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El único partido que quedaba al jefe del ejército chileno era

mantenerse en Arequipa, aguardando a que el enemigo, confia–

do en su superioridad, intentara atacarlo. El jeneral, por su

parte, confiaba en la moral i disciplina de su tropa, en el acre–

ditado valor del soldado chileno, i sobre todo, en la excelencia

de la caballería que tenia a sus órdenes, i en consecuencia, no

temia los resultados de una batalla, que tanto él como sus sol–

dados deseaban ardientemente. Pero el enemigo no quiso aven–

turar sus fuerzas, i conociendo la apurada situacion del ejército

chileno, prefirió mantenerse

en

sus posiciones, con la esperanza

de que éste emprendiera su retirada, i hostilizarlo entónces ven–

tajosamente, 11mediante el conocimiento práctico del terreno

i

la movilidad de una infantería que en esta calidad puede, sin

exajeraciones, ser reputada sin igual11.

A

pesar de todo,

el

jeneral en jefe del ejército chileno creia

poder verificar en buen órden su retirada sobre Quilca; pero

pensaba dirijir por tierra la caballería a Pisco, a donde tambien

debía encaminarse la escuadra con el resto del ejército. Aterrá–

bale, sin embargo, la idea del miserable estado en que llegaria

la caballería, despues de atravesar doscientas leguas por un

territorio árido, i de las dificultades en que habia de verse la

escuadra

i

el ejército entero para conseguir su subsistencia en

una provincia tan inferior a Arequipa en todo jénero de recur–

sos. Es lo mas probable que al fin hubiera renunciado este plan,

i

preferido reembarcar el ejército en Quilca para restituirlo a

Chile: pero sacrificando todos los caballos i teniendo que recha–

zar la persecucion del enemigo en una travesía de treinta leguas.

En tales circunstancias se hallaba el jeneral Blanco cuando

Santa Cruz le propuso una entrevista en Paucarpata. Prestóse a

ella, i de esta conferencia i otras que se siguieron, resultaron los

tratados de paz, cuyo proyecto consultó previamente al jefe del

Estado Mayor

i

demas jefes del ejército reunidos en consejo de

guerra, los cuales unánimemente opinaron por la celebracion de

los tratados como el mejor partido que en aquellas circunstan–

cias podia adoptarse.

Al terminar esta exposicion decia el jeneral Blanco que, si

ella no era bastante para satisfacer plenamente al Supremo

Go

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bierno, estaba pronto a responder en un consejo

de

guerra

a

Jos