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ALMA LATINA

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De la quincena

Concilio ecuménico

Ha habido sesión general de la

Juventud Católica, con el objeto de

elegir Presidente. Fué en el local

de la ealle del Gato. Los diecisiete

gatos-digo miembros-que la com–

ponen, se reunieron en una sala ca–

pitular. El señor Secretario ley<>

los artículos de ordenanza Una

serie de artículos destinados a des–

pertar en los electores el sentimien–

to dejusticia

y

de obligación para

elegir bien. Al terminar se había

producido un efecto contradictorio.

.Todos se habían dormido.

El señor Eguiguren que presidia,

contempló mansamente a sus su–

bordinados y dijo casi impercepti–

blemente. uEl sueño de los justos•.

El señor González Elejalde dor

mía como un santo Jacob, dejando

-ver impudorosamente en su posi–

ción descarada un trozo de pierna.

Un trozo de pierna blanca que al

señor Recavarren que estaba a su

lado se le antojaba más de Esaú

que de J acob. El señor Rey había

cerrado dulcemente los ojos como

si estuviera en un extásis amoroso.

El señor Talleri se había inmovili–

zado en una actitud de fakir indio.

El señor Ramirez Barinaga-uno de

los candidatos a la presidencia-se

había dormido por completo.

No

se movió siquiera para la elección.

Y era tan sereno el ambiente, tan

reposado el silencio. que todos se

iban durmiendo sin remedio. Ahí

estaba el señor Guzmán, en pleno

sueño. Hubierase dich0 un San Tar–

cisio dormido en la paz del Señor.

Los señores . Nicollini, Brazzini y

compagnini yacían entregados a un

dolci far niente suavissimo.

Y has–

ta al señor Quesada (don Julio), se

le había dormido una pierna. El

único despierto. El que nunca se

duerme

El vigiliado eterno para

los estudios y para los discursos.

El único que tenía los ojos abier–

tos era el señor Bustamante

Y

eran unos ojos tamaños como los

de un gato montés.

El señor Eguiguren peniió la pa–

ciencia. Y habló en voz alta. Na–

die se despertó. El señor Eguigu–

ren levantó su voz delgada y sua–

ve. Como

lé.1

del doctor Pnido. Pe–

ro nadie se movió.

¡

Holgnza nes!

gritó el señor Eguig-uren. Y ape:

nas si el señor Ramírez Barinaga

normido en su butaca, levantó el

brazo

y

se dió una cachetada. Y

no fué por penitencia, sino por cas–

tigar a un mosquito, mosquito que

murió aplastado por el choque h •)_

mérico. Un crímen que el s ~ñor Ra–

mírez no hubiera cometido nunca

despierto. Un m0squicidio :=i.troz .

El señor Presidente perdió la

pa

ciencia,

Pero ahí estaba como un

enviado divino. Como un ángel de

paz el señor Bustamante. Apl4ca

señor tu cólera dijo éste. Y se ofre–

ció para salvar la situación y cie~–

pertar a todos. El permiso

J~

füé

concedido.

Y el señor Bustamante se deslizó

por entre las sillas, con la ligereza

de un gato. Y fué hablando al oído

de los dieciseis gatos - digo miem–

bros dormidos en la paz del Señor.

El señor Bustamante agotaba el

repertorio de su e:-locuencia y de su

tino para despet"tarlos suavemente,

y ·

tenía para hablarles un modo

persuasivo

y

dulce. Amorosísimo.

Al señor Ramirez Barinaga le ta–

pó los ojos y

le dijo: «Adivina,

quien es».

El señor Ramirez que

soñaba con algún pasaje de la Pa–

sión, abrió los lábios

y

murmuró:

¡Caifás! El señor Bustamante se

rió de la alusión evangélica. Y si

guió su t:uea. Al señor Rey le dijo:

Buenmozo. El señor Rey se arregló