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LIBROS & ARTES

Página 30

generativa de la escritura.

Los trazos que retratan

a Ribeyro en este libro re-

sultan verdaderamente re-

veladores y se mueven bus-

cando una síntesis más

compleja de aquella que la

crítica ha realizado hasta

ahora sobre la obra del au-

tor. Para empezar, Elmore

cuestiona el supuesto de que

el verdadero sentido de la

narrativa ribeyrana se des-

prenda de su compromiso

con los marginales de Lima,

para señalar que la indaga-

ción en la propia subjetivi-

dad no constituye un desliz

sino más bien es parte or-

gánica de su proyecto. Mu-

cho se ha escrito sobre el

sentido del título bajo el que

Ribeyro colecciona sus re-

latos,

La palabra del mudo

.

Este aludiría al intento de

crear un espacio para que

las voces silenciadas y los

rostros invisibilizados, o en

otras palabras, nuestros

mudos sociales, ocupen un

lugar textual en ese desigual

y desgastado mosaico social

que es nuestro país. Bajo

esta perspectiva, sus libros

posteriores como las

Prosas

apátridas

,

Dichos de Luder

y

Sólo para fumadores

, no

serían sino ligeros tropiezos

intimistas del autor, o

divertimentos. Los capítu-

los II y IV de

El perfil de la

palabra,

“Geografía de la

pobreza” y “Los nombres de

los olvidados” examinan esa

primera parte de la obra de

Ribeyro, desde

Los

gallinazos sin plumas

(1955) pasando por

Cuen-

tos de circunstancias

(1958)

hasta

Las botellas y los

hombres

(1964) y

Tres his-

torias sublevantes

(1964).

El capítulo VI, “Retratos del

artista”, examina su prosa

más personal que cubre des-

de

Prosas apátridas

hasta

La tentación del fracaso

(1992).

En este capítulo Elmore

sugiere persuasivamente

que en realidad se trata más

bien de nuevos matices de

esa poética compendiada

efectivamente en el título

La

palabra del mudo

, en el sen-

tido que es a través del re-

trato de esos seres excluidos

que pueblan sus relatos

tempranos que el autor lle-

ga a la postre a retratar su

propio perfil de artista. Se

trata de un proceso que su-

pone la íntima alteridad del

sujeto creador, y que impli-

ca la presencia simultánea

y plural de personajes diver-

sos dentro de una misma

subjetividad. En ese senti-

do, pienso, podríamos estar

cerca del sujeto descentra-

do que postulan los postes-

tructuralistas, aquel sujeto

sin nombre y sin rostro, no

porque no lo tenga, sino

porque precisamente sólo

logra encontrarlo en el ros-

tro de los otros, y de lo otro.

La orientación ética de la

escritura, señala Elmore, se

haría palpable en “la expe-

riencia de encontrar el sen-

tido que convierte la

defectividad del mundo en

riqueza comunicativa”. Lo

que se podría leer también,

añadiríamos nosotros, como

convertir “la defectividad del

mudo en experiencia

comunicativa”.

Uno de los aspectos que

más le interesan a Elmore

en este libro es la indaga-

ción minuciosa en la mane-

ra particular con la que

Ribeyro construye su mira-

da de escritor, y en esa in-

dagación por la que nos lle-

va, entabla un diálogo apa-

sionado en el que el lector

se siente tentado a adivinar,

a su vez, el propio perfil del

autor de

El perfil de la pa-

labra

. Porque sospecho que

la figura que se le va reve-

lando a Elmore a medida

que se sumerge en el estu-

dio de la obra de Julio Ra-

món Ribeyro no es neutral,

sino mas bien identifi-

catoria. Los puntos de con-

tacto entre el estudioso y el

estudiado abundan, empe-

zando con los datos más

evidentes en cuanto a su

condición de escritores,

limeños y extranjeros. De

hecho, y tal como lo relató

Elmore en la presentación

del libro en la Municipali-

dad de Miraflores, la lectu-

ra que hizo cuando tenía

quince años de “Al pie del

acantilado” lo conmovió pro-

fundamente porque le reve-

ló que esta ciudad gris, mo-

nótona e indefinida que es

Lima, y las experiencias

aparentemente banales de

los limeños comunes y co-

rrientes eran, después de

todo, tan representables en

la literatura como el

Mississippi de Faulkner, o

como la Argelia de Camus.

Ese espacio físico y social

al que conocemos como

Perú no sólo resulta clave en

la obra de ambos, sino que

además es un espacio que

ambos viven intensamente,

en la literatura, desde la au-

sencia y en la memoria. Pre-

cisamente, y por otro lado,

es a partir del momento en

que Elmore se establece en

Estados Unidos que empie-

za su fecunda trayectoria de

escritor con la publicación

de

Los muros invisibles

en

1993.

En la poética de Ribey-

ro, como se sugiere en

El

perfil de la palabra

, los tér-

minos que se confrontan no

“Es el alejamiento de su ciudad natal lo que le permitió a

Ribeyro formarse y afirmarse como escritor frente al, a veces,

frívolo y provincial entorno limeño.”

son el de ficción y no fic-

ción, o el de narrativa y dra-

ma, sino más bien el de la

comunicación oral y escri-

ta, la grafia y el habla, la

letra y la voz, términos que

por otro lado han dado ori-

gen a productivos debates

en el área de los estudios

culturales tan en boga hoy.

Al respecto señala Elmore

que “una poética que pos-

tula hacer evidente la con-

dición fáctica de la palabra

escrita, sirva ésta al modo

de la ficción, el ensayo o la

autobiografía, se resiste a

crear retóricamente la ilu-

sión de la oralidad”. Una y

otra vez, sobre todo en sus

diarios y en sus prosas

apátridas Ribeyro regresó al

tema de la literatura como

afectación, a la escritura

como medio derivado de la

palabra oral. Su resistencia

a crear esa ilusión de

oralidad explica en parte

por qué el autor nunca se

mostró seducido por las téc-

nicas narrativas (monólogo

interior, diálogos cruzados,

vasos comunicantes, etc.)

tan caras a los escritores del

boom

.

El asunto de la técnica

es una buena entrada a un

concepto valioso que se es-

grime en el libro para defi-

nir la postura de Ribeyro

como escritor en su medio,

que es el de la lateralidad.

En la postura lateral del au-

tor de

Silvio en el rosedal

aflora su sensibilidad litera-

ria ajena a toda pretensión

experimental, sensibilidad

que privilegiaba los perfiles

más delicados de la palabra,

antes que los más novedo-

sos de la técnica. Aflora

también en su predilección

por las formas fragmenta-

rias de la escritura, como el

aforismo y el cuento, y las

formas híbridas, como seria

el diario, en un momento en

que la novela totalizante, tal

como la entendían Vargas

Llosa, Fuentes, Garcia

Márquez y Donoso, era el

modelo de mayor prestigio

en las letras latinoamerica-

nas. El perfil de estas elec-

ciones formales remite,

como lo señala Elmore, a

esa búsqueda a la que a su

vez aludía Borges (a través

de De Quincey) de una ver-

dad angular y astillada an-

tes que de una verdad co-

herente y central. Como la

búsqueda a la que se aboca

Silvio Lombardi para des-

cubrir el autor de ese enig-

ma que es el rosedal de su

hacienda, sólo para descu-

brir que de aquella ardua

investigación sólo se puede

esperar la revelación fugaz

de una verdad lateral, nunca

sistemática y orgánica. Si-

guiendo esta misma lógica

de lo angular, lo lateral, lo

descentrado, Elmore nos in-

vita a pensar en la bibliogra-

fía del autor bajo la forma de

una continuidad no jerárqui-

ca y ajena a conceptos arqui-

tectónicos centrados en la

búsqueda de una base, o de

un centro, y afin más bien a

los tropos orgánicos.

Así, con esa destreza

narrativa con la que Peter

Elmore nos ha llevado con

anterioridad a indagar en

los enigmas y las pruebas

de sus personajes de fic-

ción, en este ensayo que

nos entrega ahora nos invi-

ta a descubrir nuevos nú-

cleos de significados y a

formularnos nuevas pre-

guntas acerca de cada uno

de los textos y de los per-

sonajes del entrañable

Ribeyro. En la aventura de

buscar respuestas, el lector

intuye el perfil profunda-

mente ético de la persona

literaria de Julio Ramón

Ribeyro, e intuye también

que, como en los paisajes

del pintor de Borges, pue-

de llegar a vislumbrar, aún

si todavía muy borroso, es-

bozos del suyo propio.