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Gl
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ele los conocimientos propios
para
esto. Estos ni se pue–
den improvisar, ni ménos es fácil reunir los elemento::-J
que para criar plantas se requieren,
y
sobre todo contar
con los trabajadores que llevan
á
cabo las operacione:9
propios en la propagacion de las moreras.
Se encuentran sin duda en América personas profe–
sionales que podrian dedicarse
á
criar las moreras, pero
no lo hacen, para no exponerse
á
perder por la e\
entua~
lidad de la venta, tratándose de una industria desconoci–
da;
y
por lo mismo los que la emprenden se resisten
hasta
á
pagar el imporLe de costo de dichas plantas, que
es subido cuando se crian con las reglas que son del easo.
En el supuesto de que el propietario encontra8e plantas
para comprar, faltan en general los conocimientos
y
la
aptitud para plantarlas
y
criarlas. Haciéndose esto mal,
como se ha hecho en
las plantaciones de moreras en
América, no es posible que resulte un negocio lucrativo
por el poco crecimiento que tienen las moreras,
y
el
mayor tiempo que demoren antes que produzcan abun–
dantes hojas.
Todo esto no se ha tenido presente,
y
ereyéndose en Ja
facilidad de hacer plantaciones, no
~e
han cometido sino
errores, pérdidas de tiempo
y
de dinero.
Se hacen por varios, multiplicaciones de moreras por
estacas,
y
como se consideran solo las plantas en sí
y
no
en sus resultados vejetati vos
y
de especuJacion sucesiva,
esas plantaciones no pueden tener valor como otras, ni por
la
clase de morera que se ha preferido para la propagacion
de estacas que es la m ulticaulis, ni P'Jr su cu1ti \·o que s
hace muy mal. Así es que si en Chile se hubiera contado
con las plantas rnultiplica<las por los propietarios, <le
so~
.guro que no habríamos podido esperar sino en un tiempo
rnuy rern.oto) la introduccion de esta industria,