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LIBROS & ARTES

Página 12

demandados y con el aisla-

miento y fragmentación ac-

tual de los movimientos de

protesta social. Teniendo

en cuenta el hecho que es

difícil brindar a la mayoría

de los informales un traba-

jo estable bien remunerado,

el Estado puede reconocer-

les el derecho a la libertad

de trabajo, pero es difícil

que reconozca el ejercicio

de ese derecho en el espa-

cio público, sobre todo en

un período en que las cla-

ses medias ya no respaldan

más esas demandas. Es esa

falta de reconocimiento de

derechos lo que ha dado lu-

gar quizás a lo que Pásara

ha llamado el achoramiento

o Rospigliosi ha denomina-

do la cultura combi, rasgos

culturales que son, no ex-

clusivos, pero sí predomi-

nantes en la informalidad

marginal y que implican un

rechazo no sólo de los bue-

nos modales sino también

una violación de los dere-

chos de los otros.

Una peculiaridad de la

ciudadanía desde abajo es

que el contenido básico de

sus demandas está confor-

mado por un conjunto de

derechos sociales (tierra, vi-

vienda, trabajo y mejores

condiciones de trabajo, sa-

lud, educación, etc.), des-

de los cuales demandan los

derechos civiles y políticos

en la medida que estos con-

tribuyen a la conquista de

aquellos. Como ya ha sido

señalado, los trabajadores

de las minas y de las plan-

taciones azucareras deman-

daban alzas de salarios, me-

jores condiciones de traba-

jo y respeto a la jornada de

las ocho horas –que son de-

rechos sociales– al mismo

tiempo que exigían el reco-

nocimiento de su sindicato

y libertad de huelga, que son

derechos civiles. A diferen-

cia de los países desarrolla-

dos, aquí los derechos socia-

les no constituyen la culmi-

nación de la formación ciu-

dadana sino su comienzo y

no son el resultado de un de-

sarrollo económico sosteni-

do y de la presión de un po-

deroso movimiento obrero

organizado sino más bien de

la pobreza extrema, de la

necesidad de sobrevivencia

y de la discriminación.

Uno de los procesos so-

ciales poco subrayados que

vive el país desde hace cua-

tro décadas es la emergen-

cia de nuevas energías socia-

les desbordantes que antes se

encontraban, de alguna ma-

nera, contenidas y reprimi-

das. Las expresiones más vi-

sibles de esa emergencia son

los actores sociales y la libe-

ración creciente de la sub-

jetividad tanto en términos

individuales como colecti-

vos (Rabanal, Portocarrero

y Cánepa, 1994). En un pri-

mer momento –las décadas

de los 50 a los 70– esos ac-

tores sociales se desenvol-

vieron en gran medida den-

tro de determinados patro-

nes económicos –la forma-

lidad–, sociales –las clases–,

políticos –los partidos– y

culturales: lo andino, lo crio-

llo-mestizo. Posteriormente

–en la décadas del 80 y del

90– desbordaron esos pa-

trones de encuadramiento,

que entraron en una crisis

profunda, para emerger

como informales con pre-

tensiones hegemónicas.

Gonzalo Portocarrero

ha subrayado la gran au-

tonomía que muestran es-

tos nuevos actores, espe-

cialmente el grupo cholo,

que es el más abierto al

cambio, el más moviliza-

do y el más modernizante

y que ha dado origen al ca-

pitalismo informal, a una

pléyade de líderes popu-

lares y a Sendero Lumino-

so (Rabanal, Portocarrero

y Cánepa, 1994). La au-

tonomía de este grupo se

expresaría en la política –

sus organizaciones, sus de-

cisiones y apuestas prag-

máticas y utilitarias, su de-

mocracia local–, en la eco-

nomía –la informalidad –,

y en la cultura: la identi-

dad chola.

Otro rasgo importante

de los nuevos actores, espe-

cialmente del grupo cholo,

es el desarrollo de la indivi-

dualidad y la búsqueda del

progreso individual sin que,

por eso, ellos pierdan el sen-

tido de la fiesta ni la valo-

ración de la familia y el pa-

rentesco.

En resumen, tres han

sido las vertientes que han

contribuido a la construc-

ción ciudadana desde aba-

jo en la década del 50 en

adelante:

1. En las décadas del

50 y del 60 se desarrolló

una vasta movilización

campesina y popular que,

a través de amplias e in-

tensas luchas campesinas,

masivas migraciones inter-

nas del campo a las ciuda-

des y de invasiones urba-

nas, canalizó una revolu-

ción de las identidades en

el Perú y transformó al in-

dio en campesino, a este en

migrante y luego en ciuda-

dano (Degregori, Lynch,

Blondet, 1986; Franco,

1991; López, 1986/1990).

2. En la década del 70

se desarrolló un pujante

movimiento clasista y po-

pular que fue también una

palanca impulsora de de-

mocratización y de conquis-

ta de los derechos ciudada-

nos (Balbi, 1989; Alarcón,

Franco y Montoya, 1992).

3. En la década del 80

se hicieron presentes en el

escenario social y político

los informales que, coloca-

dos en el mercado, desple-

garon iniciativas autóno-

mas y propuestas indivi-

dualistas.

A diferencia de esta úl-

tima vertiente, la reivindi-

cación ciudadana de las dos

primeras fue más social que

política y civil: Ella estuvo

más asociada a la reivindi-

cación de derechos sociales

que a la exigencia de liber-

tades civiles y de participa-

ción política. En todo caso,

estas fueron reivindicadas a

medida que la reivindica-

ción de los derechos socia-

les lo exigía. El gobierno de

Velasco, primero, y la

Constitución de 1979, lue-

go, recogieron parcialmen-

te el contenido de las rei-

vindicaciones ciudadanas

de esta etapa.

Una de las virtudes de

la construcción ciudadana

desde abajo es que ella no

sólo permite conquistar con

mayor energía los derechos

ciudadanos sino que tam-

bién ayuda a romper los nu-

dos subjetivos que atan la

conciencia de millares de

campesinos indígenas secu-

larmente oprimidos y des-

preciados. No basta que

sean objetivamente ciuda-

danos, es necesario también

que se sientan y actúen como

tales para que sean realmen-

te ciudadanos. Mientras me-

nos complejos de inferiori-

dad existan en la cultura

popular de los migrantes,

ellos serán más libres y me-

jores ciudadanos (Portoca-

rrero, 1993).