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EL CARNAVAL

Hapasado triunfalmente el Carna–

val con su cortejo de mascaritas

y

de jugadores enharinad, ,s, dejando

en el aire una cursi esencia de Agua

de Kananga y en el suelo un regue–

ro blanco de polvos de arroz.

Se sigue jugando en Lima

y

en sus

balnearios con el mismo entqsiasmo

de antaño. En vano los cronistas

de los grandes diarios-grandes por

el tamaño, señalan la decadencia de

la fiesta criolla.

¿Qué pollita de q 1.1ince apr:iles que

ve pasar bajo su ventana

un

par de

p~ntalones, así sean los del mayor–

domo de la casa vecina, no se sien–

te tentada de vaciarle el cuco de

agua de su lavatorio'?

Y

¿cuál de nosotros no ha toma–

do la botella rle agua

a

la hora del

almue-zo y la ha vertido como un

Niágara espumoso

s ,

bre la cabelle–

ra ondulante de una vecinita tenta–

dora?

Ninguna ni ninguno. Todos hace–

rnos lo mismo.

Se necesitaría

no ser peruano para no estar con –

taminado de esa exquisita satisfac

ción de gozarse con

el

mal ageno,

que es el impulso que alienta nues–

tro Carnaval.

¡Qué fastidio!, dicen las pollitas

en las vísperas de la f.esta! ¡Tres

días sin poder salir a la calle>! Pern

llega el día y no se resiste a la ten–

tación de subir al techo pa1·a con–

templar

d

juego y si es posible para

jugar también.

Y ¡qué simpático resultq el tech

!

Es un ambiente nuevo

.r

de:-;pejado

el de los techos limeños. Más de

r,

1

guna pollita ha sentido en ellos la

nostalgia de ser gatita frchera

y

meli1íd rosa . . ¡Son tan lindos los ga ·

tos!

Luego hay una serie de sens :,ci,l

nes nuevas. Hay un jovencito 4ue

desde ei ~echo vecino arroj:i globos

pero que·. por la delicadeza de sus

ademanes, avanzan como los fran –

ceses en la guerra: cada día tres le–

guas menos que la vez anterior.

No bastan las protestas de ¡no

juego! ¡No moje usted, por Dios! Y

al final. un globo blanquito como

una paloma mensaiera, llega hasta

ella y mancha el claro vestidito de

verano. 1Qué lisura del blanquito!

Hay que regres:ir a sus ha bitacio–

nes y al descender por la escalera de

mano, se contempla el interior de

una estancia por una ventana opor–

tuna ¡Qué horror! Fulanito de Tal,

un joven chic y esbeltísimo, está en

su cuarto en completo

deshabillé

y

libre de todos sus afeites, en pyga–

ma, resulta de una gordura que ra–

ya en. obesidad y que sin las fajas x

parece imposible qne cupiera en la

entallada americana, confec':ÍÓn

Moreno, que yace cc,lgada de un

clavo en la pared iDe un clavo! ¡Qué

desilusión!

Hay otras que guardan su picar–

día para la noche.

Y

el rosado pim–

pollo de frescas mejillas se convier–

te en viejecita arrugada

y

marna–

rrachesca que detesta

R.

lns pollos y

habla horrores de las' niñas de aho–

ra''.

Hay en todas estas mentiras un

encanto indecible v único. Ya sea

descubrir a alguieñ sin el disfraz que

usa todos los días o ya contemplar

una máscara que nos haga suponer·

más h~rmoso -por el milagro de la

adivinación-el rostro que está de–

bajo saboreando la coquetería de

sentirse

flete

alguna

vez

y de no te–

ner, por un mom·ento, "la desdicha

de hri ber nacido hermosa".

· ¿Hav algomejorqaeelCarnaval?

Tod,.,s-las pollas 'estarán conforme

con nosotros en que no lo hay. Y

de todos los que proclaman su in–

cultura,

d

que conforme

R

sus duc–

trirn-is. no hava en su vida echado

la misericorclÍa de un balde de agua

sohrt' un mísero mortal , el que te–

njendo dos manos, no haya carga–

do alguna vez algún lindo fardo pa–

ra echarlo a la tina o no haya he–

cho ensayos <'le pintor pastelista so–

bre

'el

terso lienzo de rostros de ter–

ciopelo, que salga y nos eche la pri-

mera piedra.

PIERROT.