Playas de vidas: novelas cortas

96 Rosa A.rciniega -Toma un poquito de caldo, ¿quieres? Si. ... es ne- cesario. Ella, silenciosamente, obedece. Luego me .devuelve la taza. Contesta: -Gracias. Son ustedes muy buenos. (De sus ojos rue- da la elegía de una lágrima. Busca un apoyo su cabeza. Fraternalmente conmovida le ofrezco el amparo de mi pecho). -¡Buenos¡. . . . ¿Crees sinceramente que hemos si- do buenos? ¿No nos guardas rencor? -No aunque ustedes me hayan causado tanto mal. -No quisimos hacértelo. Por el contrario: hubiéra- mos deseado una eterna noche como la de ayer para tí. (Bajo mis dedos se estremecen las profundas raices del dorado heno de su cabellera). -¡Una eterna noche como la de ayer! ... No; como ésta. Como la auténtica noche eterna que existirá ya para mí. (Hay una pausa estremecida). ¡~ué dulce debe ser morir! (En el pO'lvo de la humildad vuelvo a hundir mi or- gullo ante la frase terriblemente sencilla. ¡"Morir tene- mos"! Pero ¡tener que morir! ¡Anhelar morir!). -¿Morir? ¿Por qué? La vida es árida pero siempre florece en ella el tallo de nardo de una alegría. En tí ha r¿uedado asesinada una ilusión, quizá la más grande de todas..· . . Pero hay otras. Hay, además, el recuerdo de es- ta ilusión. -¡Su recuerdo! ¡Si pudiera borrarlo! ¡Quién pudie· ra volver a la ingenuidad de ayer!

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