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1 I

~.

echar mano de

la

santa señal de nuestra redenci on, uni•

co

poderoso consuelo en nuestro fatal conAicto; pero al

.mismo tiempo, en el mismo instante

dos

furiosas inaccesibles

montañas de agua, que en ademan de combatirse, su·

.bian desde el profundo, por uno, y otro costado, re•

montando su vuelo mas alta de las inmensas regiones, es–

trellaron rns rnmbres ( S:inro Cielo ya no aliento! ) una

·comra otra, dando con la enorme maquina , y sus infeli–

ces moribundos sobre las profundas arenas de su lobreg0

espantoso seno.

Piedad Cielos

!

piedad

decia yo

al

pisar

los umbrales de la Eternidad.

Cielo Sanco: pues en

ti

re•

•side quien hospeda

á

los muertos, recibe esta alma, que ya

sulca presuroia las horrorosas cabernas de la havitac1on de

la muerte; yo imploro desde luego tus misericordius,

y

pii:.lo psrdon

á

tu Dueño.

Entre las ansias de

la

muerte, rodeado de crueles

·agonias, esperaba el triste momento de ver su rostro

al

·eterno Juez de vivos,

y

muertos, quando (

ó

foerza de

la

humana fantasia ! me vi tranquilo, me vi sereno, aun

tiue admirado

y

confuso, de hallarme en el centro de las

aguas, sin la menor fatiga, y familiarizado con ellas.

Li–

bre ya de las ansias de. la muerre, miraba

á

un lado y otro;

pero n·ada veia, sino anchurosos, dilatados espacios de l

i•

quidos cristales: provaba subir para arriba,

y

lo hacia

fa.

cilmente, intentaba baxarme, y no paraba hasta el pro–

fundo de las arenas, ibJ para uno

y

otro lado, y lo C'xe•

~utaba

sin embarazo alguno: espiraba, y respiraba sin vio–

kncia, sin opresion alguna, en fin llegue

á

consentir

¡

Pe.¡

.ro con que fo ndamentos ! que

el

poder ahsolmo del cielo

havia comutado el d i éto de sus justos rigores corespon·

diente

á

mi espiacion, en la incomprensible providenda

~k¡µruformar

m.i

ser en

e! de

humano

pe~ado) · haciendo..

me