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I l 7 •

me morador dd liqllido elemento,

y

compañero

de

sus

animados se res.

Si havra s11cedido

lo

mismo con mis

compa~eros

naufrttgos

(

decía yo aco rda ndome de ellos en esle mo·

mento de mi consen tida rra1formacion

! )

Si les ha\,ra ca–

bido

la misma merte

!

parece regitlar

: :

pue¡ ellos perecÍe·

ron conmigo,

y

en

la

mtJma

na\/e, no podran hallarse

muy

lexos de

mi::

be de cerciorarme,

recorriendo

esre

trecho

para ver si miresco dar

con ellos

Ó

con sus

in–

felices despojos.

Ya

iba

á

poner en execution mi designio,

ya empez1ba

á

subir para arriba, por ver si la superficie,

serena

ya

de sus bcrrascas , prestaba algun vesligio de sus

rel iquias,

ó

cle

la nave; pero apenas huv e dado el

pri·

mer movimiento, qnando emboró de nuevo mis virales

alientos el mas horrible eipantoso ruido, muy semejante

al que forman las crecidas aguas, descolgandose precipita•

das

á

un profondo estanque, desde

la cumbre de

una

elevada escarpada roca, atoniro, confuso,

y

qllasi tan ena.

genado de mi como la vez primera,

y

segunda, me vi e"'

esta ocasion,

y

no era ¡llra menos pues vi,

¡

pero

quien

ruede explicar.

!

Se

concluirá.

PARABOLA.

1-I

AVIA

en cierta numero sa Poblacion un vecino,

muy

conocido con el nombre de

Bartola el de la csquiNa,

por

su genio inquieto,

y

osado. Era

z~patero

de

prote~ion,

aun

que rudo, bisoiio,

y

principiante: su amor propio,

su

or–

gullo,

y

\3

adulacion de sus iguales, de que siempre an•

daba

liodeado,

le

hicieron coasemir

que era

el

mejor

ma·

estro