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lebracion de un tratado en que Chile reconociera la Confedera–
cion
i
se declarase amigo del Protector. ¡Imponer a la soberbia
de Santa Cruz! Nada mas fácil para el representante de Chile,
con tal que no hubiera olvidado las trazas i manejos del Protector
para siquiera neutralizar al Gobierno inspirado por Portales, ni
los antecedentes
i
la negociacion del convenio de la Talbot ( r6).
Pero Blanco creyó en la sinceridad del Protector, al oirle sus
vivas protestas de amor a Chile, su ninguna participacion en las
cm presas revolucionarias contra el Gobierno de Prieto, su deseo
de vivir en paz con todo el mundo i en particular con la nacion
chilena;
i
cuando, sobre todas estas manifestaciones, le vió dis–
puesto a pagar la deuda del millon
i
medio de que se hizo mé–
rito en el tratado, a celebrar nuevos arreglos
i
pactos de comercio,
a proporcionar víveres i hasta los mismos buques capturados
ántes por el
Aquz'les,
para facilitar el regreso del ejército expedi–
cionario, sintióse obligado a ser agradecido,
i
debió parecerle im–
pertinencia el pedir mas. Así, pues, colocado mano a mano con
el insidioso Protector, el jeneral Blanco tenia que perder su juego,
a fuer de hombre honrado i jeneroso. Sus desaciertos quedaron
atenuados, casi borrados por la probidad i los nobles sentimien–
tos personales que les dieron sombra; i, en consecuencia, la his–
toria no tiene por qué revocar la sentencia del consejo de guerra
que absolvió al teniente jeneral D. Manuel Blanco Encalada (17).
Por lo <lemas, merece notarse que la campaña de 1837 pecó,
sobre todo, por su deficiente preparacion, i que en ello nadie fué
mas de culpar que el mismo Gobierno chileno, que en esta oca–
sion, única tal vez, no tuvo la prevision i cautela, de que tan re-
(16)
Véase nuestra citada
H i'storia de Chile,
tomo II, páj.
181
a
187.
(17)
Et
Mercurio
de Val paraíso en su número del
J
5
de Enero de 1838 copió
de
El Telég'Yajo
de Lima, la carta que va en seguida, escrita por don Ma–
nuel de la Cruz Mendez, secretario jeneral del Protector, al ministro jene–
ral don Casimiro Olañeta. Esta carta «suministra (dice
Et
Mercurio)
un
nuevo testimonio de la duplicidad e hipocresia de que el jeneral Blanco se
hizo una voluntaria víctima» ... <.<Si el jeneral Blanco, como creemos, debe
una gran parte de sus errores en la última campaña, a la franqueza natural
de su caracter, i aun a su confianza en los hombres que debía tratar i oir
como a enemigos, reconocerá ahora cual es la interpretacion que dan a su
cortesía los hombres pérfidos, mordaces e hipócritas que lo colmaron de
C. DEL R. CHILENO
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