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llenos de hambre y miserias, y dos tercios de los que

forzosamente eran destinados cada dos años,

y

que a s–

cienden a 6 ó 7 mil indios, perecían víctimas de la du–

reza de sus ocupaciones. Sus jueces, regularmente espa–

ñoles bárbaros y llenos de codicia, tenían la arbitraria–

dad que daba la distancia de la Metrópoli, la inutilidad

del código español, la inmowlidad, la ignorancia, y

~l

d~seo

de hacer riquezas por las vías de · la autoridad,

que era el principal m,óvil de todas sus acciones. To–

dos los recursos ·que la asociación la más imperfecta

tiene para los oprimidos, se hallaban cerrados a los in–

dios; reinaba una colución secreta y bien observada ba–

jo la· garantía del oro

y

la plata entre los magistrados

de

Am~rica,

y la Corte Española, que no dejaba al iri–

dio más apelación que la de un sufrimiento

preternatu~

rol, o las tentativas de un sacudimiento.

Nunca se expresarán, sino diminutamente, los motivos

que hacían esta disposición nacional, y que se añc:tdían

diariamente al odio tradicionalmente impreso por la usur–

pación y horrores de la conquista. En este estado, ya

muy violento, mandó Carlos III el año de 80 a un co–

misionado llamado Areche (b), con el título de Visitador,

a establecer los estancos, aduanas, impuestos sobre ven–

tas

y

etc. en todo el Perú. Esta.s medidas de la rapa:"

(b) José Antonio de Areche nombrado Visitador General para

el Virreinato del Perú, por el Rey de España Carlos JII, no

tuvo otra misión · que Ja de remachar las cadenas a la. raza con.

quistada. Además de Jos Tributos Reales que Jos pu,eblos

sub~

iyugados pagaban, así <:orno

también los inconcebibles

repa1~ti·

mientos: (compra forzosa, por parte de los indios, de mercade•

rías inútiles que les vendían Jos Corregidores, a precios exorbi–

tantes, bajo las amenazas de cárcel y castigos corporales para

Jos reacios). Areche estableció estancos e impuestos de adua–

nas y alcabalas sobre Jos comestibles. . . Los impuestos toma–

ron proporciones fantásticas. Por ejemplo: a los camaroneros,

en. el valle de Ocaña, por sus productos, .pagaban Jos siguien–

tes impuestos: sisa, quintos, diezmos, alcabala y derecho de puer–

to. Después de pagar todo esto, no le quedaba al indio camaro-