pagar la conducción; su precio, cualquiera que fue–
se debía ser superior a nuestro bolsillo; tuvimos que re–
solvernos a
todo, suplicamos a un caba1lero que nos
dió noticia de un buque pronto a partir para Buenos
Aires; nos recomendase al capitán para que nuestro
pasaje fuese a un precio soportable; lo concertamos sin
ninguna comodidad, sino la que yo aguarda ba de la
compasión que excitaba mi edad, mis trabajos, y mi si–
tuación.
Nos embarcamos el 3 de julio de 1822, estos días siem–
pre eran funestos por la alteración que causaban en mi
ánimo, y en este fuí acometido de un mal habitual, que
mis desgracias me habían producido; me abandonaban
mis facultades, y mi sensibilidad tal vez por haberme
servido sólo para percibir males. Los marineros me
hubieran vuelto a tierra si mi compañero no les
hubie~
ra asegurado mi pronta sanidad, y lo pasajero d e e ste
accidente.
El 3 de agosto nos hicimos a la vela para la Améri–
ca del Sud dejando para siempre a esa Esp aña, tan
cruel como avara, que se había empapado en lagos de
sangre americana para cubrir la Europa de torrentes
de plata y oro, y quédas•e ella ignorante, pobre y co–
rrompida; a esa España igualmente voraz de la huma–
nidad cuando supersticiosa invocaba la religión y
el
evangelio para degollar amerkanos, que cuando que–
riendo ser filósofa, y con la igualdad y derechos del
hombre en sus labios, mandaba 1ejércitos de tigres a Ca–
racas y al Perú. A esa España, finalmente, que en la
injusta posesión de este último, sustituyendo la ignoran–
cia, el despotismo y la servidumbre a
la sabiduría y
felicidad en que estaba bajo de sus antiguos Incas , ha
privado a la humanidad de conocimientos a la ciencia
social
(1)
y natural (2); yo la abandoné , confieso, con
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(
1)
Sería preciso un volumen entero para mos tr ar esta ver–
'Clacl
en todas sus relaciones . Pero bástenos saber que los eur o-