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LIBROS & ARTES
para comunicarse. Eguren
hablaba con uno sobre cual-
quier asunto que se le pasara
por la cabeza y, por otro lado,
tenía preferencias personales
en literatura, pero no inten-
taba imponerlas.
¿Usted leyó el Segundo
Manifiesto surrealista de Bre-
ton en el ejemplar que pertene-
ció a Eguren?
Así es. Era un hombre
muy amplio, totalmente
abierto a lo moderno. Sus
conocimientos no se limi-
taban a la literatura, se in-
teresaba también por la pin-
tura y la música. Su erudi-
ción podía llegar a ser
asombrosa en algunos cam-
pos.
Eguren sufría fuertes limi-
taciones económicas, ¿no?
Vivió en la pobreza más
grande. En la época en que
lo conocí, 16 años antes de
su muerte, se veía obligado
a ir a Lima a pie desde Ba-
rranco porque no tenía di-
nero para pagarse el tranvía.
En eso se asemeja también a
Moro, que no conoció una
etapa en su vida sin sufrir es-
trecheces económicas.
OQUENDODE AMAT
¿Conoció a Carlos Oquen-
do deAmat?
Sí, éramos amigos. Re-
cuerdo que conversábamos
en el patio de Letras de San
Marcos o en las calles; in-
cluso a veces se detenía en
el camino para la lectura de
algún poema.
¿Es cierta la historia según
la cual se exhibía con camisa
colorada en Barranco?
No la recuerdo, pero uno
puede comprobar por las fo-
tografías que se conservan de
él que eramuy atildado y pul-
cro en el vestir; ignoro cómo
lo conseguía, porque vivía en
medio de una pobreza real-
mente increíble. Un día no
lo vimos más y tiempo des-
pués se supo de su partida a
Europa.
ALEJARSE DE
LA POESÍA
Volviendo a su poesía, los
poemas de Las ínsulas extra-
ñas y Abolición de la muerte
tienden a ser de largo flujo,
mientras que los recogidos en
Belleza de una espada clavada
en la lengua muestran una ten-
dencia a la brevedad. ¿Respon-
de esto a una transformación
de su poética?
No creo, porque los más
breves de esos poemas los
escribí en 1935, más o me-
nos en la época de los dos
primeros libros. Son dos vías
que se complementan.
¿Tiene usted poesía inédita?
Lo que he publicado es
aquello que me parece valía
la pena rescatar. Quizá que-
de por allí algún poema tras-
papelado, pero no debe ser
muy significativo.
Usted señala que la razón
principal de su silencio poético
se debe a su presunta falta de
facilidad para la poesía, pero
nos parece que en sus poemas
hay una cierta seducción por el
silencio...
El silencio es más fácil;
en él uno cae como en un
precipicio, existe siempre su
atracción. Soy muy propen-
so al vértigo y por eso trato
de evitar siempre las alturas;
por eso hay que alejarse lo
más posible de la poesía: por
razones de seguridad propia.
LAANIMACIÓN
CULTURAL
Usted ha dirigido dos revis-
tas que han marcado época en
la cultura peruana:
Las mora-
das
y
Amaru
. ¿Cómo surgie-
ron?
Las moradas
la fundé en
un momento en que juzgué
que las condiciones estaban
maduras en nuestro país para
publicar una revista a la al-
tura de cualquier otra revis-
ta cultural en los países de
habla española. Me lancé a
la aventura con un dinero
que había recibido como in-
demnización por años de ser-
vicio prestados en una casa
comercial. En vez de pagar
la primera letra de un depar-
tamento, inicié
Las moradas
.
Llegamos a publicar nueve
números, hasta que la revis-
ta murió por razones exclu-
sivamente financieras.
¿Y la experiencia de
Ama-
ru
, años después?
Eso fue distinto. La re-
vista tuvo una vida intensa
hasta que cambiaron las au-
toridades de la UNI que la
habían estimulado y finan-
ciado. Los nuevos directivos
quisieron modificar la revis-
ta –deseaban en realidad
otra cosa– y ante su hostiga-
miento
Amaru
terminó.
Usted estuvo también liga-
do a La
Revista Peruana de
Cultura...
Sí. Arguedas me ofreció
el puesto de responsable en
esa publicación que pertene-
cía a la Casa de la Cultura.
Cuando ingresé ya había sido
editado el primer número y
la revista debía cumplir una
serie de compromisos, de
modo que lo que yo podía
hacer para cambiarla no era
demasiado. Eso me impulsó a
no aparecer como el director.
¿Volvería a editar otra re-
vista en la actualidad?
¿Cómo? ¿Con qué me-
dios? Las buenos deseos de
una persona no bastan en
este terreno.
CODA: POESÍA
y DESARRAIGO
Usted nos recordaba una
cita de Rilke antes de iniciar esta
entrevista, aquella que se refie-
re a dos clases de poetas: «los
que dejan una huella para que
los siga la jauría de la posteri-
dad y los que escriben como si
fueran nadie». ¿Podría explicar
su preferencia por estos últimos?
Creo que es un cuestión
de temperamento.
¿Quiénes son esos poetas,
aquellos que reflejan la actitud
que prefiere?
Ah! Eso ya es más difícil
de decir...
¿Eguren tal vez?
Eguren es muy imperso-
nal, sí. Evita el «yo». No
dice: «Yo vi al dios cansa-
do», nos presenta como en
un retablo a los reyes rojos,
al andarín de la noche...
¿Ha seguido usted la poesía
peruana de los 50 y 60?
Es muy difícil saber lo que
se está haciendo en el Perú
cuando uno vive en el extran-
jero. A veces pasan semanas
sin que reciba periódicos o
revistas del país. La pregunta
me hace pensar en algo ligado
a mi juventud: no sé por qué,
pero entonces las relaciones
entre escritores eran más fá-
ciles. Por ejemplo, pude sos-
tener correspondencia con
Alfonso Reyes, siendo yo un
perfecto desconocido.
¿Se siente desarraigado lue-
go de haber pasado tanto tiem-
po en el extranjero?
Para mí lo ideal sería vi-
vir seis meses en Lima y seis
meses fuera, algo desgracia-
damente imposible.
¿Pero contempla la posibili-
dad de regresar y establecerse
entre nosotros en algún mo-
mento futuro?
Desde luego. Y les asegu-
ro que será más temprano
que tarde.
El poeta en Tras-os-Montes, Portugal (1982).