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al ejército la subsistencia diaria, si bien, como decia el jeneral
Blanco, la intendencia de provisiones que el Gobierno provisio–
nal se hizo cargo de organizar, anduvo desde el principio tan
remisa e incompetente, que hubo de adoptarse el partido, peli–
grosísimo en verdad, de suministrar a la tr.opa su rancho en
dinero para que cada soldado proveyera a su manutencion. Es,
pues, evidente que la provision cuotidiana no faltaba (5). Pero
(5) En el «Manifiesto del Gobierno protectora! sobre el decreto del Go–
bierno de Chile, en que niega su ratificacion al tratado de paz de
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de No·
viembre del mismo año. Paz de Ayacucho, Enero de 1838», haciendo el
Protector a su manera una breve reseña de la campaña de los chilenos i pin–
tando su desesperada situacion en Arequipa, dice: «Las sumas que podían
reunir a fuerza de embargos, arrestos, conminaciones e insultos, no bastaban
ni
aun para el sustento necesario de las tropas. Los oficia les recibían diaria–
mente la mezquina paga de dos reales; uno solo se daba al soldado en un pais
donde los precius son subidos i que ya no recibía los víveres de la Sierra.
El infeliz soldado chileno sentía los tormentos del hambre, qu·e en diferen–
tes ocasiones apaciguó la oficiosa caridad de las señoras arequipeñas, movi–
das, no ménos por los impulsos de la beneficencia, que por la excelente con–
ducta i por la arreglada disciplina con que aquellos desgraciados manifesta–
ban su buena índole
i
los rectos principios de sus jefes.»
Prescindiendo de este estraño elojio a los soldados chilenos, denunciados
poco ántes del tratado de paz, como una horda de bandidos por las procla–
mas i la prensa del Protector, notaremos solamente que, segun el testimo–
nio
de este mismo, no faltaban los víveres en Arequipa; pero faltaban al
ejército chileno los medios de adquirirlos en la abundancia necesaria. Es,
sin embargo, notoriamente falso que el soldado chjleno padeciese los tor–
mentos del hambre, i aun es dudoso que fuera insuficiente el pré diario
que se daba a la tropa.
En un oficio dado en Lima el
12
de Ju nio de 1837 i suscrito por el jeneral
don Guillermo Miller como jefe del Estado Mayor Jeneral del ejércüo
i
marina, consta que la racion de tierra para un soldado en aquellos días,
valía, segun contrato de suministros, real i medio, o sea dieziocho
i
tres
cuartos centavos del peso fuerte. La racion consistía en lo siguiente:
(<14
onzas carne fresca.
2
panes frescos.
6 onzas de arroz.
t
onza manteca.
t
onza sal.
3
.,
8
onza
ªJl.
1t
libra de leña».
(El Eco del Protectorado
número 68.)
Este mismo periódico al dar cuenta en su número 93 de los últimos su-