-
207 -
char directamente sobre Arequipa, solo observaremos que nada
es mas fácil que oponer a los hechos consumados, o mas bien a
los planes fracasados, otros que, por el hecho de no haber sido
puestos a la prueba de ejecucion, se quedan con la probabilidad
del acierto. Puede ser que hubiese convenido mas, atentos los
caprichos de la fortuna, desembarcar en Arica
i
apoderarse de
Tacna, como pensaba el jeneral Castilla, u ocupar sin dilacion,
como pensaban otros, la provincia de Chuquibamba i demas
valles del departamento de Arequipa, etc., etc.; pero lo cierto es
que, en malográndose cualquiera de estas operaciones, se ha–
bria dicho que el jeneral Blanco habia diseminado i mal em–
pleado su reducido ejército en lugares de importancia secunda–
ria, en vez de ocupar con sus fuerzas íntegras la segunda ciudad
del Perú, Arequipa, que con su fértil campiña adyacente i su
poblacion activa
i
laboriosa, habria proporci0nado al ejército
restaurador todo jénero de auxilios, poniéndolo en situacion de
buscar al enemigo en dondequiera.
Preciso es reconocer, sin embargo, que el jeneral Blanco pecó
en mas de una ocasion, por demasiado crédulo e iluso, a veces
por demasiado jeneroso. ¿Qué, sino la ilusion de encontrarlo todo
en Arequipa, pudo hacer que, despues del naufrajio de la
Cár–
nzen,
suceso que, como el mismo Blanco ·confiesa, desbarató su
primer plan de campaña, omitiera pedir inmediatamente a Chile
el repuesto de caballerías
i
acémilas, de vestidos de abrigo, de
provisiones de boca i <lemas elementos que el ejército habia
menester, i postergara hasta el
19
de octubre el encargo de una
partida de caballos? ¿Qué, sino un sentimiento exajerado de hu–
manidad i de jenerosidad pudo hacerle esquivar las medidas de
coercion para proveerse de los recursos que la rapidez de las
operaciones de la campaña requeria? Cosa es de admirar, por
otra parte, cómo el jeneral Blanco, a pesar de las mil circuns–
tancias que él conocía i lo tenian de tiempo atras prevenido
contra el carácter i política artificiosa del Protector, acabó por
creerlo animado de buena fe, de las mas sanas intenciones i has–
ta de una heroica magnanimidad. Todo induce a pensar que
Blanco no sospechó siquiera el propósito que bajo estas apa–
riencias ocultaba el jeneral Santa Cruz, que, viendo amenazada
de muerte su débil
i
embrionaria obra política, quería evitar a