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en este lugar siempre hambriento o alimentado de las
carnes inmundas que arrojaban en los mercados.
Si oía la voz humana era para ser herido de las pro–
ducciones torpes de los facinerosos que me rodeaban, o
para ser insultado de estos mismos con los títulos de
alzado y traidor.
Si el carcelero iba a verme me anticipaba desde la
puerta mil improperios, examinaba mis prisiones, si es–
taban tan ailictivas como era posible, luego me aban–
donaba con aspereza, o me mandaba echar las inmun–
dicias de la cárcel a
la calle, recomendándome a
los
soldados de mi escolta, de suerte que yo era siempre
estimulado por sus bayonetas aun cuando mis cadenas
me impedían, o caminar acelerado, o tomar las actitudes
que ellos gustaban.
El día que ajusticiaron a Don Pedro Mendigori, mari–
do de mi prima hermana Doña Cecilia Túpac Ama:ru,
a ésta y a mí nos sacaron montados en burros apare–
jados y azotándonos por las calles; pero lo más nota–
ble para mí era que estos hombres sentían un género
de placer en mis embarazos
y
tormentos
y
a veces
los tomaban por humor, a manera de los conquista–
dores que cazaban a
los indios con perros por diver–
sión
(i).
El influjo de esta ferocidad había podido trasmitirse
como por contagio hasta los mismos indios, naturalmen–
te humanos
y
dulces,
y
a medida que su comercio con
los españoles era más contiguo, los que me miraban en
las calles a veces se atrevían a echar sobre mí un mirar
compasivo; los que se habían hecho soldados, si no me
(i) Estos inhumanos ·Crímenes se realizaron desde
los pri–
meros
tiempos de la Conquist.a Española en América. Vasco
Núñez de Balboa, en la región llamada Cuarecua, echó sus pe–
rros sobre los indios desnudos e indefensos, matando unos cua–
renta. Tales hechos los escribe Pedro Mártir Angleria
confe–
sor de
!ª.
Reina Isabel la Católica y el más antig,uo his'toriador
de Amenca, en sus famosas "Décadas" dirigidas al Rey de