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a la verdad los muchos testigos favorables a éste? ¿Faltó el mis–

mo Blanco? Tampoco es lícito suponerlo ni por un instante,

dada la condicion i calidad de todos ellos (

1 ).

Veamos de poner las cosas en un punto de vista racional.

Miéntras el ejército de Chile ocupó la ciudad de Arequipa, su

vecindario en jeneral se mantuvo en una actitud pasiva

i

espec–

tante, sin que por esto faltaran las demostraciones de adhesion

de que hicieron mérito don Felipe Pardo i <lemas testigos pe–

ruanos, el autor de la relacion publicada en

El Mercurz'o

de

Valparaiso bajo el título de ••Campaña del Ejército Restaura–

dor11, i el mismo jeneral Blanco en sus comunicaciones oficiales

i

privadas. Trescientos o quinientos hombres activos

i

rodeados

de la turba inconsciente i curiosa que nunca falta en las novele·

rías i manifestaciones públicas, bastan para hacer gran ruido en

cualquier centro de poblacion i simular pronunciamientos po–

pulares en pro o en contra de una causa política o de otro ca–

rácter (2). Que hubo repetidos vivas al ejército de Chile i mue-

(r) Figuraron en el proceso como tes6gos favorables al jeneral Blanco:

eljéfe de fü:tado Mayor del ejército expedidonario,jeneral don José San6ago

Aldunate, el coronel don Eujenio Necochea, los tenientes coroneles, don

Manuel Garcia (comandante del batallon Portales), don Juan Vidaurre Leal

(comandante del Valparaiso), don Mariano Rojas (comandante del Valdivia),

don Rafael La Rosa, don Lorenzo Luna (comandante del tercer escuadron

de Cazadores), don Francisco Ánjel Ramírez i don Cárlos Olavarrieta, i los

sarJentos mayores don Antonio Guilisasti, don Tomas Sutcliffe

j

don Cár–

los Voot.

(z)

Recordamos haber leido que Oliverio Cromwel, haciendo en cierta

ocasion una entrada triunfal en Lóndres, decia a uno de los que le acom–

pañaban, estas o parecidas palabras: «:Si mañana me trajesen aquí aherroja–

do para colgarme en la horca, esta misma turba que hoi me aplaude frené–

tica, veria con gusto i aplaudfria mi suplicio.»

«De todas las frases latinas (ha dicho un honrado

i

distinguido pensador

italiano), la que mejor comprendo i siento, es el

«Odi projanunt vulgus)>,

de

la cual yo haria de buena gana mi divisa. Detesto las turbas de todo jénero.

Estoi convencido de que los aplausos de los ignorantes no me causarian el

menor placer, i que su grita me dejaría indiferente. Acaso es esta una de las

razones por que jamas he pensado en ninguna candidatura,

ni

sjquiera en la

de consejero municipal.» (El baron R. Garofalo en su prefacio para la edi–

cion francesa de su libro

La Superstitt'on Socialiste,

traducido por Dietrich,

1895).