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SILUETAS
XII
'
Hemos de romper por una vez la
monotonía de estas siluetas uni–
formemente pálidas
y
nóstálgicas
para decir de la deliciosa simpatía
de su hgu ra alegre
y
grác~l.
Y no eiogiaremos ]a esbeltez se–
ductora de su silueta, la viveza in–
tensa de su mirada, ni la delicada
sencillez ele su elegancia.
Porque se sorprende ei1 la luz de
sus ojos
y
en el revoloteo inquie–
tante de su decir oportuno
y
vivaz,
algo que es más atrayente que la
gracia de su rostro y más dulce que
la belleza silenciosa de su sonrisa.
Ella es )a Gracia.
Y
es la Gracia
no sólo externa y seductora que vi–
ve en sus ojos, dibuja la línea flexi–
ble de su talle e imprime un miste.
rioco encanto
a
su silueta, sino que
es la Suprema Gracia interior que
florece en la vi \·eza alborotada de
su espíritu
y
se enciende en los lá–
bios con esa mágica flor de la lisu–
ra que
fué
la gloria de las abuelas
limeñas.
Su nombre vi ve en los versos de
un
gran Poeta de la España román–
tica y, para decirlo. todo , lectora,
quizás si en las páginas de nuestra
Revista ha puesto alguna vez la
Alegría de su pluma regocijada
y
iu venil.