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LIBROS & ARTES

Página 15

macacos / cometía algunas

faltas / del cine era huancha-

co. / Que lo lleven por las

calles / anónimo y muy tem-

prano, / a él que era un tras-

nochador / y fachendoso y

alzado.” Otro vals, “Muerte

de Tirifilo,” lo retrata sin

ambigüedades como un in-

dividuo que merecía la

muerte: “Quien a cuchillo

mata a cuchillo muere (...) /

Ni siquiera un leve acento /

de dolor se oye cercano /

todos dicen: fue un villano /

que vivió para tormento. /

Es un enemigo menos/ de

la pobre humanidad/ que lle-

va a la eternidad/ el estigma

que sabemos.”

Estos dos “héroes de la

chaveta”, como los llamó

Mariátegui (repárese, aunque

parezca obvio, en el califica-

tivo de “héroes”, un térmi-

no con claras connotaciones

positivas), representaban no

sólo un estilo de vida y una

condición asociados con el

mundo criminal y carcelario,

sino también una cierta ma-

nera de entender valores

como honor, caballerosidad,

y hombría que es imposible

no asociar con las nociones

prevalecientes entre los sec-

tores dominantes de la so-

ciedad. Carita y Tirifilo se

apartaban de la conducta

despreciable de los así llama-

dos “suches” (delincuentes

de poca monta, generalmen-

te descritos como cobardes

y faltos de palabra y honor)

y desplegaban (al menos se-

gún la mitología construída

a su alrededor) respeto por

la palabra empeñada, defen-

sa vigorosa del honor per-

sonal y familiar, y valentía a

la hora de hacer ajustes de

cuentas, precisamente los

mismos valores que legitima-

ban el duelo por honor en-

tre miembros de las clases

altas de la sociedad. Por esos

años –fines del siglo XIX y

comienzos del XX– se pro-

duce en Perú y otros países

de América Latina, como ha

mostrado el historiador Da-

vid Parker, una intensa acti-

vidad duelística. El duelo

gozaba todavía de atractivo

para una buena parte de la

población –y especialmente

la clase política– como un

recurso legítimo y necesario

cuando de por medio esta-

ban el honor y la hombría.

Como dice Parker, “la cul-

tura del honor formaba una

parte integral de la vida de

un hombre público”. Sin ne-

cesidad de afirmar que el

encuentro entre Carita y

Tirifilo haya sido una mera

copia del duelo aristocrático,

es claro que ambos compar-

ten un mismo juego de va-

lores como justificación de

la decisión de arriesgar la

vida en defensa del honor y

la reputación. Rehuir el de-

safío a duelo era visto como

un signo de cobardía y des-

honor. Depositar la reivindi-

cación o la venganza del ho-

nor mancillado en manos de

los tribunales y los jueces

equivalía a renunciar a un

deber sagrado. Los duelistas

aristocráticos y los héroes de

la chaveta compartían estos

valores, y esto explica, en par-

te, la admiración que aquellos

faites trágicos y valientes des-

pertaban entre los intelectua-

les contemporáneos.

V

Aunque Carita adquirió

una notoriedad que duraría

muchos años, y la leyenda

forjada a su alrededor sería

repetida hasta la saciedad, su

carrera criminal se vería

drásticamente alterada por la

experiencia de la prisión.

Luego del indulto de 1918

ingresó varias veces más a la

cárcel. Uno de esos ingresos

le representó una estadía de

15 años, entre 1924 y 1939,

repartida entre El Frontón y

la penitenciaría. Su nombre

aparece intermitentemente

en los archivos carcelarios, a

veces como un “preso peli-

groso y nocivo” (motivo

por el cual fue trasladado de

la penitenciaría a El Frontón

en agosto de 1925), y en

otras casi como un preso

modelo. Participó en actos

recreativos y ceremonias pa-

trióticas, integró equipos de

fútbol de presos, y fue autor

de poemas y canciones de-

dicadas a autoridades y be-

nefactores. Incluso llegó a

formar su propio conjunto

artístico, “Willman y compa-

ñía”. Escribió y cantó, por

ejemplo, un vals para Angela

Ramos, la infatigable defen-

sora de los presos, a quien

conoció en El Frontón a fi-

nes de la década de 1920:

“Es hermosa y escritora / a

quien todos aclamamos /

por su noble corazón / Que

viva Angela Ramos”. En el

panóptico, donde lo cono-

ció Alegría, Carita era “todo

un héroe de la prisión”. Las

autoridades le consentían sus

caprichos y los presos comu-

nes le admiraban y temían.

También fue Willman un in-

cansable redactor de cartas

y peticiones, muchas de ellas

en pos de un indulto que le

permitiera recuperar su liber-

tad. En diciembre de 1936

Willman envió, junto con

otros presos, una carta al

presidente Benavides solici-

tando su indulto: “Estamos

dispuestos a dar la vida por

su persona y su gobierno y

ser elementos de progreso”,

prometen, en elocuente uso

de una táctica común en la

correspondencia de los pre-

sos. Antes, había prometido

lo mismo a Sánchez Cerro.

Pese a sus esfuerzos, esta vez

el indulto no llegó. Cumplió

su condena y salió del

panóptico en 1939. Al pare-

cer, murió años después atro-

pellado en una calle de Lima.

Así terminaron los días

de este personaje que, en su

momento, representó como

pocos el culto a la bravura,

el ejercicio privado de la vio-

lencia, la ley del más fuerte,

el despliegue de hombría

como condición para ser res-

petado en una sociedad

abiertamente jerárquica y

machista. Con mayor fre-

cuencia de lo que queremos

pensar, los personajes a quie-

nes llamamos con cierto des-

dén “delincuentes” nos per-

miten acercarnos a los me-

canismos culturales e ideoló-

gicos dominantes de una so-

ciedad. Carita fue uno de

esos héroes trágicos que la

cultura popular se empeña

en idealizar y los represen-

tantes del país oficial insis-

ten en denigrar. Ni héroe ad-

mirable ni desechable esco-

ria, Carita fue un ser huma-

no atrapado en las contra-

dicciones y miserias de su

época, tratando de sobrevi-

vir en un mundo en el que

aquellos de su extracción

social y racial parecían con-

denados a la marginación y

el desprecio.

“En diciembre de 1936 Willman envió, junto con

otros presos, una carta al Presidente Benavides solicitando su

indulto: ‘Estamos dispuestos a dar la vida por su persona y su

gobierno y ser elementos de progreso’, prometen, en elocuente uso

de una táctica común en la correspondencia de los presos. An-

tes, había prometido lo mismo a Sánchez Cerro. Pese a sus es-

fuerzos, esta vez el indulto no llegó”.