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ALMA LATINA

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espiaba nuestra conversación llegóse

a preguntar qué sucedía. Y luego un

jovencito de jacquet y guantes blan–

co . Y luego otras pollitas y otros jo–

yencitos. Y se entabló una conversa–

ciún general. Rosita, sin embargo, sólo

conYersaba con el jovencito del jac–

quet

y

de los guantes. Y a ratos me

miraba ele reojo. Yo conversaba con la

chiquilla de las pecas en la cara y de

los ojos azules.

A la salida, entre la multitud de con–

currentes, Rosita quedó junto a mí.

-¿Se ha molestado Rosita?

-¿Yo? ¿por qué Nicolasito ......... ?Si-

lenci o y después de un rato ¡Ah! me

o l vid aba. Puede Ud. quedarse con esa

florecita que se me cayó el otro día en

e l ''tennis''. Ya no me sirve, La monja

l.

las ha prohibido.

¡Benditas sean las monj<is!

ICOLASITO

ANTE LAS PIRAMIDES

Cumpliendo nuestra promesa publi–

camos en seguida el temía de estilo

de una gentil y distinguida san-pe–

drana, que durante su estadía en el

Sagrado Corazón, obtuvo los los.

puestos en todas las composiciones

y conquistó siempre los premios de

estilo, de su clase.

Y en éste como en otros temas que

publicaremos encontrarán nuestros

lectores ese no sé qué de delicadeza

y de mefa.11colía que constituye el

dlma mater san-pedra11a.

Olvidemos el presente; volvamos la

Yi

ta a los pasados siglos, descorrien–

do

el

velo que oculta sus misterios,

contemplemos allá en Egipto los colo–

sales monumentos que hicieron elevar

los Faraones. Veamos también atra–

vesando a quellos vastos arenales po–

bres cautivos que inclinados por el pe–

so de tremendos bloques, van a elevar

esas pirámides que parecen terminar

1cloncle comienza el cielo.

Dominan ellas el espacio, y a su de–

rredor se agrupan en desórden las al–

deas cual nidos de palomas.

¿Quién hay que al distinguirla a

gran distancia no sienta arder en su

a lma el entusiasmo, una vehemente

animación por contemplar de cerca

tan grandiosa obra?

¿Y quién, que cuando satisfecha su

esperanza no eleYe el alma a lo infini–

to, quiera penetrar los misterios del

pasado?

¡Ah! esa misma ansiedad, ese entu–

siasmo, aumenta en mi ser a cada ins–

tante.

Mientras llego al anhelado punto

mi espíritu divaga, y veo en esas Pi–

rámides el símbolo perfecto de la Igle–

sia, que establecida también sobre só–

lidos cimientos ha visto transcurrir

siglo por siglo, sin que el mar embra- .

vecido de las pasiones, ni la espada ni

el cañón de l os guerreros puedan algo

contra aquella construcción gigante .

Más, después de largas horas de ca–

mino, me hallo por fin al pié de aque–

llos grandes monumentos. Consiclero

su grandeza y me parece que miran

con desdén la tierra·en que se apoyan;

piens0 en los grandes personajes que

en pasado tiempo ostentaron aquí

sus g

lorias y laureles, y me inclino an–

te.su

fantástica presencia, y aún más,

ve

o en la cumbre al gran Napoleón, el

hijo de la guerra, aclamando entusias–

ta a las pirámides testigos de su glo–

ria, pero tamhién testigos de su nada.

¡Oh Pirámide! que conturbas y ena~

jenas mi espíritu haciendo recordar

esas escenas de pasados siglos ¿por

~

1

.

t

.

?

que no me reveas tus mis enos .. ...... .

¡Ay! si decir pudieras cuanto sabes!

:Más enmudeces, no respondes, y mien–

tras tú te elevas majestuosa en

el

alto

firmamento, me arrodillo aquí a tus

piés y exclamo:

"Todo en este mundo pasa, solo

Dios permanece eternamente",

BEBÉ