ALMA LATINA
11
===FIGURAS EXCELSAS====
FELIPE SANTIAGO SALAVERRY
Fué en los claros albores de nuestra infancia republicana. La patria
niña de
1836
se dormía al arrnllo de la terrible leyenda en la que un ado–
lescente encadenaba a la fortuna y esclavizaba a la suerte en la más os–
cura mazmorra de su castillo señorial.
Fué al margen de la página de oro de la independencia donde rubricó
una espada latina y audaz con la breve y elocuente concisión de un tajo.
No se escribió poema como su carrera triunfal tomando por asalto to–
dos los castillos del éxito. No se esculpió en el mármol la gallardía impeca–
ble de su figura de Espartano, ni se buriló en el bronce su perfil capit0lino
de Bolívar tempestuoso. No. Pero en cambio vi ve en el alma del pueblo,
-
no en la del populacho de las cosmópolis dispuesto siempre al Hossarnna
para el vencedor y al c1 ucificale para el caído -
sino en las tierras del Sol
y de la luz donde las gentes humildes y sanas asociarán siempre su recuer–
do a la tristeza sugerente del yaraví y al bélico entusiasmo de las dianas.
Era como un Bonaparte menos ambicioso y menos feliz que vió
abrirse de repente ante él, en su camino de laureles, el hondo precipicio de
lo insalvable. Cóndor nacido en la esclavitud de una jaula, sintió la fuerza
de sus alas y la nostalgia de las cumbres, pero no pudo volar ....
Fué en la hora suprema de las grandes claudicaciones. Ante el uncvo
señor del altiplano, Andrés de Santa Cruz, Gamarra y Orbegoso se in0lina–
ban en gesto de rendida pleitesía. Era preciso que alguien se atreviera a
tocar el clarín redencionario. Fué Salaverry. Más grande que en su papel
de libertador, más noble que en su efímera presidencia alcanzada a los 28
años, se muestra eu este reto insolente con que su juve11tud tempestuosa
pasa el Rubicón y planta su cartel de desafio en los dominios del protector.
Estalló la lucha dramática y terrible entre la fuerza y
la audacia, en–
tre la puna y el volcán.
Y Salaverry fué vencido. Lo ahogó la pequeñez del medio, lo asfixió
la atmósfera saturada de miasmas. Tuvo su caída la magestad imponen te de
todos los crepúsculos de los dioses.
Y fué el epílogo de su vida atormentada por ansias superiores una
de aquellas muertes que aunque quieran hacerse patibularias r e::mltan
siempre redentoras y glorificantes. Fué sobre los arcaicos portales de la
plaza de Arequipa, donde el crimen fusiló a la noble ambición.
Cayó aquella gran vida como la cadena de oro de la leyenda en las
aguas del gran lago del olvido. Sus ondas se estremecieron con leves vaci–
laciones de párpados que fuesen a llorar. Luego las olas de la indiferencia
cayeron como un castigo sobre ella.
Después por la misma senda prestigiada con las flores de sangre de , u
sacrificio pasó la romería de las frivolidades insultantes y de las improvisa-