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me morador dd liqllido elemento,
y
compañero
de
sus
animados se res.
Si havra s11cedido
lo
mismo con mis
compa~eros
naufrttgos
(
decía yo aco rda ndome de ellos en esle mo·
mento de mi consen tida rra1formacion
! )
Si les ha\,ra ca–
bido
la misma merte
!
parece regitlar
: :
pue¡ ellos perecÍe·
ron conmigo,
y
en
la
mtJma
na\/e, no podran hallarse
muy
lexos de
mi::
be de cerciorarme,
recorriendo
esre
trecho
para ver si miresco dar
con ellos
Ó
con sus
in–
felices despojos.
Ya
iba
á
poner en execution mi designio,
ya empez1ba
á
subir para arriba, por ver si la superficie,
serena
ya
de sus bcrrascas , prestaba algun vesligio de sus
rel iquias,
ó
cle
la nave; pero apenas huv e dado el
pri·
mer movimiento, qnando emboró de nuevo mis virales
alientos el mas horrible eipantoso ruido, muy semejante
al que forman las crecidas aguas, descolgandose precipita•
das
á
un profondo estanque, desde
la cumbre de
una
elevada escarpada roca, atoniro, confuso,
y
qllasi tan ena.
genado de mi como la vez primera,
y
segunda, me vi e"'
esta ocasion,
y
no era ¡llra menos pues vi,
¡
pero
quien
ruede explicar.
!
Se
concluirá.
PARABOLA.
1-I
AVIA
en cierta numero sa Poblacion un vecino,
muy
conocido con el nombre de
Bartola el de la csquiNa,
por
su genio inquieto,
y
osado. Era
z~patero
de
prote~ion,
aun
que rudo, bisoiio,
y
principiante: su amor propio,
su
or–
gullo,
y
\3
adulacion de sus iguales, de que siempre an•
daba
liodeado,
le
hicieron coasemir
que era
el
mejor
ma·
estro