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cluatro leguas; y viendo que ni aún en estos había mulas que
eran las ocho de la noche, que el mucho
frío
que hacía 1m-1
pedía a los reos el caminar; y que las mulas estaban cansa–
das, mandé hacer alto en un sitio que aseguraron los arrie–
ros era paseana; y asegurándome de los aparejos; permití lle–
var todas las mulas al pasto. A la mañana siguiente
re"~ono~
cí el mal temperamento y situación en que ·me hallaba,
y
de–
terminé salir de él; pero mandando traer las mulas, me res–
pondieron que los arrieros y peones se habían huído la ma–
yor parte de ellos llebándose muchas mulas, por lo que se
fustró mi intento; y así mismo me avisaron de que en aquel
territorio no se hallaba agua, por lo que reconocí el campo, y
rompiendo
y
levantando algunos peñascos, descubrimos una poca
aunque mala, la (!Ue mantuvo a la gente, hasta haber descu–
bierto en 'una cuadra la suficiente. ·Luego despaché un propio
al pueblo de Hayabi, por haberme informado un indio que es–
tábamos distantes cuatro leguas de él, con una esquela para
el Theniente o Alcalde; pero dejándola en poder de una mu–
jer, por no haber hallado otra persona se volvió sin más ra–
zón. A las cinco de la tarde mandé un oficial con dos solda–
dos, y éste pasó h11,sta el Tambillo, distante siete leguas, en el
que se mantuvo, tomando las providencias que pudo, para juntar
algunas mulas; y viendo que me hallaba cuatro días demorado
en dichos altos, que la tropa tenía pocos víveres, y que habían
fallecido dos indios, aunque muy ancianos, (corno consta de
las certificaciones que a Vuecelencia presento) tomé la reso–
lución de marchar con la tropa a pie
y
los a mula, dejando las
cargas custodiadas de una pequeña escolta, para cuyo efecto
mandé traher las mulas que habían quedado; pero ni aun esto
pude facilitar, por haberse muerto la noche antecedente siete
mulas (r), y no haber las suficientes para conducir los reos,
con lo que sin más esperanzas que era el esperar las resultas
del citado oficial, al siguiente día cuatro de mi permanencia, y
a 12.s seis de la tarde vino Don Pedro Villafuerte, asistente de
tabacos de la ciudad del Cuzco, diciendo en el instante que su–
po mis incomodidades, y aunque se hallaba con cien cargas de
tabaco, las h&bía dejado custodiada de sus criados,
y
que venía
a sacarme de tan
arries~ado
sitio, trayendo !)ara el efecto cien
mulas. Se m2.ntuvo en mi tienda hasta el día siguiente; y poco
después de amanecer, me dió parte el sargento de guardia de
( r) La muerte d·e esta'S siete acémilas,
ocasionaid~
por el
hambre, Ia sed
y
el frío, son .!os más ¡gnandes testimonios de
la indemenci.a de ·esos ,páramos de Castr·o Virreyna, páramos
recorridos oor la caravana de infelices, de la aue formaba
par-
te
J~1an
Bau.tista Túpaia Amaru.-(.F.A.L.)
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