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tria, reunidos,

hablar y resolver rebosando de alegría, que pon–

drán de nuestro Rey a los hijos de nuestros Incas."

Martín Güemes, el recio caudillo popular de Salta dirigió a

los pueblos

<:!~l

Perú una proclama, el 6 de Agosto de 1816,

en la que entre otras cosas decía:

"La independencia o la muerte en la causa del honor. .No lo

dudéis un solo instante, guerreros peruanos. Los pueblos es–

tán armados en masa y enérgicamente dispuestos a contener

los ambiciosos amagos de la tiranía. ¿Si estos son los senti- .

mientos generales que nos animan, con cuánta razón lo serán

cuando, restablecida muy en breve la Dinastía de los Incas, vea–

mos sentado en el trono y antigua corte del Cuzco al legítimo

sucesor de la Corona

·;i. . •

Pelead, .pues, guerreros intrépidos,

an imados de tan santo principjo, que la provincia de Salta y su

Jefe velan incesantemente sobre vuestra existencia y conserva–

ción."

En 27 de Febrero de 1817, desde París, escribía Rivadavia, al

Director Pueyrredón, sobre la restauración de la Dinastía de

los Incas, manifestando sus opiniones en contra, pero ofrecien–

do acatar la decisión. Las palabras textu.¡¡les de Rivadavia son

las siguientes:

" Me dice el señor Belgrano que muy en breve declarará el

Congreso que nuestro gobierno es monárquico moderado o cons–

titucional, que ésta parece la opinión general, y no menos de

que Ja representación soberana cree justo se dé a la Dinastía

de los Incas. Lo primero, considerado bajo todos los aspectos,

Jo juzgo lo más acertado

y

necesario ai mejor éxito de la gran

causa de este País. Mas lo segundo, confieso ingenuamente,

que cuanto más medito sobre ello menos lo comprendo. Este

es un punto demasiado gr.ave, y lo considero demasill!do avan–

zado, ·para prometerme (por lo mucho y muy obvio que pueda

aducirse contra la desventurada idea), que ella tenga un efec–

to útil; por el contrario puede ser que no hiciera sino daño;

·en cuya virtud me veo con dolor obligado a encerrarme en los

límites de mi situ>f!ción, ·cual es obedecer y obrar, deplorando

los males de mi Patria."

En resumen: la restauración del Imperio de los Incas, pro–

puesta en Tucu,mán, flotó nada más que como un vago sueño

sobre los cielos de América.

Y pasemos, ahora, a otro asunto importante. Desde siem–

pre, a quien sale del nivel común, no le faltan las pedradas

del insulto y de la calumnia. Mas los golpes de las piedras

1abrieron, muchas veces, las puertas de la inmortalidad. . . Manos

irreverentes han apedreado también a Juan Bautista Túpac Ama-