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Para EllasM

Rincón

arnable.M"

CUENTO DEL TERRUÑO

LA HUERTA DEL ABUELO

,El domíng11cu111ploochenta é1ños

y quiero q1.1e mis ochenta ni 2tos ce–

lebren mis bodas de platino con la

vida».

Asi había escrito el abuelito

Pe

dro

y

sus letras apretadas

y

tem–

blonas pusieron en revolución toda

la casa. Más ele uu lustro hada que

no visitá, amos el viejo caserón

y

mientras los grandes recordaban

sus rna1·a, illas, l os chiquitines es

cuchab:111 saltando ele gozo, con los

,jos dilatados

y

las boquitas en–

treabiertas, el inventario de todos

los primores de "San Diego -,.

El patio con los graneles ficus

y

la jaula de las ardillas, el pozo 11e–

no de peces de colores

y

de pr1 titos

amar illos , la h~ maca del corredor,

tod,, pasó en una rápida revista

entre exciamaciones contenidas v

palmoteos incont.enibles.

Per.o 1;

n1ás sensacional estaba reserv;-ido

para el final Pué la tía Berta quien

levantando los cansados ojos de

un par de primorosas zapatillas, a

las que daba los últim,·>'> toques del

bordado, hizo caer en cuenta de

Aquel involuntario olvido.

-I'ero ¿ya no se acuerdan de la

huerta

?-y

aquello

fué

el acabóse.

Todos a

la ,·ez p1·eguntahan, res–

poncHan. tn1tahan de enumerar mi–

nucios;-imente 111s ricuras de Fiquel

nuevo

panlÍS()

La

vocecilla chillo–

na de Tt>dy se levantó dominando

aquel murmullo. uYo quisiera ser

e l ángel

c.le

la b ola de

01·0

o

el dia–

blo de los cien mil cHchitos para sa–

car tudas las fru tas.-<1No tencl da s

manos», l a objetó Violeta

y

a mbos

volvieron a confundir sus g rit os de

júbilo, formando un himno a l dios

de la alegría

y

de la fruta.

Aquella noche nadie durmió y al

día siguiente después de un sabro–

so y oportuno chocolate, 1a gente

grn nd e ~e a rrellenó en el poi vorieh–

to

y

chiniante carruaj

~

y

nosotros

los chicos tomamos por asalto to–

clRs

las caba lgadurns disponibles.

Después de l os llantos y camba–

laches ele costumbre

y

e ntre los gri–

tos de la tía Be1·ta a quien de.stem

piaba los dientes ·el tn:t4ue teo d~l

coche , emprendimos ·Ja marcha ha–

cia la tierra prometida.

A la una de la t arde del siguiente

día, entrábamos con toda m ages–

tad poi-

la a nchuros a portada d e

la Hacienda del abuelo. Envuelto

en su luengo ab rigo g ris, hermoso