Playas de vidas: novelas cortas

86 Rosa Arciniega esta noche resultaría, dentro de unos años, ridículamente anacrónica. Su espiritualidad sólo en el frasquito de per- fume .de esa música evocadora puede conservarse intacta. Para sentir el estremecimiento de este instante único y fugaz 'les bastará a nuestros personajes con tararear esa canción, con redescubrirla en lo hondo de sus espíritus. La música es el relicario de las emociones. Pero escuchemos . . . Cruje la arena de ese sendero al extremo del parque. Empiezan nuestros personajes a des- bordar el amplio dique del salón .. Observemos sin ser vistos. Una indiscreción nuestra quitaría su pura ingenuidad a las escenas. ¿Quiénes son? ¿Nuestro príncipe con la rubia prin- cesa acaso? No; es un marino, uno de los acompañantes del cortejo. Se aproxima enlazando con su brazo fornido el talle flexible de una aldeana. Sus rostros están tan uni- dos que . -no alcanzo a verlo bien- parecen venir colgados de un beso . . . ¿Lo que dicen? Probablemente nada. Ensayan la vie- ja y fresca canción de los siglos pasados y fut:µros. "Te quiero ... toda la vida ... siempre". Amable colaborador: todos los esfuerzos de las más preclaras originalidades estéticas se estrellarán al querer inventar algo nuevo para este momento. Se acercan ... , siguen adelante, hacia la!!! cómplices arboledas. Ellos están en este minuto por encima de todos los superhombres del mundo. ¡Son felices y eso basta! El goce intenso de esta noche será quizás el único regalo de

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