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i
Ah!
i
no saben esos hombres que suponen al Jesuita
desamorado de su pais, que deliciosa emocion de jubilo
siente al hallar entre las tribus salvages 'del Nuevo-Mundo
algunos de los sonidos de la lengua natal; 6 al oir en los
mares de la China y del Japon el lejano eco de la gloria
de nuestras armas !
i
Y fueranos la Francia menos amada
a
nosotros que
no la hemos dejado
!
i
No nos envanecieramos de sus triun–
fos asi en la paz como en la guerra; de su genio para las
letras y las artes, de sus atrevidas conquistas en el domi–
nio de las ciencias y en las regiones nuevamente abiertas
a
la industria
!
i
No amariamos en ella el verdadero foco
de la civilizacion oristiana
!
i
No nos felicitariamos de los
inefables consuelos que aun hoy en dta da
a
la Iglesia
!
No, no ha renunciado
a·
su siglo .. . . Es muy cierto
que no apellidamos mejora ni progreso
a
cuanto la mo–
derna sabiduria en su orgullo decora con estos titulos
pomposos ; es muy cierto que no aguardamos del porve–
nir una religion mas perfecta que la Religion de nuestro
Senor Jesucristo, y que la humanidad, fecundada por los
sistemas, no nos parece se halla elaborando una era in–
definida de virtud y bienandanza .
Pero bajo de esa autoridad inmutable de la
fe,
no de–
jamos de pertenecer
a
nuestro tiempo por nuestras ideas
y nuestros corazones, y sobre todo le conocernos mas de
lo que
a
algunos les parece.
Por eso nunca nos ha venido al pensamiento, que
doscientos pobres operarios evangelicos, distribuidos en
la dilatada estension del territorio de la Francia, puedan
proponerse , en dias como estos ,. establecer en ella
fo
que
no se han avergonzado algunos de llamar nuestra domi–
nacion.
Este anacronismo no es el nuestro; es el de nuestros
adversarios. Porque dos siglos
ha
la Compafiia de Jesus
pudo emprender en una tierra virgen , entre pueblos que