AL1\1A LATINA
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LA HISTORIA DE JUAN DE FLANDES
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Juan de Flandes era bueno y
dichoso. Debía al trab8jo de sus
ma,nos sencilla abúndancia
v
sa–
na,
;=tlPgTía.
Cultivaba su campo,
en el que el viento · PnCTespa ba,
corno un mar las rniAses de oro,
y c11idaba su casa, lirnpi::i y lu–
ciente como una taza de plata,
Juan de Flandes
no en
viaiaba
á
los poderosos del
m
nndo, ni era
envidiado
por
ellos. Una noche.
Una noche, toda era plenitud,
todo era saboreada concienciH,
en su venturFt.
La
cena había
terminado.
L;:i.
mujer dulc<:> y
fuerte como cumplí/-\,
á
aquc va–
rón, ordenaba sobl'e la mesa un
va so de flores. Dos animadas es–
peranzas, niña
y
niño, confull\lían
sus hueles sobre un libro abierto .
El lucio can de la casa reposaba
á
los pies del amo. Iuan de Flan–
des, dejando aplFtcarse el vapor
de su te, repartía su pen~arnien–
to entre la contemplación de a–
quella paz y el trabajo del si–
guiAnte día.
Llaman
ái
la puerta. El buen
hombre se dirig·e
á
a _brir.
Encueuti·¡:¡ en el umbral,
á
1111
recio mocetón de pelo rubio, ca–
beza alti va de d nras facciones,
azul de acero en los ojos, un ges–
.to de Jesdéu en los labio$: h er–
moso tipo marcial.
El forastero saluda res nelta–
mente
á
Juan d e Flftnde~.
-Señor-le dice-su vecino de
al lado me ha· inferido
grn
ve
ofensa.
y
debo m _atarlo. N~ pue–
do eutrar por sn puerta, pon.:¡ue
la tendría que forzar y me senti–
rían. Necesito que Od. me deje
pasar por su tejado,
¿Quiere Ud. dejarme pa.sar por
su tejado para
ir
á
matará su
vecino?
Juan de Flandes escuchó las
primeras palabras con asombro·
las últi1uas con estupefacción.
Luego fructna11clo entre una gra–
ve i1Íquietud y
la
ir]Pa,
OP
ser:- ob–
jeto de una burla, dijo al foras–
tero .
-Señor, nada me interesa
R
mi
los
agTa
vios d e Ud. con rni veci–
no. No guardo queja de
éJ.
y
soy
hombre de paz. r enga Ud.
la
b ondad cie retirflrse. Buenas no–
ches.
A
esa. respuesta. el recio moce–
tón, puñal en mano, arremetió
sobre Juan de Flandes.
y
lo echó
por tierra, herido en medio del
pecho. Resonó un
¡ay !
de a.gonía
Acudió el vigilante can,
y
cayó
iunto a l cuei-po del amo. Vinie–
ron en apretado grupo, la hacen–
dosa muje1·, los bonitos niños, y
después de un grito de es pan to,
quisie ron oponerse al p aso de
aquel h ombre. Retrocediendo an- .
te el
bra.zohomicida, cayeron,
un a has oti-o, madrn é hijos; vol–
c6 se en esta confu~ión la lárnpa –
ra. que l1abía ilu minado el dulce
repcmo, mordió · el fuego t>n las
cortinas,
y
en un instante, toclo
fué, en la casft del trabajo, san–
grp,
y
llamas, desolación
y
mner–
te. Mientras t an to, bajo la im–
pasible mirada de 1ft noche, el
fo–
ra.stero, deslizándose al t ejado
del vecino , 1nurmnraba. como
quien h ablft para su conc~enci: •:
- Er a
mi derecho: necesitaL,a
pasar.
.JOSÉ ENRIQUE
RODÓ.