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22

En esta ocas1on ya no fuí preso y escapé de este

fu–

ror canino que los españoles han mostrado siempre que

se han hallado los hombres bajo de sus garras; pero

los miembros de mi hermano repartidos en las entr(ldas

de la ciudad, el aniquilamiento de una familia inocen–

te e ilustre que había mantenido toda la pureza, senci–

llez y dulzura de nuestros virtuosos padres y antiguos

Incas, por la magnánima resolución con que el padre

había querido romper las cadenas puestas por la ava–

ricia y el Íanatismo, y cuyo peso agrava diariamente el

progreso de la inmoralidad; el horror amargo de ver

caela Bastidas

y

a Tomasa Tito Condemayta, a guisa de morda–

za, se las puso un palo en la boca, amarrado en sus extremos

con un cordel, echándole fuertemente un nu.do sobre Ja nuca.

Con ferocidad innombrable le cortaron Ja lengua a Túpac Ama–

ru, a su tío, a su hijo y a sus cuñados. Después fueron sus–

pendidos en Ja horca doce prisioneros, los últimos de la lista

anterior. Siguieron luego la misma suerte Francisco Túpac Ama–

ru, Antonio Bastidas, Pedro Mendigure e Hipólito Túpac Ama–

ru. Y luego también se le aplicó el garrote a Tomasa Tito Con–

demayta y a Micaela Bastidas, pero a ésta en la forma que

hemos narrado en nota anterior. De estas escenas horribles, por

disposición de Areche, fué espectador José Gabriel Túpac Ama–

ru. Fueron ahorcados delante de sus ojos, sus más leales com–

pañeros y sus familiares predilectos. ¿Cómo no reventó el co–

razón del Cat:dillo, mientras presenciaba el extrangulamiento

de su esposa Micaela Bastidas, Ja heroína orgullosa y altanera?

¿Cómo no reventó el corazón del Héroe al ver a su hijo Hipólito,

casi un niño, pendiente de la horca, la lengua cortada, Ja boca

abierta chorreando sangre? ...

Y después. . . Túpac Amaru fué amarrado de cada pie

y

cada

mano a la cincha de cuatro caballos, respectivamente, que tira–

ron a la carrera, cada uno en direcciones contrarias, pues Ja sen–

tencia ordenaba "que arranquen de una vez los caballos, de for–

ma que quede dividido su cuerpo en otras tantas partes". Un

testigo de este bárbaro crimen escribe: "porque los caballos no

fuesen muy fuertes o porque el indio fuese de fierro, no pu–

dieron dividirlo, después que por un largo rato estuvieron tiro–

neando". Por esta causa se Je cortó la cabeza, los brazos y las

piernas. Carnicería igual se llevó a cabo en

los cuerpos de

su esposa, de su hijo y de las otras víctimas, y las cabezas

sangrientas se expusieron en diferentes lugares visibles. Y hubo