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AL1\1A LATINA

3

LA HISTORIA DE JUAN DE FLANDES

:=:s ..

z:==;

Juan de Flandes era bueno y

dichoso. Debía al trab8jo de sus

ma,nos sencilla abúndancia

v

sa–

na,

;=tlPgTía.

Cultivaba su campo,

en el que el viento · PnCTespa ba,

corno un mar las rniAses de oro,

y c11idaba su casa, lirnpi::i y lu–

ciente como una taza de plata,

Juan de Flandes

no en

viaiaba

á

los poderosos del

m

nndo, ni era

envidiado

por

ellos. Una noche.

Una noche, toda era plenitud,

todo era saboreada concienciH,

en su venturFt.

La

cena había

terminado.

L;:i.

mujer dulc<:> y

fuerte como cumplí/-\,

á

aquc va–

rón, ordenaba sobl'e la mesa un

va so de flores. Dos animadas es–

peranzas, niña

y

niño, confull\lían

sus hueles sobre un libro abierto .

El lucio can de la casa reposaba

á

los pies del amo. Iuan de Flan–

des, dejando aplFtcarse el vapor

de su te, repartía su pen~arnien–

to entre la contemplación de a–

quella paz y el trabajo del si–

guiAnte día.

Llaman

ái

la puerta. El buen

hombre se dirig·e

á

a _brir.

Encueuti·¡:¡ en el umbral,

á

1111

recio mocetón de pelo rubio, ca–

beza alti va de d nras facciones,

azul de acero en los ojos, un ges–

.to de Jesdéu en los labio$: h er–

moso tipo marcial.

El forastero saluda res nelta–

mente

á

Juan d e Flftnde~.

-Señor-le dice-su vecino de

al lado me ha· inferido

grn

ve

ofensa.

y

debo m _atarlo. N~ pue–

do eutrar por sn puerta, pon.:¡ue

la tendría que forzar y me senti–

rían. Necesito que Od. me deje

pasar por su tejado,

¿Quiere Ud. dejarme pa.sar por

su tejado para

ir

á

matará su

vecino?

Juan de Flandes escuchó las

primeras palabras con asombro·

las últi1uas con estupefacción.

Luego fructna11clo entre una gra–

ve i1Íquietud y

la

ir]Pa,

OP

ser:- ob–

jeto de una burla, dijo al foras–

tero .

-Señor, nada me interesa

R

mi

los

agTa

vios d e Ud. con rni veci–

no. No guardo queja de

éJ.

y

soy

hombre de paz. r enga Ud.

la

b ondad cie retirflrse. Buenas no–

ches.

A

esa. respuesta. el recio moce–

tón, puñal en mano, arremetió

sobre Juan de Flandes.

y

lo echó

por tierra, herido en medio del

pecho. Resonó un

¡ay !

de a.gonía

Acudió el vigilante can,

y

cayó

iunto a l cuei-po del amo. Vinie–

ron en apretado grupo, la hacen–

dosa muje1·, los bonitos niños, y

después de un grito de es pan to,

quisie ron oponerse al p aso de

aquel h ombre. Retrocediendo an- .

te el

bra.zo

homicida, cayeron,

un a has oti-o, madrn é hijos; vol–

c6 se en esta confu~ión la lárnpa –

ra. que l1abía ilu minado el dulce

repcmo, mordió · el fuego t>n las

cortinas,

y

en un instante, toclo

fué, en la casft del trabajo, san–

grp,

y

llamas, desolación

y

mner–

te. Mientras t an to, bajo la im–

pasible mirada de 1ft noche, el

fo–

ra.stero, deslizándose al t ejado

del vecino , 1nurmnraba. como

quien h ablft para su conc~enci: •:

- Er a

mi derecho: necesitaL,a

pasar.

.JOSÉ ENRIQUE

RODÓ.