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ALMA LATI A

puntiagudas, sobre la rugosa cor–

teza de un

lanche

c;-rntena rio y en

corvado, como una hs de oro co–

mo una abeja de fuego, corno una

mariposa de luz que hubiera sus–

pendido su vuelo sobre el abismo.

«No la toques»

elijo mi nrndre

adivinando el deseo ele su compc1 -

ñera. «Es la Tita-chica v.

h1

flor de

la desgracia que anum:ia las desdi–

chas» Pero ya era ü1rde. Mnrga–

rita, afianzando su breve pie sobre

el tronco carcomido, avanzaba en

pos de la orquídea.

Un gdto agudo, un grito ele

muerte turbó la alegría de los que

ya estaban tomando sitios en la

mesa.

1

oclos corrieron al lugar

donde mi madre gesticulaba llo–

rando. Ella no estaba allí. La tras–

tornó el mareo, o el tronco cedió,

lo cierto era que solo un leve estre–

mecimiento de las rn mas indicaba

que la desgrnciacla Marga, it

I

ha–

bía rodado al

él

hi mo.

Se trajo cuerdas y Víctor: hacien–

do prodigios ele equilihrio, bajó

hasta el fondo ele

la floresta vír–

gen. Solo manchas ele sangre, gi–

rones de su bata azul

y

un montón

de carnes magulladas y de huesos

deshechos, encontró e11 su fúnebre

ex<:ursión.

l nicamente

la flor, la

flor maldita, ha bfa llegéldo intacta

y

parecía sonreire11treabrienrlo los

labios ele sus rojos pétalos. Al día

día siguiente la rejuvenecida Igle –

sia recibí,1 los restos de Margarita

y el viejo General huía de élquellos

lugares, testigos. ele su desgnicia.

Víctor estaba gnne. Sus padres

v hermanos pasabc111 nOL·hes ínter

minables \'elando las pesadilbs

y

alucinaciones que

lo atormenta–

ban. El rojo era su obsesión

y

su

martirio. En todas partes, en las

flores del empapelado, en las labo–

res de las sobrecamas y hasta en

los rostros queridos, creía ver la

imagen de la flor trágica reprodu–

cida hasta el infinito.

Al

fin después ele un mes pudo

levantarse. «Señorn», había dicho

el médico a mi abuela, «Ua· impre–

sión fuerte lo alocará v

terminará

con su vida». Y aqueila impresión

llegó fatalmente. Pué una noche,

en la comida, cuando tin cuchillo

mal manejado por mi ;:1buelo le hi.

zo una herida profunda al monclar

una manzan,.1. Al ver b sangre

Víctor se levantó frenético ~ritan –

do con todas sus fuerzas: ¡Padre!

¡La flor! ¡Mátala!

y

luego corrien–

do a un rincón comenzó a s01loz:1r

como un niño.

Por h1 noche mi abuela, con esa

intuición 11,aravillosa de

las ma–

ches, neyó

(11T

algún ruido en el

cw, rto del hijo a quien dejara su–

mergido en el sueño ele una leve ca–

lentura. Lev~rntó~e de puntillas

y

al lleg;1r a

la alcoba de Víctor un

soplo de aire frío le :111unció que la

puerta esta ha abierta. Buscó la

vela sin enl·ontrarl,1, dió voces,

y

toclos viniendo pudieron c01weñ–

cerse ele la desaparici6n ele! enfer–

mo

Temiendo un suicidio comenza–

ron a liusc,1rlo va 1lnmarlo en va–

no hasta que el-c1buelo señaló, n-u–

do ele espm1to, las ventanas de la

lglecia tenuemente iluminaclas.

Allí est--1 ha en etecto con los ojos

SH

lientes, l;i rl'spiración jadeante

y

las nrnnos ensangrentadas, arn–

fü1 nclo la sepultu1·a de su novia.

11Ves, madre>>, decía señalando las

gntas de Sé111_gre que destilaban sus

dedos sobrl' la blanca lápida. «Ves.

madre, qué herm, so ramillete de

orquíelens rojéls voy a hacer para

mi Margarita! ...... »

Lo in·evitable se había consuma–

do. El pobre estaba loco.

Algunos días después las camoa–

nitas de la Iglesia anunciaban con

sones trémulos y zollozantes el des–

posorio del cadáver clel buen Víc–

tor con el de la bella Margarita.

CLOVER

1

SBOY.