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sus respectivas jurisdicciones, salvo los que, a juicio de las mis–

mas autoridades, merecieran la entera confianza del Gobierno,

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por su honradez, adhesion al pais i demas circunstancias, exi-

jiendo en todo caso a cada uno de éstos una fianza de uno a

diez mil pesos, conforme a sus proporciones ...

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Para engrosar la fuerza armada de la Confederacion, fueron

llamados al servicio todos los individuos del ejército, de sarjen–

to a soldado, i los de la marina que hubiesen sido licenciados i

se hallasen en capacidad de manejar las armas, bien entendido

que los que no se presentaran voluntariamente en el término de

quince dias, serian tomados por las autoridades i destinados al

ejército por tres años, sin derecho a gratificacion alguna.

Por decreto de 17 de Junio de 1837 fué organizado el corso,

prometiéndose a los armadores facilitarles las armas, municio–

nes i <lemas recursos que el Gobierno creyese convenientes, el

cual otorgaria a los capitanes de corsario despachos de oficiales

de marina con el grado que tuviera a bien.

Hasta aquí habia avanzado el Protector en sus medidas de

precaucion i de hostilidad contra sus enemigos interiores i ex–

teriores, cuando tuvo noticia del motin de Quillota, el cual,

como ya hemos referido, reavivó por el momento la esperanza

de que el Gobierno de Chile desapareciera o que, envuelto en

las dificultades de una revolucion, renunciara al ménos a la

empresa de hacer la guerra al Protectorado. Ya hemos visto con

qué extraordinario encarecimiento buscó de paz a Chile i solici–

tó su amistad. Con este motivo derogó el decreto de

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de Febre–

ro, que había prohibido toda comunicacion terrestre i marítima

con Chile, i dejado en tan mala condicion al comercio neutral,

i declaró en consecuencia, que los buques extranjeros podrian

comerciar libremente con los puertos de los Estados Confede ·

rados aun despues de haber tocado en

los de Chile, pero de–

biendo siempre respetar la prohibicion de conducir los produc–

tos naturales i fabriles de esta nacion.

Entre tanto, el Gobierno de Chile, terminaba apresurada–

mente los aprestos de la expedicion. En prcvision de que el

curso de los sucesos impusiese la necesidad o crease la oportu–

nidad de celebrar tratados, sea con nuevos Gobiernos que pu–

dieran aparecer en los Estados de la Confederacion, sea con el