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jo la infamia afecta al crimen de alzado; viéndome el
ejemplo de escarmiento que fijaba más la arbitrariedad
de los opresores, las desgracias de los oprimidos, y el
orgullo fiero de los más viles españoles sobre los ame–
ricanos; recordando la muerte espantosa de mi herma–
no (José Gabriel Túp9c Amaru), de toda mi familia y de
innumerables indios sin venganza, y el cetro de fierro
en América indestructible. ¿Cuál debía ser la amargu–
ra de mis días con estas ideas de lágrimas y deses–
peración que jamás me abandonaron, y que algunas ocu–
rrencias les hacían tomar muchas veces una vivacidad
la más aflictiva?
· En el largo espacio de 32 años hubieron muchas; aho–
ra sólo quiero recordar dos de las que me fueron más
sensibles. Un día queriendo salir de mí mismo por im–
presiones extranjeras tuí a ver el ejercicio de la tropa,
a pesar de que siempre tenía a esta clase de asesinos
por oficio un horror raro, y mucho mayor desde que
fuí instruído de que en Europa se vendían los hombres
para defender a cualquiera causa, que el atractivo de
las banderas cuando se colocaban para aJistar hom–
bres iamás era sino la cantidad de dinero que se ofre–
cía, que así los mismos hombres defendían hoy una cau–
sa y mañana la contraria, para volver otro día a defen–
der la primera
(w).
Puede concebir cualquiera cuánta sería mi sorpresa
Y
pavor cuando estando de espectador de esta gente,
Y
colocado tms de la línea que hacía a su frente la
multitud entre quienes me haHaba confundido se avan–
za el comandante, me escoge de entre todo e,l grupo para
darme con el bastón en la cabeza y dejarme atónito y
sin sentido. Todos los que me rodeaban quedaron lle-
(w)
La lectura de este acápite deja la impresión de que el
autor de estas
Memorias
es un antimilitarista. Pero no es así.
Sus críticas van directamente contra los militares mercenario s.
Bien claro los señala: "hombres que defiend en hoy una causa,
y
mañana, la colltraria". (F.A.L.)