Playas de vidas: novelas cortas

92 Rosa Arciniega -¡Adiós! No quiero oír sus consuelos. Rápidamente -véalo- ha saltado a la lancha. .. . Se aleja en ella. . . . De pié. Vuelto hacia la playa. Mirando, desoladamente abatido, hacia el castillo.... Agite usted conmigo su pañuelo. En las despedidas desoladas, los pañuelos son las blancas palomas de la es- peranza. • • • Y ahora retornemos al castillo. La aldea, aunque si- lE-nciosa, no duerme. Sueña. Sueña despierta. Esta noch.e, detrás de cada una de aquellas humildes ventanitas, arde la llama de una ilusión. Luego, cuando todo pase, cuando esa ilusión no sea más que un sueño difuminado, cuando toda la mísera rea- lidad de esta aldea se reduzca a cenizas, algo quedará en- hiesto sobre sus ruinas: el hechizo de una leyenda irreal que nosotros hicimos vivir sobre ella. ¿Lo duda usted? Pues hay pueblos -naciones- que sólo sobre la base irreal de su verdad poética siguen alen· tando en el corazón de las generaciones. Atenas es hoy un peñasco pelado y polvoriento. Pero sus artistas -más poderosos que la realidad- crearon para siempre una Hé- lade plena de gracia, mitológica e inmortal, contra la que nada podrán las mo~deduras de los siglos. Vea usted el má· gico poder de sugestión del Arte: en automóvil acuden hoy todavía los turistas con la secreta esperanza de sor-

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