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12

EL ESPEJO

Pero el talento de Dona Escolastica no habia

basta<lo para dar

al

porte de algunos

de

sus

com·ida–

dos el

mezzo tenn'ine

que distingue su ceremonial

gastron6mico.

Habia

reformado las cosas:

n0

habia al–

canzado

a

reformar

la

jente. Y no es estrano que esto

le sucediese

a

Dona Escolastica, porqne casi lo mis–

mo le

suce<le

a

nuestra Dona

Rep(lblica,-que

s1.u

ser

tan feliz en la reform a de las cosas-ha sido igua]men–

'te desgraciada en la reforma de

los horn

bres. Asi q ue,

los brazos jiraban por en medio

de

la

mesa

como

as–

pas de un molino de viento,

y

el mismo tenedor <1e que

se

~ervia

Don Pantaleon para los ·trasportes del plato

a

la

boca,

habia de ser el que p1nchase el pastelillo

de ynca que estaba

a

tres varas de distancia.

i

Pincha–

duras aciaga5'! qne. al paso qne baliaron en la taza de

chocolate de

Doua

Escolastica los seJlos de! reloj de sn

marido, dc>jaron cae.r en la mia un

chicharron

de pren–

sa, que

pro<h~jo

nn

aspe1:jes jeneral

del mas esquisilo

soconusco.

lV[i

le,·ita

esta

todavia teiiida en la sangre

de aq uella

refriega.

Conclnyo el almuerzo, clesde el sus.tancioso san–

cochado, que sin'io de

sinfonia,

hasta el pocillo de cho–

colate, qne

foe

el

rondo

final;

y

en esta

opera

bufa.

<lc–

sempeirnron de nn modo asombroso sus

papeles ,

cl

Cura,

el capellan,

y

fia

Bivianita, qne-como

miernbro

honorario de

b.

farnilia cle

Doirn

Escolastica-no me–

reci6 mas arriba una particular mencion entre .Jos in–

di"idnos de la compania. No hub0 pasaje en que

t.stos babiles acto1·ps no die scn

pruehas brillantes

de

su

maestria.

En los audantes <le chnpe de

lc–

che,

y

sango

con

yuyo;

en

los

alr::.gros

de cnmarones

y

platanos

fritos;

e1i los duos de pan

y

mantequilla: en

todo

desplPgaron

una destreza de ejecucion superior

it ·

todo elojio;

y

en los coros de

rosqnitas,

hiscochnclos

y

pan de dulce, fueron prodijiosamcnte acompanaclos por

todos los chiqnillos.

Lo q ue mas

duraclera

impres1ou

me ha dejado de tan

hermo~a

comp

osicion m

usical ,

han

siclo unos repetidos

cres cendos

de

cocla7.os,

que

de–

bi

a

los

coutinuos

movimi~ntos

de

Fray

N

orbcrto, qul"'

me habia tocado por vecino,

y

qne

110

podia cjccutar

sin pe1juicio cle tercero sus frecuentes

da cappos.

Ya que Dona

Biviana no

ha

merecido ser nom-