ALMA LATINA
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y
venerable, con sus cabellos y sus
barbas canas, salió a
recibirnos
tendiendo los brazos.
Allí estaban todos nuestr9s pri–
mos. Los Goroztiza con sus sim–
páticos ojillos rasgados y su anti –
patiquísima institutriz, Mario
y
Jorge los educados en Europa, tan
llenos de pretensión, cómo huecos
de cerebro. Allí, tamiJién, fresca y
sonriente como una mañanita de
abril, estah&.
I
aura lc1 mayo1· ele
mis primas; recien llegach1 del cole–
gio,
y
c.;on
qt1ien yo había tenirlo
discretas plftticas. ciertr1 vez. que
el «Quillota,, nos lle\·6 juntos al Ca–
llao.
Apareció, cn 1111a ndo la ansieclHd
estomacal, la gra\·e figura de As–
ccncio, el antiguo ordenanza trans–
formado en irremplaulble mayo r –
domo. Su voz pomposa, casi olvi–
dada y{1, vohió a resonar alegre–
mente en nuestros oídos, con la fra–
se sacn111wntal: «El almuerzo está
servicloll.
Sobre una larguísima mesa, dig–
na reliquia de las bodas de Cama .
cho hume,: bH un sabrosísimo chu
pe y mostraban sus colo1·es provo –
cativos las manzanas
y
los blan
quillos.
.
Yo, sentado intencionalmente jun–
to a Laun1, le dije no se cuantas
tonterías
y
k
obsequié la mitad ele
mi plato de postre, aceptado con
evidentes muestras de tern u rn. ¡Fe–
liz edad la nuestra en la que el co–
razón hace frecuentes visitas al
estomago! ......
Muché1<:hos a la huertc1 ! g1·itó con
su ton;, n te \·oz::-i i-rón el a h11elo, q ne
en sus buenos tiempos se había ba–
tido por la
p;:¡
tri:1
Y trns otra
puerta franqueda por Ascencio, nos
desparramamos por la huerta co–
mo bandada de pájaros que esca-
pan de la jaula
-
Pero, ¡oh desilusión! Esa huerta
no, .no era ya la misma ..... .
Hileras simétricas de árboles po–
dados y equidistantes, le daban un
aire marcial de campamento o de
cuartel,
Las tapias desmoronadas a pe–
dazos. sobre cuyos restos -cabalgá–
ramos otron=t, tantas veces
ha–
bían ceclid0 su lugr1r
a
una flaman–
te cerca
Page
d<mde no enredaban
ya las campanillas azules y blan–
cas. El emparrado ele tumbos si .
lenci, so,
¡.>erfomad" y agreste c;o–
mo un templo de
Pgun.
lo habían
reern pl Rzado con un kiosko pinta–
rlo rle rojo chilión, con techo de ca–
IR mi
na y
bnacas de metal.
¿
Habría
a
lgnien - que se atreviera
a
jugar
prendas allí, sin reconlar la rústica
!-óill,1s ele mimbre y el
\'e rde toldo
s
ilpicadodeñorbose1 o ··mesyblnnq
ui,1zulados como estrellas caídas? ...
Los ca pu líes
y
las tul)aS sufrían,
probablemente por \'ulga1·es ; un in–
justo destierro
y
se habíRn sembra–
do
en cambio plantas anglo-~ajo–
nas ele frutos astringentes. de esos
que saben
a
'Nisky con mostaza y
el autor rle ese cataeismo., el Me–
fisto
111
:défico que pudo inspirar a
mi abuelo locuras tales, se paseaba
por allí con la pipa entre los dien–
tes . llevando
en
los desnudo.; y
ru–
bict,nclos brazos, no se que diabóli–
cos apan1tos con que propinaba
a
las pohrecitéis plantas sendos ba–
i':os de azufre pestilente y
de
aguas
s11lfatadé1s
l\1e aconlé de aquel Juan del Car–
men . enco1·vaclito
y
serviLial, cuya
boca
ent
un clt-pósito inagotable
ele
cue11tos y vue era maestro con–
sumarlo
en
el arte ele disecar mari–
posRs y
fabricar sonoros silbatos
de ca
ITÍZO .
¡Oh la huerta antigua con su po–
zo :.ieno de musgos y bordeado de
helechos, con sus árboles· añosos
que se sostenían unos a ot1·oscomo
-viejos y cansados hermanos, con
sus flores sil\'estt-es y fragantes,
sin esos aires de personas que han
estHdo en el extrangero que osten–
tan hov las rosas «Lonxemburg,, y
las canÍelías uBourbón "!. ... .. ·