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estas palabras:
1 1
Se ha decretado la continuacion de una guerra,
a nue. tro juicio emprendida sin grandes i urjentes motivos: debia
haber cesado, aprovechando los tratados que celebró el jeneral
Blanco.11 El autor desenvuelve esta tésis examinando los tra–
tados, que aprueba en la sustancia, i solamente lo considera
reformable en ciertos artículos, como el referente al pago de la
deuda, siendo de notar que estos defectos los atribuye a don
Antonio José de Irizarri, que por una
malhadada 6'tden guber–
nat,iva,
fué asociado a Blanco. En resol ucion, el Gobierno de
Chile debe renunciar a la guerra i tratar con Santa Cruz, mo–
dificando el tratado de Paucarpata. Este artículo 1le\'a por
fir–
ma
Unos c!tilenos/
5.
0
un artículo en contestacion al precedente.
Tiene por título:
11
Cuatro palabras de un amigo de la justz'cia
z'
de don Antonio José de lrz'zarri.11
Contiene una defensa poco
feliz de este sujeto; 6.
0
11flustracion del papel publz'cado
p
runos
clzilenos sobre tratados z' guen a con el Perz't.11
Corrobora las mis–
mas opiniones del artículo firmado
unos clulenos,
i
en un apén–
dice rechaza las ideas del periódico intitulado
El
cura
111
onardes,
que por este tiempo (Diciembre de 1837) reapareció para atacar
a Blanco i sus tratados, i pedir resueltamente la continuacion
de la guerra contra la Confederacion Perú-Boliviana;
7.
0
Al
públz'co.-Contiene una carta escrita, al parecer por
uno de los que hicieron la campaña del
37.
Es una defensa de
los tratados i de Blanco, i un crudo ataque a los emigrados pe–
ruanos, que continuaban pidiendo· la guerra contra Santa Cruz.
Con respecto a la cuestion deuda del Perú a Chile, dice:
11
Se ha
tratado de alucinarnos presentándonos como indisputable el re–
clamo de los doce millones que se dice nos adeuda el Perú;
i
se
ha reducido a capítulo de grave acusacion el haber pasado en
silencio este punto en el tratado. Se ha olvidado que el Perú
nunca quiso pasar por semejantes reclamos, considerando que
nuestra propia conservacion nos condujo a sus playas a afirmar
allí nuestra independencia, arrojando de su suelo al enemigo
comun de la emancipacion americana. Supongamos por un mo–
mento que se hubiese recabado el reconocimiento de esta deu–
da; ¿podríamos lisonjearnos jamás que nuestro crédito ocupase
un lugar preferente al de otros acreedores? ¿No exijiria la In–
glaterra, que tiene un apoyo de que carecemos, el pago de cer-