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AL1\1A LATINA

13

EI?RIOUE

Hurgando en los viejos libros que

expre.c;,aron las ansias y los dolores

ele un momento, hemos encontrado

este nombre que tuvo para los que

entonces lo pronunciaban el presti–

gio de un símbolo y que foé como el

blasón de gloria que ostentara en

sus bregas para infundirse aliento

la juventud de hnce medio siglo

Ee apcnns un folletito triste y

amarillento, pero fH"estigiado po1·

firmas de quienes jó\·enes entonces,

habían <le ser más tarde figuras ex–

celsas de sn genentción: Luis _v Lu–

ciano Benjamín Cisneros, Carlos

Augusto Salaven-y, José Casimi1·0

Ulloa

y

MR

nuel Nicolás Corp11 ncho.

Enrique Alnu-ado pertenecía r1 esa

falange altísima clecereh1·osjóve11es.

ComenzHha como ellos lleno de

an–

dac.ia

v ele va len tía. Sus escritos,

public~clos junto a la corona f6ne –

bre que

fué

el homenaje puesto por

sus com pa ñe1·os sobre su tu

111

ha

prematun:1, tienen todos un sello de

altivez y de arrojo imrnditos, No

reconoce vallas

r1

su espíritu. Su

pluma es a la vez hierro que desga–

rra y espada que señala el camino

del triunfo.

Sus comµañeros hablan de él con

cariño \" con admiración: ''No era

un hén;e, pero hubiera sido un hé

roe; no era un apóstol, pero hubie–

ra sido un apóstol; no era un Cris–

to, pero hubiera sido un Cristo'' di –

ce uno ·de ell<)S con 1·eligi <>so entu–

siasmo. '' Jadie como él 'hubiera ser–

vido para enardecer a un populacho

o para hacer flamear sobre las mon–

toneras la bandera roja de la Madre

Revolución" .

Enrique Al varado hubiera sido el

alma brilladora que faltó a su ge–

neración.

Si Luis Cisneros

y

Sala verry a–

portaron la fragante poesía de sus

ALVARADO

versos. Ulloa foé el hombre de cien–

cia y el cerebro reposado

y

profun–

do, Enrique Alvarado al lado de

Luciano Benjamín Cisneros hubie–

ra convertido en fuego la palabra

para hé1cerla chispear sobre los ce–

rebros y las conciencias adormeci.

dcts.

Alvararlo hubiera1;,irlo el tribuno.

Pero no el tribuno c1ásico y elegan–

te

R

la

111él

nera de Cisne ros. sino el

uihuno del pueblo el tribuno de–

mocrático que con sus libelos hubie·

n1 prenclirlo en el pueblo el ansia

sublime

ele

la regener:-1ción.

Pero toda aquella ilusión conso–

ladora se desvaneció muy pronto.

Enrique Alva,·ado murió

a

los

22

años y sus amigos desconsolados

por su pérdida pusieron en este fo–

lleto, hoy descolorido, toda la de–

sesperRnza que les causó su desa–

parición.

El nombre de Enrique

A

!varado

r1uecl6 entonces como un perpétuo

símbolo ele totlas las esperanzas

muerta~, ele todas las ilusiones des–

vanecidas, de todt1s las vidas trun–

cas. Pué

1ct

divisa ele las iuventu–

des siguie11tes. La generación que

está hov en lH n1f1clu1·ez lo reveren–

ció clanélo su nomhre a la sociedad

en que hicien>n sus primeros ensa–

yos Ji tera rios, a aquella • 'Sociedad

Enrique Al varado", de la que ha–

blara

c~ibotín

hc-1ce poco exhuman–

do muchos nombres y libros olvi–

dados. ·

Hermosa gloria la de este mucha–

cho genial que debió unir la simpa–

tí::t

franca y noble de la figura, con

la vÍ\' eza de la mirada y el arreba–

to del ademAn

y

cuya juventud es

eten1a po1·que guarda a través del

tiempo, la mi!'-ma 10zanía y ap< ,stu–

ra de hace cincuenta añosé idéntica

actitud alentadora para todos los