Playas de vidas: novelas cortas

Playa de Vidas 95 LA MADRE-: ¡Por piedad, hija mía; esta taza de cal- do siquiera. No puedes continuar así. LA HIJA MENOR-: (No responde) Abatida, desplomada sobre una butaca, es la imagen muda del Desconsuelo. YO-: (Infinitamente apiadada de esta pobre criatu- ra a quien quise dar la felicidad). -Démela, señora. Quizá conmigo quiera tomarlo. LA MADRE-: (Mirándome rencorosa): -¡Usted! ¡Ustedes! ¡Si nunca les hubiéramos co- nocido! . . . Bien nos han pagado nuestra hospitalidad. YO:- (Bajo los ojos y me inclino sobre el polvo de mi humildad. "Culpa rubet vultus meus". Hablo luego con voz de reo confeso): -Con todo, señora, déme esa taza. Y déjeme a solas con ella, se lo ruego. LA HIJA MENOR-~ -Sí; sal mamá. (Sale también con ella . la ráfaga hirsuta del gato gris). La puerta, al cerrarse, marca el paréntesis de una pausa larga, larga. . . . Yo quisiera, en ese intervalo sin límites, acariciar esta dorada cabellera, bajo la cual, mus- tios, se han deshojado los almendros de todas las ilusiones. Pero no me atrevo... , no me atrevo.... Pobres y ridículas se me antojan también todas las fra- ses que pudiera inventar para romper el silencio. Pero, además, ¿es que se puede forjar palabras ante el dolor crucificado de una dulce criatura? Y sólo digo algo muy hu- manamente vulgar:

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