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desatino político i una medida perjudicial al ejército de Chile.

El jeneral Castilla, que fué nombrado Prefecto de este departa–

mento i que debia proveer de subsistencia, de pagas, de movi–

lidad i de todos }os demas auxilil)S a las tropas chilenas, no hi–

zo mas que manifestar dificultades, i entretenernos con esperan–

zas que nunca se realizaron. La segunda ciu::lad del Perú, Are–

quipa, no fué capaz de proveer de recursós a tres mil homb!'es

para solo el rancho de la tropa i el sosten del hospital militar,

en que llegamos a tener

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enfermos. En una palabra, sin la

caja militar del ejército de Chile que sacamos de Valparaiso,

hubieran perecido de necesidad nuestros sol<lados en los últi–

mos dias que precedieron a los tratados de paz.

Todo esto debía causar la inaccion del ejército de Chile, co–

locado a una jornada del enemigo, que se hallaba al pié de la

cordillera de los Andes en posiciones difíciles de vencer. Al fin,

este enemigo, débil al principio, pero atrincherado en fuertes

posiciones, recibió refuerzos del norte i del sur de la Confede–

racion, hasta el punto de poder atacarnos cuando quisiese con

una fuerza casi dupla a la nuestra, sin que nosotros pudiése–

mos desalojarlo de ,su primera posicion por falta de auxilios,

ni hallásemos por conveniente retirarnos a Quilca, para llevar

la guerra al norte, porque nunca pudimos conseguir, aunque

siempre se nos lo ofreció, que se asegurasen los víveres al ejér–

cito en su tránsito de esta ciudad a la costa. Por estas razones

el jeneral en jefe se decidió a esperar al enemigo en Arequipa,

creyendo que conseguiría el obligarle a darnos una batalla en

las llanuras de U chumayo, en donde, aunque tuviese doble nú–

mero, podíamos conseguir la victoria por la superioridad de

nuestra caballería.

En estas circunstancias tuve yo varias entrevistas con el je–

neral Herrera como Ministro Plenipotenciario del Protector, ya

para ver si podíamos terminar la guerra por medio de un trata–

do de paz, ventajoso i honorífico a Chile, ya tambien para exa–

minar las miras e intenciones del enemigo. Sobre estas últimas

me convencí de que el enemigo estaba resuelto a no dar, ni

recibir la batalla en terreno llano, en que la caballería pudiera

obrar, sino dejarnos en Arequipa consumiéndonos de necesidad,

hasta que estuviésemos obligados a hacer nuestra retirada a

la