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táculo de un hombre octogenario sobre la cubierta
al
riesgo de perecer por mil causas que obraban sobre su
debilidad no le hicieron al capitán variar de conducta;
él continuó manteniéndonos en la misma posición, ja–
más nos convidó a acogernos bajo de la cubierta aun
cuando lluvias copiosas y fríos intolerables caían sobre
nosotros; él procuró no obstante más comodidad a un pe–
rro para quien le hizo una especie de cueva.
Mas todo esto fué preciso para poner en acción los
sentimientos singulares que prodigaba mi compañero ha–
cia un viejo de quien sabía no podía esperar nada; era
muy frecuente en él, preferir mi comodidad a la suya,
y correr en mi socorro para cubrirme del agua y del frío,
dejando mojar entre tanto su ropa, o poniéndomela. To–
das las funciones de mi vida estaban ayudadas de este
hombre singular, que si me hubiera faltado su esmero
un solo día yo hubiera perecido: al verlo el capitán
obrar con tanta constancia en mi favor preguntó a al–
gunos que venían, qué personaje era yo que merecía
tanto de mi compañero, y no pudo persuadirse que no
hubiese algún motivo de sumo interés que produjera
esta conducta en un americano, y que un europeo sólo
la tributa al dinero o al poder.
Al fin de 70 días de navegación y solamente por los
esfuerzos generosos de la humanidad de Don Marcos
Durán Martel, que así se llama este mi conservador tu–
telar, llegué a Buenos Aires.
Aquí los brazos de mis hermanos ya independientes
se extendieron para estrecharme. Mi compañero, Don
Mariano Suvieta, también confinado a Europa por ha–
ber peleado en la causa de la independencia y yo fui–
mos alojados con ternura, amistad e interés por Don Juan
Bautista Azopardo que se halló con nosotros preso en
Ceuta por la misma causa (z). El gobierno después nos
(z)
El
noble
y
generoso Juan Bautista Asopardo fué "el hé–
roe de las primeras campañas navales argentinas" por Ja Inde–
pendenci a de América. (F'.A.L.)