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contra su persona (3) hasta mandarlo preso desde aquel

lugar de su nacimiento a España

y

de allí a Ceuta,

·donde en mi miseria

y

debilidad encontró un vasto cam–

po para sus nobles sentimientos

y

magnánimo corazón,

y

por quien me he puesto en la oportunidad de publi–

car esta historia que aunque desgraciada, pero será útil

a! mundo; oialá ella haga pensar a los hombres sobre

Jos medios de evitar la tiraníra que en mí se ha most-a–

do tan odiosa (zz).

(3) E! año 1812 promovió una insurrecc1on contra los espa–

ñoles en Guánuco, y dirigió los movimientos de 10,000 indios de

las provincias de Panataguas, Conchucos y Guamalíes, que se

aproximaron a la ciudad, donde se preparó una resistencia obs–

tinada, contra la que triunfaron, y su impetuosidad hubiera cau–

sado muchos desastres, si Don Marcos, pasando el puente de

Cuayaupampa oportunamente, no los hubiera evitado.

En

el pue–

blo de Ambo se ganó un segundo triunfo contra los españoles;

y

hasta la venida del Intendente de Tarma tremoló en aquellos

Jn,gares la bandera de la Independencia; mas éste con la arti–

llería de Lima y tropa de línea dispersó a los indios, y desple–

•gó después una venganza bárbara: fueron fusilados Don Juan

José del castillo

y

Don José Rodríguez, compañeros de Don Mar–

cos,

y

éste sentenciado por aba:scal y la Audiencia de Lima a

servir 10 iaños en un hospHal de Es.paña; y las Cortes lo en–

viaron a Africa, después de haberlo despojado de sus vertidu–

ras (es religioso agustino) con degradación.

(zz) Héctor Pedro Blomberg, al llegar al final de estas Me–

Jl!orias, en su estudio crítico ya citado, dice: ..Aquí dan térmi–

no las Memorias de Juan ·Bautista Tupac Amaru. Acabó de es–

cribirlas en Buenos Aires a los ochenta

y

cuatro años de edad ...

¡Qué profunda emoción hay en estas páginas que aquel inca de

cabellos blancos escribía en su resignada y melancólica vejez,

e nfermo y solitario, después de haber visto morir en el tormen–

to a todos los suyos, él, que sobrevivió al torren·te de sangre de

1781, para arrastrar ooho lustros de su vida miserable en trá–

gico

y

dilatado cautiverio, en el cual, mientras avanzaba la ve–

jez sin esperanza, mientras blanqueaban sus cabellos y cambia–

ba el destino de los pueblos, oía r esonar en el fondo de las ·maz–

morras las voces desvanecidas del pasado terrible. . . Oyó des–

de su tumba viviente el fragor de la Revolución Francesa; sus

compañeros de cadena le contaban cómo los pueblos de Améri–

ca marchaban haci a la libertad; los capellanes de los presidios,