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LIBROS & ARTES

Página 4

Escrita desde dentro de

cada uno de sus personajes,

la obra de ficción de José

María Arguedas nos habla

desde el centro mismo de la

civilización andina, como

Guamán Poma justamente,

como Garcilaso. Arguedas

reduce el campo de los

dialectismos expresándose

en un castellano hispano-

americano y cuando sus per-

sonajes utilizan el quechua

procura encontrar una equi-

valencia dentro del español.

Hay una organicidad artísti-

ca, una confianza en la len-

gua, ganadas a lo largo de un

ejercicio literario de tres dé-

cadas. Desigual enfrenta-

miento entre el escritor y su

material lingüístico encabri-

tado. Pero esta es la moder-

nidad: el uso confiado de la

lengua de todos los días.

José María Arguedas

nace en el mismo momento

en que el modernismo llega-

ba a su fin y se resolvía en un

regionalismo, caracterizado

por una lengua literaria culta

alternada con un habla

dialectal de los personajes. El

narrador siempre es muy

cuidadoso en señalar las

fronteras entre lo que dice

omniscientemente y lo que

piensan y hablan los perso-

najes que va creando. Hay

quienes piensan que esa am-

bigüedad lingüística es fiel

reflejo de la estructura social,

del lugar superior que den-

tro de ella ocupaba el escri-

tor. El narrador hablaba

como Garcilaso y los per-

sonajes como Guamán

Poma. Se habían cambiado

los puertos y las metrópolis

modernistas por las regio-

nes del interior, pero el es-

critor continuaba siendo al-

guien que aspiraba o perte-

necía al pináculo de la esca-

la social.

Ha llegado el momento

de colocar la obra creativa

de Arguedas en la escala

planetaria que le correspon-

de en un mundo en constan-

te movimiento. Fue fácil en

el pasado desdeñarlo ubi-

cándolo como un escritor

epigonal de la tendencia re-

gionalista o como un elabo-

rado indigenista, como él

mismo se juzgó en esa mez-

cla de timidez y de altivez que

le eran tan peculiares. Hay

una metáfora para hablar de

la obra de Arguedas en su

conjunto, aquella que la com-

para con un viaje de un

microcosmos personal a un

mundo caótico y enorme, el

de las grandes aglomeracio-

nes costeñas, de la periferia

al centro, como se dice con

frecuencia. En su nivel inicial

el símil funciona en toda su

literalidad, pero es mucho

más rico de lo que hasta aho-

ra ha parecido. Arguedas

expresa, como otros escrito-

res ciertamente en otros rin-

cones del mundo, las distin-

tas velocidades del desarro-

llo de la sociedad moderna.

En un principio está el esco-

gimiento de la literatura en

el siglo XX como vehículo

expresivo en un momento

en que otras formas artísti-

cas aparecen como más efi-

caces. A esta primera margi-

nalidad, a este arcaísmo

original se añade otro des-

acuerdo con la llamada mo-

dernidad: expresar el mun-

do quechua, la cultura andina

y ambivalentemente escoger

para ello la lengua de los

mistis, el castellano. Pero jus-

tamente esto es lo que her-

mana a Arguedas con otros

creadores aparentemente so-

litarios que han atravesado

muchas dificultades, muchas

barreras para escribir en lo

que constituye ciertamente un

elogio de la diversidad lin-

güística, y eso es justamente

lo más moderno.

Así, por ejemplo, Cons-

tantino Cavafis (1863-1935),

uno de los grandes líricos

contemporáneos, nació en

Alejandría y escogió el grie-

go demótico, el que hablaba

en su casa y podía interesar a

los lectores que le interesa-

ban, dejando el árabe, de un

lado, y las lenguas europeas,

de otro. De parecido modo

nuestro poeta César Moro,

marginal si lo hay en literatu-

ra peruana, tuvo, para mos-

trarnos su intimidad desga-

rrada, dos lenguas, el caste-

llano y el francés, y resulta

muy dificil decir en cuál de

las dos se expresó con más

soltura y calidad. Pero en

tiempos recientes hay un

ejemplo paradigmático de

escritor plurilingüe que bien

podemos hermanar con

José María Arguedas: Isaac

Bashevis Singer, premio

Nobel de literatura de 1978.

Singer, judío polaco, ha es-

crito en yidish la mayor par-

te de su obra novelística,

pero también ha escrito en

otras lenguas modernas para

expresar su mundo poblado

de elementos transculturales.

Esos judíos polacos que des-

cribe, que solo conocen el

yidish y poco a poco se van

adueñando de las calles de

Nueva York, se semejan

sorprendentemente a los

migrantes andinos que van

tiñendo de todo lo suyo las

costas del Perú. Como

Bashevis Singer, Arguedas

elige el lenguaje que le con-

viene en cada ocasión. Para

el mundo más íntimo esco-

ge el quechua y para la na-

rrativa o el lenguaje científi-

co, el castellano. Pero un idio-

ma vive en el otro, una cul-

tura en la otra, en el mejor

ejemplo peruano de transcul-

turación.

Junto a Arguedas, el

otro caso paradigmático en

la literatura peruana es el de

Vallejo. En su libro

Trilce

, de

1922, tan celebrado hoy que

ha sido comparado a

Ulises

de James Joyce o a

La tierra

baldía

de T. S. Eliot, los dos

monumentos de la lengua

inglesa que aparecieron jus-

tamente el mismo año, sien-

te que el código de la lengua

le es insuficiente para expre-

CARLOS DOMÍNGUEZ, UN ZORRO DE ABAJO

Gregorio Martínez

or fácil y profana conjetura, Carlos Domínguez es percibido como un

criollo vivaz, gallito canela, jaranero, trompeador feroz y fotógrafo único

en su menester fantástico. Sin embargo, Carlos Domínguez es todo eso, menos

lo primero. Audaz en sus magancias de plasmar imágenes, o esfumarlas si venía

al caso, Carlos Domínguez está más cerca del indígena mochica que del criollo.

Es un indígena norteño, cuya sabiduría, en cuanto a retrato y encuadre, le llega-

ba de muchos siglos antes que se inventara la fotografía. Tanto la de cajón,

manga negra y pajarito artificial, como la digital y cibernética. O, igual, tantísimas

lunas antes que Louis Jacques Daguerre desarrollara sus artificios de placas

metálicas.

Bueno, vamos a consentir que Carlos Domínguez resulta criollazo porque

ama la jarana, el cebiche, la carapulca. No sé si el pepián de pavo y el seco de

chabelo también. Solo que la tambarria criolla, cajeta y cucharas, salió del ima-

ginario afroperuano. Y el cebiche y la carapulca pertenecen a la cultura indígena

con un aliño de la culinaria negra. Tuesta un tantito en la callana la papa seca y

métele manteca de chancho y maní tostau, sugirió la voz sabia que había apren-

dido a guisar para sobrevivir. En definitiva, lo criollo era nada más que una

gracia y una quimba para lograr consentimiento.

Cierta ligereza nos impide advertir que en el Perú, costeños y serranos so-

mos andinos. Incluso el vals, que tanto seducía a Carlos Domínguez, resulta

indiscutiblemente andino. Una vez, Rómulo Varillas, el fundador del trío Los

embajadores criollos, lo dijo con certera ciencia: «Somos pintaditos por afuera;

por dentro todos somos indios». El era hijo de una indígena de Mala, Marga-

rita Talariñas Zavala. Tallanes, mochicas, chinchas, vilcas (Ica), esa era la gente de

la fisonomía de Carlos Domínguez.

¿Quién lo duda? La obra fotográfica de Carlos Domínguez es un aconteci-

miento desmesurado del siglo XX. No solo del Perú, por favor, del mundo

entero, como Robert Frank, que a su paso por Lima sacó una foto de Huatica,

en lo que es ahora Luna Pizarro. De ese mural grandioso de Carlos Domínguez

extraigo una por una las fotos del Loco Moncada. En dicho logro singular,

Carlos Domínguez coincidió con José María Arguedas. Ambos se sintieron

tocados y casi rebasados por el mismo personaje de dramática intensidad, allá

en el Chimbote denso, pestífero, de los tiempos del magnate Luis Banchero

Rossi. El Loco Moncada era un vagabundo enajenado que, cargando una cruz

con tanta pasión como el Nazareno, predicaba en las calles sus desvarios

apocalípticos.

Afortunada coincidencia. Un tocayo de Domínguez, el editor salvadoreño

peruano Carlos Milla Batres, igualmente sintió el impacto de la desmesura del

Loco Moncada. Entonces Milla Batres publicaba una revista,

Visión del Perú

,

con el poeta Washington Delgado. Le encargaron a Carlos Domínguez testi-

moniar la divinidad terrestre del Loco Moncada, zorro de abajo. Zorro de

abajo como el propio Carlos Domínguez. Testimonio y testimoniante queda-

rán por los siglos de los siglos. Nadie más zorro que Carlos Domínguez. ¿Re-

cuerdan cuando en un evento CADE, en Paracas, esfumo un rollo

fotográfico de una trocatinta bochornosa de celebridades de gobierno y poder

económico? Un zorro que sabe sus magancias y conoce bien las uvas del ma-

juelo, Carlos Domínguez.

P