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demandados y con el aisla-
miento y fragmentación ac-
tual de los movimientos de
protesta social. Teniendo
en cuenta el hecho que es
difícil brindar a la mayoría
de los informales un traba-
jo estable bien remunerado,
el Estado puede reconocer-
les el derecho a la libertad
de trabajo, pero es difícil
que reconozca el ejercicio
de ese derecho en el espa-
cio público, sobre todo en
un período en que las cla-
ses medias ya no respaldan
más esas demandas. Es esa
falta de reconocimiento de
derechos lo que ha dado lu-
gar quizás a lo que Pásara
ha llamado el achoramiento
o Rospigliosi ha denomina-
do la cultura combi, rasgos
culturales que son, no ex-
clusivos, pero sí predomi-
nantes en la informalidad
marginal y que implican un
rechazo no sólo de los bue-
nos modales sino también
una violación de los dere-
chos de los otros.
Una peculiaridad de la
ciudadanía desde abajo es
que el contenido básico de
sus demandas está confor-
mado por un conjunto de
derechos sociales (tierra, vi-
vienda, trabajo y mejores
condiciones de trabajo, sa-
lud, educación, etc.), des-
de los cuales demandan los
derechos civiles y políticos
en la medida que estos con-
tribuyen a la conquista de
aquellos. Como ya ha sido
señalado, los trabajadores
de las minas y de las plan-
taciones azucareras deman-
daban alzas de salarios, me-
jores condiciones de traba-
jo y respeto a la jornada de
las ocho horas –que son de-
rechos sociales– al mismo
tiempo que exigían el reco-
nocimiento de su sindicato
y libertad de huelga, que son
derechos civiles. A diferen-
cia de los países desarrolla-
dos, aquí los derechos socia-
les no constituyen la culmi-
nación de la formación ciu-
dadana sino su comienzo y
no son el resultado de un de-
sarrollo económico sosteni-
do y de la presión de un po-
deroso movimiento obrero
organizado sino más bien de
la pobreza extrema, de la
necesidad de sobrevivencia
y de la discriminación.
Uno de los procesos so-
ciales poco subrayados que
vive el país desde hace cua-
tro décadas es la emergen-
cia de nuevas energías socia-
les desbordantes que antes se
encontraban, de alguna ma-
nera, contenidas y reprimi-
das. Las expresiones más vi-
sibles de esa emergencia son
los actores sociales y la libe-
ración creciente de la sub-
jetividad tanto en términos
individuales como colecti-
vos (Rabanal, Portocarrero
y Cánepa, 1994). En un pri-
mer momento –las décadas
de los 50 a los 70– esos ac-
tores sociales se desenvol-
vieron en gran medida den-
tro de determinados patro-
nes económicos –la forma-
lidad–, sociales –las clases–,
políticos –los partidos– y
culturales: lo andino, lo crio-
llo-mestizo. Posteriormente
–en la décadas del 80 y del
90– desbordaron esos pa-
trones de encuadramiento,
que entraron en una crisis
profunda, para emerger
como informales con pre-
tensiones hegemónicas.
Gonzalo Portocarrero
ha subrayado la gran au-
tonomía que muestran es-
tos nuevos actores, espe-
cialmente el grupo cholo,
que es el más abierto al
cambio, el más moviliza-
do y el más modernizante
y que ha dado origen al ca-
pitalismo informal, a una
pléyade de líderes popu-
lares y a Sendero Lumino-
so (Rabanal, Portocarrero
y Cánepa, 1994). La au-
tonomía de este grupo se
expresaría en la política –
sus organizaciones, sus de-
cisiones y apuestas prag-
máticas y utilitarias, su de-
mocracia local–, en la eco-
nomía –la informalidad –,
y en la cultura: la identi-
dad chola.
Otro rasgo importante
de los nuevos actores, espe-
cialmente del grupo cholo,
es el desarrollo de la indivi-
dualidad y la búsqueda del
progreso individual sin que,
por eso, ellos pierdan el sen-
tido de la fiesta ni la valo-
ración de la familia y el pa-
rentesco.
En resumen, tres han
sido las vertientes que han
contribuido a la construc-
ción ciudadana desde aba-
jo en la década del 50 en
adelante:
1. En las décadas del
50 y del 60 se desarrolló
una vasta movilización
campesina y popular que,
a través de amplias e in-
tensas luchas campesinas,
masivas migraciones inter-
nas del campo a las ciuda-
des y de invasiones urba-
nas, canalizó una revolu-
ción de las identidades en
el Perú y transformó al in-
dio en campesino, a este en
migrante y luego en ciuda-
dano (Degregori, Lynch,
Blondet, 1986; Franco,
1991; López, 1986/1990).
2. En la década del 70
se desarrolló un pujante
movimiento clasista y po-
pular que fue también una
palanca impulsora de de-
mocratización y de conquis-
ta de los derechos ciudada-
nos (Balbi, 1989; Alarcón,
Franco y Montoya, 1992).
3. En la década del 80
se hicieron presentes en el
escenario social y político
los informales que, coloca-
dos en el mercado, desple-
garon iniciativas autóno-
mas y propuestas indivi-
dualistas.
A diferencia de esta úl-
tima vertiente, la reivindi-
cación ciudadana de las dos
primeras fue más social que
política y civil: Ella estuvo
más asociada a la reivindi-
cación de derechos sociales
que a la exigencia de liber-
tades civiles y de participa-
ción política. En todo caso,
estas fueron reivindicadas a
medida que la reivindica-
ción de los derechos socia-
les lo exigía. El gobierno de
Velasco, primero, y la
Constitución de 1979, lue-
go, recogieron parcialmen-
te el contenido de las rei-
vindicaciones ciudadanas
de esta etapa.
Una de las virtudes de
la construcción ciudadana
desde abajo es que ella no
sólo permite conquistar con
mayor energía los derechos
ciudadanos sino que tam-
bién ayuda a romper los nu-
dos subjetivos que atan la
conciencia de millares de
campesinos indígenas secu-
larmente oprimidos y des-
preciados. No basta que
sean objetivamente ciuda-
danos, es necesario también
que se sientan y actúen como
tales para que sean realmen-
te ciudadanos. Mientras me-
nos complejos de inferiori-
dad existan en la cultura
popular de los migrantes,
ellos serán más libres y me-
jores ciudadanos (Portoca-
rrero, 1993).