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ALMA LATINA

3

y

venerable, con sus cabellos y sus

barbas canas, salió a

recibirnos

tendiendo los brazos.

Allí estaban todos nuestr9s pri–

mos. Los Goroztiza con sus sim–

páticos ojillos rasgados y su anti –

patiquísima institutriz, Mario

y

Jorge los educados en Europa, tan

llenos de pretensión, cómo huecos

de cerebro. Allí, tamiJién, fresca y

sonriente como una mañanita de

abril, estah&.

I

aura lc1 mayo1· ele

mis primas; recien llegach1 del cole–

gio,

y

c.;on

qt1ien yo había tenirlo

discretas plftticas. ciertr1 vez. que

el «Quillota,, nos lle\·6 juntos al Ca–

llao.

Apareció, cn 1111a ndo la ansieclHd

estomacal, la gra\·e figura de As–

ccncio, el antiguo ordenanza trans–

formado en irremplaulble mayo r –

domo. Su voz pomposa, casi olvi–

dada y{1, vohió a resonar alegre–

mente en nuestros oídos, con la fra–

se sacn111wntal: «El almuerzo está

servicloll.

Sobre una larguísima mesa, dig–

na reliquia de las bodas de Cama .

cho hume,: bH un sabrosísimo chu

pe y mostraban sus colo1·es provo –

cativos las manzanas

y

los blan

quillos.

.

Yo, sentado intencionalmente jun–

to a Laun1, le dije no se cuantas

tonterías

y

k

obsequié la mitad ele

mi plato de postre, aceptado con

evidentes muestras de tern u rn. ¡Fe–

liz edad la nuestra en la que el co–

razón hace frecuentes visitas al

estomago! ......

Muché1<:hos a la huertc1 ! g1·itó con

su ton;, n te \·oz::-i i-rón el a h11elo, q ne

en sus buenos tiempos se había ba–

tido por la

p;:¡

tri:1

Y trns otra

puerta franqueda por Ascencio, nos

desparramamos por la huerta co–

mo bandada de pájaros que esca-

pan de la jaula

-

Pero, ¡oh desilusión! Esa huerta

no, .no era ya la misma ..... .

Hileras simétricas de árboles po–

dados y equidistantes, le daban un

aire marcial de campamento o de

cuartel,

Las tapias desmoronadas a pe–

dazos. sobre cuyos restos -cabalgá–

ramos otron=t, tantas veces

ha–

bían ceclid0 su lugr1r

a

una flaman–

te cerca

Page

d<mde no enredaban

ya las campanillas azules y blan–

cas. El emparrado ele tumbos si .

lenci, so,

¡.>erfomad" y agreste c;o–

mo un templo de

Pgun.

lo habían

reern pl Rzado con un kiosko pinta–

rlo rle rojo chilión, con techo de ca–

IR mi

na y

bnacas de metal.

¿

Habría

a

lgnien - que se atreviera

a

jugar

prendas allí, sin reconlar la rústica

!-óill,1s ele mimbre y el

\'e rde toldo

s

ilpicadodeñorbose1 o ··mesyblnnq

ui,1zulados como estrellas caídas? ...

Los ca pu líes

y

las tul)aS sufrían,

probablemente por \'ulga1·es ; un in–

justo destierro

y

se habíRn sembra–

do

en cambio plantas anglo-~ajo–

nas ele frutos astringentes. de esos

que saben

a

'Nisky con mostaza y

el autor rle ese cataeismo., el Me–

fisto

111

:défico que pudo inspirar a

mi abuelo locuras tales, se paseaba

por allí con la pipa entre los dien–

tes . llevando

en

los desnudo.; y

ru–

bict,nclos brazos, no se que diabóli–

cos apan1tos con que propinaba

a

las pohrecitéis plantas sendos ba–

i':os de azufre pestilente y

de

aguas

s11lfatadé1s

l\1e aconlé de aquel Juan del Car–

men . enco1·vaclito

y

serviLial, cuya

boca

ent

un clt-pósito inagotable

ele

cue11tos y vue era maestro con–

sumarlo

en

el arte ele disecar mari–

posRs y

fabricar sonoros silbatos

de ca

ITÍZO .

¡Oh la huerta antigua con su po–

zo :.ieno de musgos y bordeado de

helechos, con sus árboles· añosos

que se sostenían unos a ot1·oscomo

-viejos y cansados hermanos, con

sus flores sil\'estt-es y fragantes,

sin esos aires de personas que han

estHdo en el extrangero que osten–

tan hov las rosas «Lonxemburg,, y

las canÍelías uBourbón "!. ... .. ·